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11 de mayo 2025

22 de abril 2025

¡Que alguien me explique!

El Papa, Jesuitas, Maciel y México

Esta es la singular historia de cómo un jesuita argentino -Jorge Mario Bergoglio- fue instalado en el trono de San Pedro y del papel que México -y en especial Monterrey- jugaron antes y durante su papado como Francisco

Por Ramón Alberto Garza

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Nadie le puede regatear a Jorge Mario Bergoglio que sus poco más de doce años al frente de la Iglesia Católica como el Papa Francisco fueron de primicias y de cambios. El primer Papa jesuita, el primer Papa No Europeo, el primer Papa Latinoamericano, el primer Papa Inclusivo, el Papa de los Migrantes. Un gran legado, en innumerables momentos a contracorriente de la Iglesia Católica tradicional.

Pero detrás de esas primicias se esconde una historia profana, de esas de las que no escapa una estructura humana de enorme poder -como la de El Vaticano- en donde los hombres del purpurado también acaban por sucumbir a las tentaciones de alguno de los pecados capitales. Quizás la soberbia, tal vez la avaricia o acaso la ira.

Esta es la singular historia de cómo un jesuita argentino fue instalado en el trono de San Pedro y del papel que México -y en especial Monterrey- jugaron antes y durante su papado.

El ascenso de Juan Pablo Primero, en agosto de 1978, venía inoculando con un drama financiero en el Banco Ambrosiano. El nuevo Pontífice rehusó las soluciones que se le presentaban en sus primeros días al frente de la Iglesia Católica y que involucraban presunto lavado de dinero de poderosos y muy cuestionados grupos italianos. Oportuna y misteriosamente, el Papa Juan Pablo Primero murió apenas a los 33 días de su ascenso al trono de San Pedro. Lo sucedió Juan Pablo Segundo, quien más pragmático, recurrió para resolver el conflicto financiero a dos de las más poderosas cofradías católicas de entonces: el Opus Dei y los Legionarios de Cristo.

A cambio de reconocerles una prelatura dentro de El Vaticano, Juan Pablo Segundo logró que el Opus Dei, encabezado por el alemán Joseph Ratzinger, y los Legionarios de Cristo, bajo el mando del mexicano Marcial Maciel, facilitaran los más de 200 millones de euros necesarios para evitar el escándalo en el Banco Ambrosiano.

Ya reconocidas e instaladas sus influencias dentro de la Santa Sede, el Opus Dei y los Legionarios de Cristo se enfrascaron en una feroz lucha de poder, buscando influir para elegir al sucesor de Juan Pablo Segundo. El Opus Dei buscaba sentar en el trono papal a Joseph Ratzinger. Los Legionarios, dirigidos por Maciel, buscaban entronizar al italiano Angelo Sodano. Y comenzaron entonces años de intrigas bajo las sotanas.

Marcial Maciel y su círculo cercano utilizaron sus influencias para promover el libro de El Código Da Vinci, de Dan Brown, en el que se satanizaba el papel del Opus Dei en El Vaticano como presunto encubridor de una conspiración para esconder la verdadera vida de Jesucristo. En respuesta, Ratzinger -quien al momento de ser electo Papa era el Prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe-, promovió la difusión de las escandalosas acusaciones de pedofilia de Marcial Maciel y el rol encubridor que jugaron en ese escándalo los altos mandos de los Legionarios de Cristo. Al final del día, el Opus Dei se impuso y en 2005, Joseph Ratzinger fue electo nuevo Papa. Pero su legado sólo se sostuvo por ocho años. En 2013, el Papa Benedicto XVI anunció su retiro, en medio especulaciones, algunas de los cuales serían amenazas de develar secretos en poder de guardias de la Santa Sede, presumiblemente al servicio de los Legionarios de Cristo.

Al final del día, los poderes de Ratzinger y de Maciel acabaron por nulificarse, lo mismo que el Opus Dei y los Legionarios. Y eso fue lo que abrió el espacio para que, por primera vez en el Cónclave de 2013 para elegir al sucesor de Ratzinger, un prelado jesuita, no europeo, de origen latinoamericano, fuera electo Papa. El jesuita argentino Jorge Mario Bergoglio se convertiría en el Papa Francisco, un obispo sencillo, alejado de la pompa y la circunstancia de los Papas europeos.

