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¡Que alguien me explique!

CCE en voz baja

Y esa falta de decisión en la gestión de Francisco Cervantes, en los momentos en los que arrecian los desencuentros con el presidente, tiene al CCE casi en la antesala de una fractura

Por Ramón Alberto Garza

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Cuando en mayo de 1975, el entonces presidente Luis Echeverría arreció su discurso contra el empresariado, los hombres de negocios hicieron causa común para hacerle frente al estatismo y a los ataques a la libre empresa.

Y desde el Consejo Mexicano de Hombres de Negocios -que así se llamaba entonces- se integró un bloque de cámaras con la Coparmex, la Concanaco, la Concamin y la Canacintra, entre otras.

Fue así como en agosto de 1976 se fundó el Consejo Coordinador Empresarial, mejor conocido como CCE. Desde entonces se hizo presente como la cúpula de cúpulas empresariales, la voz de la empresa privada de México.

Los liderazgos combativos de Juan Sánchez Navarro, Jorge Chapa, Luis Germán Cárcoba, Manuel Clouthier, Nicolás Madahuar y Eduardo Bours, entre otros, fueron factor de equilibrio y los empresarios se ganaron su lugar en la gran mesa de las negociaciones nacionales.

La dupla Coparmex y Concanaco eran dentro del CCE la conciencia crítica, los pensadores, mientras que Canacintra y Concamin eran el filón pragmático en las negociaciones.

Pero en los sexenios desde José López Portillo hasta Enrique Peña Nieto, la frontera entre los negocios y la política fue desapareciendo. Los empresarios hacían negocios con la política y los políticos hacían negocios con los empresarios. Ambos, empresarios y políticos, acabaron durmiendo en la misma cama. El Fobaproa fue el clímax de ese amorío corrupto y clandestino.

Vino entonces, en diciembre del 2018, el gobierno de la Cuarta Transformación, el que en sus inicios, el discurso del presidente Andrés Manuel López Obrador prometía el “juntos haremos historia”, empresarios incluidos.

Carlos Salazar Lomelín, ex director general de FEMSA, fue electo presidente del CCE, buscando tender un puente de conciliación y entendimiento entre las cámaras empresariales y el primer gobierno de izquierda.

Y, aunque en principio, la estrategia pareció funcional, los desacuerdos y algunas posiciones irreductibles acabaron por malograr la relación. Las puertas de Palacio Nacional acabaron cerradas para el CCE.

El presidente López Obrador decidió construir un improvisado puente informal con algunos de los grandes empresarios del Consejo de Negocios, a quienes les privilegió, no solo con algunas obras insignia, sino con el derecho de picaporte en el despacho presidencial.

Fueron ellos -los Slim, los Baillères, los Larrea y los Del Valle, entre algunos prominentes- quienes tras la controvertida salida de Carlos Salazar promovieron a Francisco Cervantes para ser el nuevo presidente del CCE.

Lo impusieron por encima de Bosco de la Vega, el entonces presidente del Consejo Nacional Agropecuario, quien era apoyado por un ala empresarial menos sumisa, que buscaba mejores equilibrios con el cada vez más agresivo y desafiante gobierno de la Cuarta Transformación.

El tiempo se encargó de confirmar que Francisco Cervantes acabaría por ser en extremo moderado, silencioso. Para algunos, incluso sumiso, quizás no por voluntad propia, sino por designios de los mega empresarios que lo colocaron en ese pedestal.

Y la salida de Javier Treviño de la dirección operativa del CCE acabó por limitar la efectividad de esa cúpula empresarial, hoy casi desaparecida de los grandes debates nacionales.

Sus posturas frente al debate energético y su conflicto con el T-MEC, la salida de Tatiana Clouthier de la Secretaría de Economía y el cuestionable pacto contra la inflación fueron timoratas, por decir lo más e inexistentes, por decir lo menos.

Y esa falta de decisión en la gestión de Francisco Cervantes, en los momentos en los que arrecian los desencuentros con el presidente, tiene al CCE casi en la antesala de una fractura.

Por lo pronto, el gobierno estadounidense ya dejó en claro que ellos van solos en la defensa de sus intereses energéticos frente al gobierno de la Cuarta Transformación, cuando la postura inicial era hacer causa común con el sector empresarial.

Algunos justifican la estrategia de Francisco Cervantes de no hacer ruido, bajo el supuesto de que no hay que provocar que se eleve el discurso anti empresarial del inquilino de Palacio Nacional. Que hay que “nadar de muertito” hasta el 2024.

Otros dicen que los acuerdos presidenciales se dan de facto con un puñado de mega empresarios del Consejo de Negocios y el CCE es solo una escenografía.

Sea como fuere, cada día es más creciente el número de empresarios que ven un CCE a la deriva.

¿Dónde están hoy los Clouthier, los Madahuar, los Chapa, los Cárcoba o los Bours, que salgan a poner la muestra de cómo defender los legítimos intereses empresariales? No se ven por ningún lado.

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