¿Cuánto falta para la elección?

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¡Que alguien me explique!

Y nadie sale a dar la cara

¿Por qué nadie sale a dar la cara, a alzar la voz en una sociedad que cada día se acostumbra más a lo increíble, a lo absurdo, a lo grotesco, a los excesos impunes en el abuso del poder?

Por Ramón Alberto Garza

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Un presidente que sale a hacer campaña al llamado Triángulo Dorado del narcotráfico, apenas siete días antes de las elecciones para renovar al gobernador en Durango. Y defiende los narco-retenes.

Un gobernador de Movimiento Ciudadano que sale, chequera en mano, a comprar -con dinero de dudoso origen- las volátiles voluntades de diputados y alcaldes que no ganaron por el voto del pueblo en las urnas. Junior busca controlarlo todo.

Un candidato a gobernador de Morena, relacionado con un empresario huachicolero, quien apoyaba con los dineros del contrabando al partido en el poder y así financiarle sus campañas. Lo silenciaron a balazos.

Un mandatario que clama por los derechos humanos de los criminales, porque dice, también son seres humanos. Y ellos le responden con videos en los que aparecen asesinando ciudadanos y adversarios, comiéndose el corazón de un prójimo al que ejecutaron.

Podríamos continuar la larga lista de todos los absurdos, de todas las sinrazones, de todos los abusos que vivimos en México.

Pero la pregunta más crítica es: ¿por qué como Nación guardamos silencio frente a semejantes atrocidades?

O quizás un mejor cuestionamiento sea: ¿por qué nadie sale a dar la cara, a alzar la voz en una sociedad que cada día se acostumbra más a lo increíble, a lo absurdo, a lo grotesco, a los excesos impunes en el abuso del poder?

¿Dónde está aquel sector empresarial que en los años 70 confrontaba al Sistema Priista monolítico, todopoderoso, estatizante, con paros nacionales con los que acotaban o incluso frenaban los abusos de los políticos ebrios de poder?

Quizá perdieron algo de su voz cuando el presidente José López Portillo les expropió la Banca y las deudas privadas debieron pagarse con créditos de Banobras, una institución no calificada para rescatar ni a empresas ni empresarios.

Tal vez se les volvió a bajar más la tonada a esos magnates, cuando en el gobierno de Miguel de la Madrid, les creó el Fideicomiso Contra Riesgos Cambiarios -conocido como Ficorca- para que sus empresas pudieran hacerle frente a las deudas en dólares.

O también se auto impusieron un tafetán en la boca, cuando en el sexenio de Carlos Salinas, se metieron a la cama con el gobierno para poder alcanzar alguna empresa en la subasta de privatizaciones que hicieron multimillonarios a un puñado, de la noche a la mañana. Carlos Slim dixit.

Y ya casi mudos, sin voz con la que pudieran reclamar los excesos de aquellos gobiernos autócratas y cómplices, le firmaron un cheque en blanco a Ernesto Zedillo para que con el Fopabroa les salvaran sus Bancos y sus quebradas empresas, con dinero público, a quienes fueron avasallados por el llamado “Error de Diciembre”.

Parafraseando a José López Portillo, nos saquearon, nos volvieron a saquear y continuaron saqueándonos. Todo a cambio de su silencio, de no hacer olas, de dejar de liderar el justo y necesario equilibrio con el que se evitan los abusos del poder.

Ninguno de esos próceres corporativos alzó la voz cuando el panista Vicente Fox le entregó al PRI los restos de su gobierno, escriturados desde los acuerdos oscuros de la cabaña presidencial, regenteada por Marta Sahagún.

Ni tampoco pusieron el grito en el cielo cuando el otro panista, Felipe Calderón, malempleó en gasto corriente decenas de miles de millones de dólares de excedentes petroleros y tiñó de sangre al país para dejarle la ruta libre del territorio nacional a Genaro García Luna y al Cártel de Sinaloa.

Con el retorno del PRI y de Enrique Peña Nieto, el silencio final se selló con las reformas estructurales, con los pingües negocios de energéticos e infraestructura, que fueron correspondidos, entre muchos favores, con una espléndida Casa Blanca.

Por eso, el México que hoy reclama a sus mejores hombres para la defensa de la legalidad, el respeto al Estado de Derecho solo encuentra en ellos sórdidos silencios.

Los herederos de quienes forjaron los cimientos industriales, comerciales y financieros de esta Nación durante el Siglo XX -los que sí enfrentaban los abusos del poder- ya claudicaron, bajo el pretexto de que la política no es lo suyo.

Y se conforman con cabildear sus intereses o decidir el nombre de un joven, inexperto y ambicioso  gobernador, sentados con sus “cuates”, en torno a una cómoda mesa de dominó o desde algún lujoso apartamento en España, a donde ya emigraron con todo y su nuevo pasaporte sefardí que le otorgó la ciudadanía de la Madre Patria.

Para la mayoría de ellos, México es un caso perdido, indefendible, que va al precipicio, que no tiene salida.

Para los millones de mexicanos que componen la mayoría silenciosa, no hay otra salida que continuar viendo el severo deterioro de su gobierno, de su país, del Estado de Derecho, de sus ingresos. El narco avanza y el Estado retrocede.

Mientras, la minoría silenciada está aportando lo suyo para hacer de México el país ad-hoc, al tamaño y a la perpetuidad de las ambiciones de esos políticos autoritarios y soberbios, que lo que no se les da, lo arrebatan.

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