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¡Que alguien me explique!

El autócrata y sus cortesanos

Lamentablemente, en eso está convertido el gabinete del presidente Andrés Manuel López Obrador. En un puñado de cortesanos capaces de torcer la ley y de distorsionar la realidad, con tal de complacer al soberano

Por Ramón Alberto Garza

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El autócrata solo puede ejercer el poder rodeado de cortesanos. No admite un soplo de contradicción.

El autócrata quiere ser el único que dicta reglas, que aprueba leyes, que manda en vidas y haciendas, por eso necesita de cortesanos que le repitan incesantemente “Sí Señor, lo que usted disponga”.

Lamentablemente, en eso está convertido el gabinete del presidente Andrés Manuel López Obrador.  En un puñado de cortesanos capaces de torcer la ley y de distorsionar la realidad, con tal de complacer al soberano.

Por eso, los apellidos Romo, Scherer, Sánchez Cordero, Moctezuma, Clouthier, Urzúa, Herrera y muchos otros ya no despachan en Palacio Nacional. Porque no estuvieron dispuestos a pagar el precio del “cortesanismo” que vivió su esplendor en la Francia imperial.

Pero para desgracia del presidente López Obrador -y para beneplácito del ejercicio de la Ley y de la justicia ciudadana- al mediocre cortesanismo cuatroteísta ya se le enfrentó la dignidad de la Suprema Corte.

El fallo que invalida que la Guardia Nacional sea manejada por la Secretaría de la Defensa constituye el último soplo democrático, en un México sofocado por los caprichos de quien presumiéndose demócrata, ya se despojó de sus máscaras y se exhibió como lo que es: un Perfecto autócrata.

El análisis de la reacción presidencial que le da marcha atrás a una iniciativa de Palacio Nacional borra su última página como demócrata y exhibe el autoritarismo lopezobradorista en todo su esplendor.

Aprobada por 8 votos a favor y tres en contra, el rechazo obligó al presidente López Obrador a reclamar la “traición” a dos ministros propuestos durante su gestión. El inquilino de Palacio Nacional esperaba que Margarita Ríos Farjat y Juan Luis González Alcántara votaran en favor de su propuesta. No fue así. Sacaron la casta y con mucha dignidad se sumaron a seis ministros más para declarar inconstitucional la propuesta.

Solo las ministras Yasmín Esquivel y Loretta Ortiz -ambas propuestas por el presidente López Obrador-, votaron en favor de una Guardia Civil militarizada. El tercer voto fue el del ministro Arturo Zaldívar.

Tal fue la furia presidencial que el mandatario no solo acusó de “traición” a Ríos Farjat y a González Alcántara, con cuyos votos podría haber sacado adelante su inconstitucional iniciativa, sino que se lanzó a un ataque en pleno contra la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

Y, en un desplante de autócrata infantil, el presidente López Obrador les pidió a los integrantes de su cortesano gabinete que no les levantaran el teléfono a los ministros. Es decir, ignoren al tercer poder constituido para vigilar el debido cumplimento de la Ley.

La relación entre el presidente López Obrador y la Suprema Corte está echada a perder.  La acelerada descomposición se dio desde que se descubrió el plagio de tesis de la ministra Yasmín Esquivel, quien era la favorita para convertirse en presidenta de la Corte para relevar al ministro Arturo Zaldívar.

El escándalo que subsiste obligó a los integrantes del máximo órgano judicial del país a cerrar filas y eligieron a la ministra Norma Piña como su presidenta.

Más tardó la nueva jefa de la Corte en sentarse que en pintarle una raya al presidente López Obrador. El mandatario quiso enviarla a un extremo del podium en el aniversario de la promulgación de la Constitución, un evento que ameritaba sentarla a su derecha. La presidenta de la Corte acusó recibo del desdén y simplemente se quedó sentada en su marginado sitio durante la salutación presidencial.

Desde entonces, el presidente López Obrador le tiene declarada la guerra a la ministra Norma Piña, con especial desprecio a los ministros Ríos Farjat y González Alcántara, a quienes ya marcó como “traidores”.

Y ya en el colmo de esa autocracia que raya en lo infantil, el inquilino de Palacio Nacional se dedicó a hacer berrinches mañaneros, exhortando a su cortesano gabinete a que no les reciban llamadas a los ministros la Corte.

Es lamentable que el presidente López Obrador se exhiba de esa manera, desafiando la separación de poderes garantizada en nuestra Constitución y esperando que todo se haga como él dispone y ordena.

Dentro de la misma Corte, es evidente la desesperación presidencial por defender el doble plagio de tesis de la ministra Yasmín Esquivel, propuesta por él mismo. En cualquier nación democrática, un delito así estaría castigado de inmediato con el cese de quien es acusada del doble plagio.

Pero esa es la pobre ética democrática que demuestra quien ya se siente acorralado y temeroso de que la Suprema Corte se convierta en el reducto último para defender los posibles abusos de un gobierno que hoy no tiene otro destino que perpetuarse en el poder.

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