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¡Que alguien me explique!

Silencios que hablan

Hasta hoy, 36 horas después, los mexicanos continuamos preguntándonos qué tan grave es el “desvanecimiento” del presidente López Obrador. ¿Tenemos o no presidente en funciones?

Por Ramón Alberto Garza

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Ya se cumplieron más de 36 horas de que se dio el episodio de salud que sacó de circulación al presidente Andrés Manuel López Obrador.

En cualquier país, con un gobierno medianamente decente, sus ciudadanos ya estarían enterados a través de un parte médico oficial de lo que ocurrió con el jefe de la Nación. No en México, no en el gobierno de la Cuarta Transformación.

Al pésimo manejo mediático que se dio en las primeras horas del “desvanecimiento” presidencial -cortesía de Jesús Ramírez y compañía- se le suma ahora el criminal silencio de no tener la decencia de informarle a los mexicanos el estado de salud de su presidente.

Dicen que es un simple COVID, nada de qué preocuparse. Si es así, ¿por qué no aparece el inquilino de Palacio Nacional dando un mensaje en un video o en una llamada telefónica a la mañanera para decir “aguántenme, los alcanzo el miércoles”? ¿O una foto saludando desde su cama, en la que convalece, al pueblo bueno y sabio? ¿O de perdido un audio con un mensaje alentador? Nada de eso.

Los silencios sembrados desde Palacio Nacional dejan vacíos que son ocupados por el deporte de darle rienda suelta a la especulación, a pensar que aquello no es un simple “desvanecimiento por COVID”, sino un infarto. Al corazón o al cerebro. Que nada se dice, con el afán de comprar tiempo y ver si la salud presidencial mejora.

Peor aún, con el desangelado parte dado por Adán Augusto López, quien como relevo emergente en la Mañanera se concretó a decir que el mandatario está bien de salud y que en dos o tres días estará de vuelta. Ojalá que mejore, pero si eso es lo que se espera, ¿por qué no dar el parte con el médico que lo está atendiendo para darle certeza a que pronto estará bien?

En los Estados Unidos, siempre que un presidente enferma, así sea por una simple gripe, los médicos de la Casa Blanca salen a dar la cara y a responder las preguntas que hacen los medios de comunicación a nombre de los ciudadanos. Entre más información, menos zozobra.

Aquí, con el silencio cómplice de los muy cercanos al presidente, se comienzan a redactar desde esquelas y obituarios, hasta diagnosticar hemiplejías que ya le impedirán caminar o incluso hay quienes aprovechan la desinformación para llevar agua a su político molino.

Y la pregunta obligada es ¿puede una nación entera sentirse segura, cuando los informes delicados -como el de la salud de su presidente- se mantienen como secreto de Estado?

Si el inquilino de Palacio Nacional llegó el domingo por la  tarde, al Hospital Militar con algo más que síntomas de COVID -otro infarto, por ejemplo-, los poderes Legislativo y Judicial deben ser informados para que se tomen las pertinencias legales necesarias en caso de un interinato o una sustitución.

Pero mantener a 130 millones de mexicanos en vilo y no dignarse siquiera a programar partes del estado de salud presidencial, cada dos o tres horas, es una atrocidad.

Jesús Ramírez y compañía prefieren que los espacios informativos -que tienen que llenarse de una u otra manera- sean secuestrados por la desinformación que genera la abierta especulación antes que darle certeza al sistema político de que su jefe está en capacidad de ejercer el mandato que se le tiene conferido.

Hasta hoy, 36 horas después, los mexicanos continuamos preguntándonos qué tan grave es el “desvanecimiento” del inquilino de Palacio Nacional.  ¿Tenemos o no presidente en funciones?

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