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21 de septiembre 2017

¡Que alguien me explique!

Videgaray, el desaire

En México, si alguien da la cara por Donald Trump es Luis Videgaray, pero la crítica más severa es su exceso de tolerancia hacia los insultos del presidente de Estados Unidos

Por Ramón Alberto Garza

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Si alguien en México da la cara por Donald Trump ese es Luis Videgaray. El secretario de Relaciones Exteriores y hombre de todas las confianzas del presidente Enrique Peña Nieto, digiere sapos y culebras para sacar adelante su controvertida vinculación con el presidente de los Estados Unidos.

Pagó los platos rotos de la anticipada visita del candidato Trump, en una decisión que entonces le costó su posición como secretario de Hacienda.

Y acabó reivindicado tras la sorpresiva victoria del excéntrico empresario, gracias a las buenas relaciones que Videgaray tejió con el yerno Jared Kushner.

A partir de entonces fue llamado a dirigir la política exterior mexicana, para manejar las espinosas relaciones con un presidente anti-mexicano, ávido de deportar “dreamers”y levantar un gran muro en la frontera.

Desde entonces una de las críticas mas severas a la gestión de Videgaray en Tlateloco es su exceso de tolerancia hacia los insultos que Trump nos propina a los mexicanos.

Pero mas allá de lo que se sienta, lo que se ve en la secretaría de Relaciones Exteriores es una absoluta
complacencia y complicidad hacia las políticas de la administración Trump, no solo hacia latinoamérica sino para con el mundo entero.

Apartándose de la tradicional política de no intervención, Videgaray fue presto para condenar al
gobierno del dictador Nicolás Maduro.

La lectura continental es que México se alquiló de escudo para articular una estrategia de presión sobre
Venezuela, buscando que la abierta condena cundiera en el resto del continente.

Pero más tarde el porrismo de nuestro país se volvió global, cuando México fue la primera nación en anunciar la expulsión del embajador de Corea del Norte, como protesta por sus ejercicios nucleares.

Ni Perú, ni Chile, ni Argentina, ni Brasil se sumaron a esa línea que venía dictada desde el gobierno de Trump. Y México debutó como “mini-guarura”, desafiando en solitario al dictador de una nación beligerante y nuclear.

Pues todos esos servicios para con Trump y familia valieron de muy poco esta semana, cuando el presidente de los Estados Unidos convocó en Nueva York a los líderes latinoamericanos a una comida.

Debido al terremoto del 9 de septiembre, el presidente Enrique Peña Nieto se disculpó de asistir al conclave anual de jefes de Estado y envió en su lugar al canciller Videgaray.

Pero el secretario de Relaciones Exteriores que mas sirve a los propósitos de la política trumpista, fue excluído de la lista de invitados a la comida convocada por “su amigo”, el inquilino de la Casa Blanca.

Y ese desaire solo puede explicarse desde una de dos ópticas.

O Trump ya siente la política exterior mexicana como territorio propio y no necesita convocar a sus líderes a dialogar, como al resto de los jefes de Estado del continente.

O Trump y familia ven al canciller Videgaray como un empleado al servicio de sus intereses, en cuyo caso aplican la máxima de que los patrones y los empleados no se sientan a la misma mesa.

Sea cual fuere la respuesta, no es buena para el canciller Videgaray que tanto apostó a los Trump, aún a costa de su imagen.

Y menos buena es para México, que pierde respeto y estatura ante los ojos de un mundo que no entiende cómo le enmendamos la plana a un insensible que anuncia ante la ONU la aniquilación total de Corea del Norte y llama públicamente a su dictador Mr. Rocket Man.

Difícil entender por qué nos alquilamos como la trompeta de quien quiere llevar al planeta al Armagedón.

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