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¡Que alguien me explique!

Esposas al Poder

Samuel García y Luis Donaldo Colosio tendrían que ver el ejemplo en Palacio Nacional, donde Beatriz Gutiérrez Müller mantiene un bajo perfil público, que le permite a su marido, el presidente López Obrador, operar sin interferencias en el poder

Por Ramón Alberto Garza

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“…Y espero que no se te olvide que vamos a gobernar juntos. Muchas gracias, Mariana”. El pronunciamiento de Samuel García fue hecho en un evento nacional de Movimiento Ciudadano, ante una audiencia que celebró con aplausos el anuncio de que Nuevo León tendrá un binomio en el poder.

El gobernador electo quiso reconocer, con ese ejercicio de reparto público del poder, el rol decisivo que jugó su esposa Mariana Rodríguez.

Sin duda es muy loable que se le reconozca a la pareja sus aportaciones directas e indirectas a la campaña, codo a codo, siendo -como dice Benedetti- mucho más que dos.

Nadie puede regatearle a la exitosa influencer y creadora del grito de guerra electoral “Fosfo-Fosfo” su crucial papel para contagiar a los electores, sobre todo a millennials y centennials de Nuevo León, de la euforia naranja.

Pero una cosa es reconocer ese mérito y otra muy distinta es que por decisión unilateral -y no del electorado- su esposo, el gobernador electo, le ceda a su mujer la mitad del bártulo del poder en la toma de decisiones.

Mariana Rodríguez no figuró en la boleta electoral y quienes emitieron su voto por Movimiento Ciudadano lo hicieron por Samuel García, el candidato, no por su esposa.

Buscar asumir un rol de moderna Evita Perón o de Marta Fox -que va más allá de las tareas sociales y asistenciales- suele culminar en un experimento político de alto riesgo y de no deseadas consecuencias.

Eso sin contar con que será difícil compaginar la imagen de primera dama de Nuevo León con el de la exitosa influencer, irreverente y sin filtros, con la que Mariana Rodríguez conquista un millón y medio de seguidores en sus redes sociales.

Pero ese asomo de matrocracia -el dominio de las mujeres en la sociedad- no es exclusivo de la popular esposa del gobernador de Nuevo León.

Marilú García, la esposa de Luis Donaldo Colosio, también sorprendió hace días, con una entrevista al diario El Norte, en la que advirtió que ella entraría a operar de lleno -con el permiso del alcalde electo de Monterrey- en todos los órdenes de la administración.

“Le dije a Luis Donaldo ¡cuidado!, porque no solamente en el DIF. Voy a poner ojo en todas las dependencias de todo el municipio… Ya me dieron el aval y ya me dijeron, Luis Donaldo me dijo ‘yo aquí solo les voy a dar indicaciones, pero Marilú es la que va a ordenar’”.

Colosio aceptó con su silencio lo dicho por su esposa. Ninguna declaración que le pusiera límites a ese poder ilimitado que ella misma se otorgó, cuando tampoco apareció en la boleta que cruzaron quienes votaron por el candidato naranja.

Samuel García y Luis Donaldo Colosio tendrían que ver el ejemplo en Palacio Nacional, donde Beatriz Gutiérrez Müller mantiene un bajo perfil público, que le permite a su marido, el presidente Andrés Manuel López Obrador, operar sin interferencias.

Desde que arrancó la Cuarta Transformación, Gutiérrez Müller rechazó el tradicional rol: “Yo no soy Primera Dama, llámenme Compañera”. Nada de clasismos, ni de adjudicarse poderes que el pueblo le otorgó a su esposo, no a ella.

Además, se volvió frecuente que tanto Samuel García como Luis Donaldo Colosio exijan, tanto a las autoridades o los medios de comunicación, no se metan con sus familias, que eso es vida privada.

“Lo que quiero pedir puntualmente, a la FEPADE, a las autoridades, es que saquen a mi familia de esto, que saquen a Mariana, mi esposa, de esto”.

Y tendrían razón, siempre y cuando ellos mantuvieran a sus familias -en este caso, a sus esposas- lejos de los reflectores públicos, en el sitio que les corresponde, no ejerciendo o compartiendo el poder que solo les fue conferido a ellos por el voto.

Cuando Vicente Fox arrancó su campaña presidencial, que culminó con su llegada a Los Pinos, algunos colaboradores y amigos muy cercanos decidieron abandonar precipitadamente aquel Sexenio del Cambio.

Personajes como José Luis “El Bigotón” González decían que los consejos o los acuerdos que sostenían con el candidato o con el presidente, no sobrevivían a las ocho horas de sábanas que compartía el candidato, o el presidente Fox, con la señora Marta.

Y ya ven cómo terminó aquel primer Sexenio de la Alternancia. Ahogado entre un toallagate, en medio de los escándalos de uno de los hijos de la Primera Dama, haciendo jugosos negocios al amparo del tráfico de influencias.

Y los acuerdos cruciales de la Nación… pactándose en la Cabaña Acogedora, no en el despacho presidencial. Aprendamos de la Historia. Nuevo León votó naranja, no rosa.

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