[hurrytimer id="116852"]
4 de octubre 2024

1 de octubre 2024

¡Que alguien me explique!

Es tu hora, Claudia

Claudia Sheinbaum Pardo, amaneces hoy con la banda presidencial cruzando tu pecho, en un hecho histórico que te instala como la primera mujer que gobierna a México

Por Ramón Alberto Garza

COMPARTE ESTA HISTORIA

Claudia Sheinbaum Pardo, amaneces hoy con la banda presidencial cruzando tu pecho, en un hecho histórico que te instala como la primera mujer que gobierna a México.

Ese trozo de tela puede ser tu pasaporte a la gloria, de servir al engrandecimiento de nuestro país… o tu boleto sin regreso al infierno del desprecio y del olvido. De nadie dependerá ese destino político, sólo de tus actos que, a partir de hoy, definirán de qué madera estás hecha.

Es una oportunidad única que tienes para emplear el poder que te otorgaron 36 millones de electores que esperan, en los próximos seis años -junto con el resto de los mexicanos- lo mejor de ti. A partir de hoy tienes en tus manos -si te decides- el bastón de mando que nadie más que los mexicanos te otorgaron. Aquel quien algún día te lo entregó simbólicamente, buscando decir que era tu dueño, ya no es su dueño. No a menos que tú se lo permitas. No a menos que le cedas tu poder.

Es entendible que tengas una gratitud histórica, personal, entrañable, hacia quien fue tu mentor político. Eso es muy generoso y admirable en cualquier ser humano. Pero no puedes, no debes permitir que ese noble gesto te convierta en una rehén de sus caprichos transexenales. No en estos momentos que cumples tu cita con la historia y con el destino de nuestra Nación.

Nadie te exige el rompimiento, pero sí una sana distancia con quien ya vivió durante seis años su oportunidad para gobernar a México y la desperdició. Y por más que demostraras una entendible lealtad, mientras no te cruzaran la banda presidencial, sabes bien que hay demasiado por rectificar, que es urgente reconstruir, que las cifras alegres de ese país de ilusión, si no las confrontas, si no rectificas, acabarán por anticipar el final de tu sexenio.

Eres una mujer inteligente, preparada en la academia, con sentido común. Tienes la sensibilidad suficiente para no engañarte creando fantasías que no corresponden a la realidad. Ése fue el deporte favorito de tu antecesor, el de inventarse “otros datos” para que la realidad se acomodara a sus caprichos. Como científica que eres, sabes bien que los datos son los que son, y si no se atienden, fallas y nos fallas.

Más pronto de lo que piensas enfrentarás, en carne propia, esa realidad de los datos reales, los de la herencia maldita que te dejó López Obrador. No los escondas, no los maquilles, porque al final del día, si no los revelas tal como son, y no rectificas lo que es rectificable, su estallido en tus manos será endosado a tu “incompetencia”.

Ya te asomarás en los primeros días de tu gobierno a ver, en toda su crudeza, el drama de la quiebra de Pemex, lo que la familia Barttlet hizo con una endeble e incompetente CFE o los miles de millones de pesos que necesitarás para mantener a flote el Tren Maya, Dos Bocas y el Aeropuerto Felipe Ángeles.

Pero todo esto palidecerá frente al más severo recorte presupuestal que se recuerde en tres décadas. Para conservar y acrecentar su poder, tu antecesor elevó el déficit fiscal a seis por ciento del PIB. A ti te corresponderá la ingrata tarea de devolver las finanzas nacionales a la realidad. El recorte de 700 mil millones de pesos de gasto público será muy doloroso. Lograrlo será imposible.

Si te empeñas en hacer de la gratitud a tu antecesor tu bandera presidencial, entrarás en crisis y por esos pobres resultados estarías fuera del gobierno en dos años. La revocación de mandato se encargará de cobrarte la factura. O tu antecesor y los suyos también.

Si decides enfrentar esa cruda realidad, con sus también dolorosas consecuencias, más temprano que tarde, el México reconstruido te lo reconocerá y te lo celebrará. Asómate a lo que, en su tiempo, Luiz Inácio Lula da Silva hizo con su antecesora Dilma Rousseff, quien dejó el poder en medio de un juicio político envuelta en escándalos de corrupción, de la petrolera Petrobras y de la famosa Operación Lava Jato. Ella, la guerrillera de los 70’s, no terminó su gobierno, fue obligada a renunciar y a pagar los platos rotos que quizás ella nunca rompió. Sólo los excesos del derechista, Jair Bolsonaro, le permitieron a Lula da Silva regresar al poder, pero ya sin tantos aspavientos populistas, con un diseño político más neoliberal.

Nadie espera que crucifiques de inmediato a López Obrador, sería suicida. El aparato que él mismo creó para controlarte, se volcaría en tu contra. Pero sí estás obligada a marcar tu territorio, a dejar en claro que todo lo que toleraste ya como presidenta electa -que te impusieran a la mitad del gabinete, que te llevaran de gira de gratitud o que te hicieran dueña de la vergonzosa disputa con España- sólo fueron actos de agradecimiento condescendiente para no amargarle la salida a tu antecesor. Tu gobierno, el de verdad, se inicia hoy.

No permitas que Jesús Ramírez, desde una falsa jefatura de gobierno, se adueñe de tu comunicación y te impongan la mañanera como estilo personal de gobernar. Su colección de enemigos los acabarás heredando, sin necesidad.

Deja en claro, con dos o tres golpes de timón, que sí eres la capitana de este barco llamado México y no, como se te pretende dibujar hoy, como una “grumete” al servicio de los verdaderos dueños que son López Obrador y familia.

Ya en el pasado inmediato se vivieron en México dos quiebres de presidentes que se vieron obligados -correcta o incorrectamente- a desmarcarse de sus antecesores. Lo hicieron, porque debieron dejar en claro quién gobernaba. En 1977, José López Portillo acabó enviando a las Islas Fiji a su mentor y antecesor, Luis Echeverría y en 1995, Ernesto Zedillo, quien frente al drama de su “Error de Diciembre” no vio más salida que encarcelar a Raúl Salinas de Gortari y pactar el exilio de Carlos Salinas en Dublín, en Irlanda.

Si a eso le sumas la ingrata tarea que tendrás para intentar ponerle límite al poder absoluto que se les dio a los desbordados militares, para recuperar los espacios de un gabinete impuesto, para definir en Palacio Nacional, en acuerdo con tu antecesor, la estrategia García Harfuch contra el crimen organizado, para palomear a la que será en las obras públicas tu “mafia del poder” y para sacudirte la sombra del apellido López -de Morena, del Senado, de la Cámara de Diputados- el reto luce descomunal. Pero nunca imposible.

Presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, amaneces hoy como jefa de Estado, en un convulso México al que le has prometido un segundo piso… confiemos en que esto no acabe en un segundo pozo. De tu decisión y de tu voluntad depende conquistar el cielo o caer más profundo en el infierno. Es tu hora, Claudia.

Publicidad
Publicidad
Publicidad