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¡Que alguien me explique!

Descanse sin paz, Felipe Calderón

La pesada lápida de la aplastante sentencia que condenó por unanimidad a Genaro García Luna también acabó por sepultar los restos políticos de Felipe Calderón

Por Ramón Alberto Garza

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La pesada lápida de la aplastante sentencia que condenó por unanimidad a Genaro García Luna también acabó por sepultar los restos políticos de Felipe Calderón.

Por más que el ex presidente panista intentó pavimentar días antes de la sentencia con sesudos análisis políticos, el camino a su redención, los clavos con los que el jurado acabó crucificando el martes, en Nueva York, a su Secretario de Seguridad Nacional también fueron clavados en su cruz, la de su lamentable historia.

La enorme lección de que “el que la hace la paga” viene a demostrar que las inefables Leyes del Karma aplican también en política. Sobre todo, cuando el costo del silencio o de la complicidad fueron cubiertos con cientos de miles de vidas de una guerra disfrazada que sólo sirvió para pavimentarle el camino a un cártel, el de Sinaloa.

Todavía recuerdo aquellos días de 2007, cuando en Reporte Índigo, publicamos las primeras grandes revelaciones de la corrupción que imperaba en los dominios de la persona favorita del entonces presidente Felipe Calderón. Los desmentidos y las amenazas eran el pan nuestro de cada día.

Y a pesar de que semana tras semana se descubrían nuevas propiedades, nuevos latrocinios, nuevas componendas en lo oscurito, lo mismo con los Beltrán Leyva que con La Barbie o con El Chapo, la urgencia del régimen de desacreditar o silenciar a periodistas como Anabel Hernández, como Peniley Ramírez o como Icela Lagunas, lucía como su prioridad.

Las evidencias eran contundentes, documentadas; pero desde la Presidencia de la República se emprendía una cacería sobre quienes entonces publicamos una veintena de portadas acusando que la guarida nacional de los peores criminales estaba instalada en la Secretaría de Seguridad Nacional.

Y frente a lo inocultable, poco a poco fueron uniéndose más y más periodistas de tantos medios, que fue imposible tapar al Señor Sol -o al Señor Luna- con un dedo.

García Luna y Calderón fueron siempre un binomio. El primero tenía sometida o secuestrada la voluntad de quien, por Ley, como jefe de la Nación era el garante del Estado de Derecho. Con su silencio o su complicidad hizo lo que quiso.

Y con el capo policiaco, los intereses de media docena de empresarios que hicieron multimillonarios negocios a sus anchas con el pretexto de una Seguridad Nacional que nunca llegó. Desde los Weinberg hasta los Slim. Desde el ilícito Pegasus hasta la fallida Plataforma México.

Alguna vez, hace un par de años -y ya como ex presidente- Felipe Calderón me encontró comiendo en un concurrido restaurante de la Ciudad de México. Y parándose junto a mi mesa me dijo, con una voz audible para los comensales: “¡Ramon Alberto, ya acabaste de chingarme!”. Nada le respondí a quien, como de costumbre, destilaba en su aliento los efluvios abundantes del alcohol. “¡Ah qué mi Presidente!”, le dije. Y salió enfurecido ante mi falta de respuesta a su provocación. El tiempo y un juicio público se encargaron del resto.

Una corte en Nueva York, con la sentencia a su Secretario favorito, a su protegido eterno, esa sí “acabó por chingarlo”. Difícil será para Felipe Calderón subirse a un estrado sin que deje de sentir que la condena de las miradas de la concurrencia le pesará tanto como la sentencia a García Luna.

El pasado fin de semana, y quizás prefigurando lo que ya se veía venir, Felipe Calderón lanzó una ofensiva en un intento por instalarse como la conciencia de la oposición en México. Parafraseando al compositor Rafael Pérez Botija… “pobre tonto, ingenuo charlatán, que fue paloma por querer ser gavilán”.

Lo mejor que puede hacer hoy, el ex presidente panista, es quedarse en España a gozar de su pasaporte, que le da el fuero necesario para tener impunidad si algún día es llamado a cuentas en México… o en alguna corte de Nueva York.

Descanse sin paz, Felipe Calderón.

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