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Urzúa: la traición

Ni el presidente Andrés Manuel López Obrador ni el gobierno de la Cuarta Transformación se merecían una renuncia traicionera como la que presentó hoy Carlos Urzúa a la Secretaría de Hacienda. Baste analizar el sorpresivo texto para ver cómo cobardemente Urzúa lanza la piedra y esconde la mano.

Por Ramón Alberto Garza

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Ni el presidente Andrés Manuel López Obrador ni el gobierno de la Cuarta Transformación se merecían una renuncia traicionera como la que presentó hoy Carlos Urzúa a la Secretaría de Hacienda.

La carta de dimisión de quien recibió la honrosa distinción de ser el hombre con el poder de la chequera nacional, habla por sí sola de la pequeñez y de la poca lealtad hacia quien depositó en sus manos toda la confianza.

Baste analizar el sorpresivo texto para ver cómo cobardemente Urzúa lanza la piedra y esconde la mano.

Dice en su carta de renuncia el hasta ayer secretario de Hacienda: “…en esta administración se han tomado decisiones de política pública sin el suficiente sustento”.

¿Podría ser un poco mas hombrecito, señor Urzúa, y enlistar esas decisiones, para que no le deje al imaginario colectivo nacional e internacional, el adivinar qué no le gusto a su merced?

Si quiere alguna referencia, solo haga marcha atrás y revise la carta de renuncia de Germán Martínez a la dirección del Seguro Social. Esa sí daba cuenta de hechos y detalles, y no escondía sus motivos tras falsas cortinas de humo.

Pero la joya de la corona aparece en el texto, cuando Urzúa dice: “Me resulta inaceptable la imposición de funcionarios que no tienen conocimiento de la Hacienda Pública”.

Una vez más, señor Urzúa, nombres, nombres, nombres. ¿A quién le quisieron imponer que no le gustó, si usted a través de su cofradía del Colegio de México se adueñó de todas las oficialías mayores desde donde controlaba hasta el último cheque que se expedía?

En su Secretaría de Hacienda, y a través de la Oficialía Mayor, operada por Raquel Buenrostro, se congeló el presupuesto nacional que hoy tiene semiparalizada la economía nacional.

Para Urzúa la presunción era que todo era corrupción. Y desde esa óptica se cancelaron las licitaciones de medicamentos, las de los libros de texto, se paralizó el deporte, se boicoteó a la Banca de Desarrollo y fueron instalados algunos de sus incondicionales en el SAT.

Decretó el necesario mega recorte ordenado por el presidente López Obrador, pero no le alcanzó. Y lo acompañó de otro más y de un tercer tijeretazo.

Salgan a preguntar a las distintas secretarías de Estado para que intenten encontrar la explicación de lo inexplicable. Detenidos pagos de sueldos y a proveedores; frenadas las compras, aún las urgentes. De los proyectos mejor ni hablamos.

Y mientras tanto los pronósticos de crecimiento del país a la baja; y mientras tanto, las calificaciones al riesgo país en descenso.

Pero ya en el exceso de la insidia, el ya ex secretario de Hacienda habló de imposiciones de “personajes influyentes del actual gobierno con un patente conflicto de interés”. Por tercera ocasión, señor Urzúa. Nombres, nombres, nombres. Detalles.

Lo que se asoma detrás de la renuncia de quien se desempeñó tan efímeramente como un poderoso operador de la Cuarta Transformación, es que las cosas no se dieron como él o su equipo las querían.

“Me veo orillado a renunciar a mi cargo”, cerró diciendo en la carta de renuncia. Aventó el arpa, en martes por la mañana, al abrir los mercados, sin esperar al viernes para que se mitigara la noticia.

No le guardó el mínimo respeto al presidente López Obrador, quizá porque actuó bajo la tutela de sus reales patrones, aquellos a los que en 1995 se les fue de las manos el error de diciembre.

Y al dude que aquello fue un berrinche, que voltee a ver la cara de Arturo Herrera cuando el presidente lo ungía como el nuevo titular de Hacienda. Ese rostro lo refleja todo.

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