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24 de febrero 2022

¡Que alguien me explique!

El juego de la hipocresía

Pero de uno y de otro lado, del presidencial y del empresarial, es un juego hipócrita que ya nadie compra, porque ya se puede pronosticar que, en tres años, se estará firmando un décimo acuerdo de inversión que tampoco se materializará

Por Ramón Alberto Garza

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Creo que muchos mexicanos quisieran preguntarles a los empresarios que se reunieron a comer, el pasado martes con el presidente Andrés Manuel López Obrador, si lo cuestionaron sobre su escalada contra la libertad de expresión.

Valdría la pena saber si los próceres de la producción, la economía y las finanzas, asumieron su papel ciudadano y se indignaron -al menos un poquito- sobre el conflicto presidencial en el que están enfrascados los medios y los comunicadores buscando cada quién su verdad.

Porque es curioso que cuando el conflicto aplica a los intereses empresariales, los dueños del capital acuden a los medios y a las redes sociales para denunciar, para pedir a los comunicadores que se les abran espacios, que se les defienda exhibiendo sus puntos de vista. Que sus intereses son los intereses de México. Y sin duda, en general, tienen razón.

Pero hasta ahora no vemos que ningún dirigente del sector empresarial salga a dar la cara para exigir el esclarecimiento del asesinato récord de periodistas, en las primeras cinco semanas del 2022. Cinco colegas mancillados, uno por semana. El peor récord del mundo.

Tampoco se ve estrategia alguna para salir a interceder o incluso defender, lo mismo a Carlos Loret que a Carmen Aristegui, a Enrique Krauze o a Héctor Aguilar Camín, de los crecientes y reiterados ataques desde Palacio Nacional. Se esté de acuerdo con ellos, o no, es un asunto de libertad.

¿Alguien de verdad cree que la docena de sonrisas en la fotografía oficial de la comida presidencial con los jerarcas de los organismos empresariales son genuinas, espontáneas y naturales?

Se tendría que ser un masoquista profesional para apostar a que, como presumen los comunicados oficiales, de un lado y del otro, el encuentro fue de concordia, todo júbilo, una fiesta de despedida para Carlos Salazar para honrar su paso como líder el Consejo Coordinador Empresarial.

Para nadie es un secreto que, el inquilino de Palacio Nacional renegó una y otra vez del dirigente regiomontano, al que creía tener seducido con un trato de “cuates”, pero que en ciertos momentos de quiebre no actuó como lo esperaba su “amigo” el presidente. Le bajaron la cortina y encontraron en Antonio del Valle al sustituto extra muros.

Esas sonrisas que más que diplomáticas bien deben ser calificadas como hipócritas, de uno y otro lado, son diametralmente opuestas a los pensamientos que, sin duda, pasan por las neuronas de los presentes.

El presidente López Obrador tiene sobrados motivos para sonreír así, porque a pesar de que todas las mañanas defenestra a los empresarios, llamándolos bloque conspirador y golpista, debe estar pensando: ‘Míralos, como el cuento de las gallinas que tanto me gusta contar. No importa cómo las trates, aún desplumadas siempre vendrán por su maíz’.

Y los convidados al ágape para darle las gracias a Carlos Salazar, al mismo que se le ninguneó durante meses porque no se ceñía al guión, sin duda estarían pensando que era mejor estar en la casa del todopoderoso, tomándose la foto a su lado, que bajo el filo de la navaja dispuesta a decapitarlos.

Y ese talante solo le da la razón al presidente López Obrador. Los empresarios solo acuden en busca de la defensa de lo suyo, pero no de los suyos. Ni de los periodistas, ni de los niños con cáncer o los mexicanos sin medicamentos, ni de las ninguneadas feministas, ni de una política exterior que privilegia a impresentables y traidores, ya no se diga de la desviación de las políticas públicas.

¿Estará dibujada, en esa sonrisa colectiva del empresariado que acudió a la comida presidencial, su felicidad por el manejo de la economía, su júbilo por la estrategia de la 4T frente a la pandemia, su beneplácito por la debatida reforma eléctrica, su aval a los insultos a España, su condescendencia a la ya abierta confrontación de Palacio Nacional con el Capitolio y la Casa Blanca o lo nuevo de ayer, el reclamo a Austria por el Penacho de Moctezuma?

Si le damos la razón al presidente López Obrador cuando dice que el pueblo mexicano está muy politizado, pueden apostar a que todos leen la falsedad de esas imágenes, repetidas una docena de veces a lo largo de los primeros tres años de una Cuarta Transformación.

Los hombres de empresa, que de verdad le importan al inquilino de Palacio Nacional, son la mayoría de los que departen con él a solas, no “en bola”, en el llamado Consejo Consultivo.

Son los auténticos dueños de las empresas, a los que recibe juntos y uno a uno, algunos incluso con vajilla de porcelana y una pluma fuente junto al tenedor, para facilitar la firma de las asignaciones sin licitación de las grandes obras insignia de su sexenio.

Los que asistieron el martes a la comida de Palacio Nacional son en su mayoría no los dueños, sino los ejecutivos que operan las cúpulas empresariales que acuden en calidad de embajadores para comprar un tiempo que se les acaba y que les dé aire para resistir, con el menor daño, lo que falta del sexenio.

Pero de uno y de otro lado, del presidencial y del empresarial, es un juego hipócrita que ya nadie compra, porque ya se puede pronosticar que, en tres años, se estará firmando un décimo acuerdo de inversión que tampoco se materializará.

No se puede tapar el sol con una comida. No hay confianza. Y eso se refleja en las pobres cifras de inversión, de nuevos proyectos, de crecimiento.

Mejor que una foto de falsas sonrisas sería más sano para el destino de la Nación la exigencia de un diálogo que reemplace el monólogo en el que está instalado el jefe de la Nación.

Esas imágenes que destilan hipocresía, de uno y otro lado, es un juego perverso por el que más temprano que tarde pagaremos un precio muy caro.

La ausencia de equilibrios al poder, cada vez más absoluto en la figura presidencial, es ya un anticipo al pago de esa hipocresía hecha sonrisas.

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