Pero el ascenso de un Papa jesuita vino aparejado con algunos ajustes de cuentas, en especial para México, donde entre 1970 y 1973 se dio un encontronazo entre los jesuitas involucrados en el Tecnológico de Monterrey y el patriarca empresarial Eugenio Garza Sada. La disputa ideológica que brotó, luego del conflicto estudiantil de 1968, introdujo el debate al Tecnológico de Monterrey, influido en las aulas por jesuitas o pro jesuitas, como José Luis Sierra, Xavier Obeso, Hermann von Bertrab e Ignacio Olivares, entre otros.

Aquellos estudiantes y maestros terminaron confrontados con el empresariado regiomontano y tras una huelga de hambre, aquellos que eran jesuitas fueron expulsados del Tecnológico de Monterrey y la imitación se dispersó a México entero, incluyendo el cierre del afamado Instituto Patria, el enclave jesuita en la Ciudad de México.

De esa confrontación entre el empresariado y los jesuitas se fortalecería la insurgencia de la Liga Comunista 23 de Septiembre, que el 17 de septiembre de 1973 intentaría el secuestro que culminó en el asesinato de don Eugenio Garza Sada, en Monterrey, y 18 días después, el de Fernando Aranguren, líder empresarial de Guadalajara. El quiebre de México con los jesuitas fue total y abrió paso para que un nuevo actor religioso, Marcial Maciel y sus Legionarios de Cristo, asumieran esa posición de poder.

Fue precisamente en esos años, en 1973, cuando el sacerdote Jorge Mario Bergoglio fue designado Superior Provincial de los Jesuitas en Argentina y vivió de cerca la confrontación con los empresarios en México, en particular con el Tecnológico de Monterrey.

Quizás fue esa la razón por la que ya como Papa Francisco jamás reemplazó el cardenalato que tenía José Francisco Robles Ortega, arzobispo de Monterrey entre 2003 y 2011. De esos ocho años, cinco los ofició ya en Monterrey como su Cardenal. Pero el Papa Benedicto XVI lo transferiría a Guadalajara para reemplazar el retiro del Cardenal Juan Sandoval Íñiguez. Ningún Cardenal se designó para Monterrey.

Sobrevino entonces la renuncia sorpresiva de Joseph Ratzinger y con la entronización como Papa del Cardenal jesuita, Jorge Mario Bergoglio, el Monterrey que expulsó 50 años atrás a los jesuitas de sus aulas y de su área de influencia para abrirle las puertas a Marcial Maciel, acabó por ser una metrópoli sin Cardenal. Durante los casi 13 años del papado de Francisco se evadió la designación del Cardenal que fue mudado a Guadalajara.

En su lugar, el Papa Francisco le otorgó en 2015 el cardenalato a Alberto Suárez Inda, Arzobispo de Morelia, y en 2016 ungió como Cardenal al arzobispo de Tlalnepantla, Carlos Aguiar Retes. Ninguno para Monterrey, una comunidad católica muy activa económicamente en la Santa Sede, pero que además de su disputa con los jesuitas fue señalada siempre como gran impulsora del cuestionado padre Marcial Maciel, adversario de Ratzinger y en consecuencia de Bergoglio.

Quizás por ello, por el trato que México le dio a los jesuitas y el apoyo que en las principales capitales -especialmente en Monterrey- se le brindó al padre Maciel, es que el Papa Francisco mantuvo una sana distancia con México. Sólo una visita en sus más de 12 años de pontificado -en 2016- comparada con las 5 visitas que hiciera su antecesor Juan Pablo Segundo en sus 27 años como Papa y una sola visita del Papá Benedicto XVI en sus escasos ocho años en la silla de San Pedro.

México tiene hoy seis cardenales vivos, de los cuales sólo dos son electores y elegibles: José Francisco Robles Ortega y Carlos Aguiar Retes. Los otros cuatro -Norberto Rivera, Juan Sandoval Íñiguez, Alberto Suárez Inda y Felipe Arizmendi- mantienen su purpurado, pero sobrepasan ya la edad electoral de 80 años. Ninguno con sede en Monterrey, la metrópoli que expulsó a los jesuitas, la sociedad que se puso a los pies de Marcial Maciel, la ciudad que vivió del Papa Francisco.

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