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Jesuitas, el Papa, AMLO y la 4T

El lamento del Sumo Pontífice fue la expresión más doliente, más natural, tras el asesinato en nuestro país de dos sacerdotes de la congregación la Compañía de Jesús (jesuitas). Su congregación

Por Ramón Alberto Garza

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¡Cuántos asesinatos en México!: El lamento del Sumo Pontífice fue la expresión más doliente, más natural, tras el asesinato en nuestro país de dos sacerdotes de la congregación la Compañía de Jesús (jesuitas). Su congregación.

Una declaración desde el Vaticano que debió calar muy hondo en el ánimo del presidente Andrés Manuel López Obrador, quien tercamente se empeña -a contracorriente del resto del mundo- en aplicar su política de “Abrazos y no Balazos” contra el incontrolable crimen organizado, que se burla de su propuesta, implantando récords de homicidios cada mes.

Pero en esta ocasión, las víctimas fueron un blanco sensible, más allá de su carácter clerical, por pertenecer a la comunidad jesuita, una de las congregaciones más activas en el mundo.

Los jesuitas son una élite católica que con enorme humildad cultivan -con inteligencia y discernimiento- la promoción del bienestar social.

Cuestionadores natos, educadores por excelencia, la Orden de la Compañía de Jesús, fundada en 1540 por Ignacio de Loyola, es incómoda para un sinfín de gobiernos, sobre todo para Jefes de Estado.

Sus expulsiones desde la España de Carlos Tercero y sus territorios -incluida la Nueva España- en el Siglo XVIII hasta la crispación con los jesuitas educadores en el Tecnológico de Monterrey en los 70, hablan por sí mismos de que personifican una enorme influencia social e intelectual, pero igualmente cuestionante de las injusticias, del status quo frente a quienes menos tienen.

De ellos son, en México, instituciones educativas tan prestigiadas como la Universidad Iberoamericana, el ITESO de Guadalajara y el Instituto Patria.

Por eso tiene un especial significado el asesinato de esos dos sacerdotes jesuitas en Cerocahui, Chihuahua.

Porque sin mediar motivo aparente, Javier Campos Morales y Joaquín Mora Salazar fueron acribillados junto con Pedro Eliodoro Palma, un guía de turistas que corría a refugiarse en su templo.

Los cuerpos de los dos clérigos y del guía fueron levantados por sus ejecutores y llevados a un lugar desconocido. Solo dos días después fueron localizados para ser entregados a sus deudos por el gobierno de Chihuahua.

El caso reviste especial impacto y trascendencia porque estamos en los tiempos del Papa Francisco, el primer sacerdote jesuita que preside a la grey católica mundial desde el Vaticano.

Y porque no se trata de dos asesinatos aislados en México contra clérigos católicos. Con estos crímenes, que nos obligan a la reflexión profunda, tenemos que reconocer que suman ya siete los sacerdotes que pierden la vida en lo que va del sexenio de la Cuarta Transformación.

Nada que supere todavía los 27 asesinatos de sacerdotes, ocurridos en el gobierno del priista Enrique Peña Nieto y que se concentraron en Guerrero, Michoacán y Veracruz.

¿Cuál es el nivel de odio y violencia, sembrado a lo largo del territorio mexicano, como para justificar 34 sacerdotes victimados en los últimos nueve años?

¿Alguna otra nación del planeta supera a México en el sacrificio de hombres como estos clérigos, dedicados en vida a buscar la paz y el bienestar social?

Si el inquilino de Palacio Nacional no escucha el lamento nacional ante tan horrendos crímenes, que tienen el mismo valor que el de los 121 mil mexicanos asesinados que registran los primeros tres años del sexenio, estamos frente a un serio problema.

Por más que el presidente López Obrador intente negarlo, mantener su estrategia de tratar “como seres humanos” y darles estatus de intocables a quienes se dedican a matar al prójimo, no solo será una falacia retórica.

Será la confirmación -aunque él lo niegue- de que rechaza enfrentar al crimen organizado, a los más sanguinarios cárteles del planeta, porque su gobierno en desgracia tiene algún acuerdo con ellos. Las pruebas se le van acumulando y lo que se ve no se pregunta.

Lamentos como el del Papa Francisco son ya generalizados en todo el mundo, que nos van definiendo como una ondula de sangre y violencia.

¡Cuántos asesinatos en México!

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