¿Cuánto falta para la elección?

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21 de julio 2022

¡Que alguien me explique!

¡Uy, que miedo!

Nadie en su sano juicio entiende cuál es el empeño del presidente Andrés Manuel López Obrador de boicotear, descarrilar e incluso aniquilar la relación con Estados Unidos, nuestro vecino y principal socio comercial

Por Ramón Alberto Garza

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Solo porque lo escuchamos y lo vimos ayer en la conferencia mañanera, si no, diríamos que es un absurdo e inexplicable suicidio público de alcance internacional.

Nadie en su sano juicio entiende cuál es el empeño del presidente Andrés Manuel López Obrador de boicotear, descarrilar e incluso aniquilar la relación con Estados Unidos, nuestro vecino y principal socio comercial.

Ese desplante intencionalmente cómico, acabó por ser una insultante y denigrante ofensa hacia la economía de la que México depende para su energía, alimentación, remesas, empleo, inversiones y financiamiento internacional.

El episodio fue la respuesta que el inquilino de Palacio Nacional le dio a la advertencia de las empresas norteamericanas de energía, que viendo secuestradas sus inversiones en México, anunciaron que irían a litigar el caso a los tribunales creados ex profeso para los diferendos del tratado de libre comercio entre Canadá, Estados Unidos y México. 

Pero eso no le gustó al presidente López Obrador y salió a mofarse diciendo: ¡Uy, que miedo! Todavía para echarle más sal a la herida, hizo que le pusieran la popular canción de Chico Che, “¡Uy, que miedo, mira cómo estoy temblando!”.

Se vale que el mandatario mexicano diga que no está de acuerdo con ir a los tribunales internacionales pactados; se vale que tenga su visión muy particular de soberanía; se vale, incluso, que quiera demostrarle al círculo verde, a los menos informados, que está defendiendo lo que a México le pertenece. Y eso lo puede manifestar abierta y diplomáticamente.

Lo que no es políticamente correcto es que se rompan todos los cánones para pitorrearse infantilmente de quienes, bajo las reglas del juego existentes en ese momento, apostaron miles de millones de dólares en México.

¿Qué pretende el presidente López Obrador con esos absurdos y desafiantes desplantes? ¿Es digno de un Jefe de Estado salir a “cantarle el tiro” -como dicen los niños  brabucones- y someter a burla al fajador de quien -te guste o no- depende tu subsistencia?

Una actitud presidencial así solo es explicable desde la óptica de que al inquilino de Palacio Nacional no le cayó en gracia ni el trato, ni lo que escuchó en las salas y en los pasillos de la Casa Blanca.

Menos aún que se hiciera tan evidente que días después de esa áspera visita -que por más que lo intenten no se puede disfrazar de exitosa- se capturara a Rafael Caro Quintero, el capo más buscado en los Estados Unidos, por el que daban la más alta recompensa: 20 millones de dólares.

Y para demostrarle al pueblo bueno y sabio que la soberanía es la soberanía, por encima de lo legalmente firmado, sale a desafiar al Imperio. La diferencia es que, en los tribunales internacionales, la Ley sí es la Ley. Y sabe que el capricho de Manuel Bartlett -el mismo político de los días de gloria de Rafael Caro Quintero y el mismo de la abortada Ley Eléctrica- nos va a salir muy caro.

La otra posibilidad es que el presidente López Obrador padezca -como se viene insistiendo- alguna enfermedad que lo pueda postrar pronto, en cuyo caso se envuelve en la bandera mexicana y se lanza al vacío ante lo que califica como una embestida intervencionista en actos soberanos. Sabe que los días están contados y se inmola por la Patria. Busca mudar para la Historia el potencial rostro de villano para encarnar al héroe.

Algo similar a lo que sucedió con el benemérito Benito Juárez quien, ante la intervención y la instalación del imperio de Maximiliano, decidió trasladar a la República en su carruaje, con la Constitución bajo su brazo.

Pero la insensatez y la burla presidencial hacia el gobierno y hacia los inversionistas norteamericanos no se quedaron en la transmisión de la Mañanera.

Apenas entrada la tarde, la agencia Reuters desplegaba una amplia nota sobre la burla presidencial hacia los Estados Unidos. Sin duda una mayor cobertura que la que se le dio a la visita del presidente mexicano a la Casa Blanca.

Y la información recalcaba cómo el presidente López Obrador dijo en su Mañanera que el diferendo era acerca de intereses ultraconservadores, que solían saquear, robar. “Ellos pensaban que el país les pertenecía”.

El cuestionamiento de fondo es que, después de estos desplantes de insensatez, cómo dejará el inquilino de Palacio Nacional la mesa desordenada para cuando se den las obligadas negociaciones que deba hacer Tatiana Clouthier.

La secretaria de Economía fue más sensata, más conciliadora, declarando que se buscaría un arreglo benéfico para todos. ¿Después de la burla presidencial, alguien le tendrá confianza a la palabra de cualquier funcionario mexicano que sea enviado a negociar o a litigar?

Algún canta-autor de nuestros días tendría que salir a componer una nueva canción que se titule ¡A Ponerse a Temblar! Es lo menos que estaremos cantando cuando vengan las reacciones a lo que es, evidentemente, un estúpido e innecesario desafío. En energía, en seguridad, en drogas, en inversiones.

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