¿Cuánto falta para la elección?

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24 de enero 2022

¡Que alguien me explique!

¿Sheinbaum, la heredera?

Lo venimos advirtiendo desde hace meses en este espacio. El quiebre de la regla de adelantar la sucesión presidencial, tres años antes de que suceda, solo obedece a que buscaba placear a su favorita, que es Claudia Sheinbaum

Por Ramón Alberto Garza

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Pecan de ingenuos quienes compran aquello de que el cateterismo o revisión al sistema cardiovascular que se le practicó el pasado viernes por la tarde, al presidente Andrés Manuel López Obrador, ya estaba “programado”.

Nada de eso. Si así lo fuera, él mismo lo habría anunciado en la mañanera del viernes para evitar cualquier sorpresa entre los ciudadanos, como se dio entre el mediodía y la tarde cuando se conoció que el mandatario había ingresado al Hospital Militar de la Ciudad de México.

Algo sucedió durante o después del desayuno del viernes -algún coraje en las discusiones energéticas con las enviadas norteamericanas, por ejemplo- que el inquilino de Palacio Nacional mostró signos de un desvanecimiento, taquicardias y alta presión. Los médicos lo revisaron y se concluyó que era necesario acudir al hospital.

Ya en el nosocomio se detectaron una serie de irregularidades en arterias y corazón, que obligaban a practicar el cateterismo, que exige cierta dosis de anestesia, pero que por no haber digerido todavía el  desayuno se exigía que pasaran al menos unas cuatro o cinco horas.

Por eso, el procedimiento fue practicado hasta en la tarde. De su resultado no conocemos el detalle porque se mantiene en el más completo hermetismo entre los médicos que atendieron al más importante paciente de la nación.

Debemos conformarnos con el optimista “todo está muy bien” y “no se encontró nada” al que nos tiene acostumbrados el presidente López Obrador, cuando suceden estos episodios, sean en otros casos cardiacos similares o en sus dos contagios de coronavirus.

Pero frente a ese hermetismo, las imágenes hablan por sí mismas. El jefe del Estado mexicano exhibe indicios de parálisis facial, inmovilidad de la mano izquierda, dificultad para articular sus dedos y otros signos que revelan deterioro en la salud.

Pero más allá de conocer el detalle de esos resultados, que por la relevancia del personaje deberían ser del conocimiento público, a su regreso a Palacio Nacional, el mandatario grabó un video en el que -además de dar los pormenores de su episodio médico- lanzó lo que él mismo llamó como su “testamento político”. Y eso sí sacudió la estructura política nacional.

De acuerdo al Diccionario de la Real Academia Española, la palabra “testamento” es “la declaración que de su última voluntad hace alguien, disponiendo de bienes y de asuntos que le atañen para después de su muerte” o también “serie de resoluciones que por interés personal dicta una autoridad cuando va a cesar en sus funciones”.

Nadie podemos soslayar que, por una razón o por otra, el presidente López Obrador se ve en la necesidad de anunciar ese testamento.

El mandatario siente cerca la muerte, que igual puede ser física o política, por incapacidad para continuar en el cargo. Es decir, teme que en cualquier momento pueda “cesar en sus funciones”. Y busca nombrar heredero.

Una situación similar a la que sucedió en Venezuela, cuando en el 2013, el entonces presidente Hugo Chávez, acosado por el cáncer, salió a dar su testamento para pedir que su mandato lo continuara Nicolás Maduro, su heredero.

Aquí la pregunta obligada es: ¿Para quién es el testamento del presidente Andrés Manuel López Obrador?

Por supuesto que el mandatario no es el dueño de la Patria, como para testamentar su propiedad, pero sí es el recipiente de la mayoría de las voluntades ciudadanas en edad de elegir y sobre quienes busca influir para que apoyen a un sucesor o sucesora el día que él falte.

Lo venimos advirtiendo desde hace meses en este espacio. El quiebre de la regla de adelantar la sucesión presidencial, tres años antes de que suceda, solo obedece a que buscaba placear a su favorita, que es Claudia Sheinbaum.

En una sucesión normal, es absurdo destapar a la jefa de Gobierno de la Ciudad de México con tanta anticipación para que sus adversarios la ataquen con cuestionamientos, investigaciones y conspiraciones.

El efecto que buscó el presidente López Obrador desde el primer día en que dijo que Sheinbaum era su precandidata favorita, fue el de establecer quién es de sus discípulos aquel que personifica mejor su legado y su lealtad tras su partida.

Todas esas muestras públicas de exhibición entre el mandatario y su pupila política -la niña de sus ojos- es el mismo efecto de Chávez anunciando a Maduro en el testamento de su relevo.

Lo que el inquilino de Palacio Nacional viene haciendo desde hace meses es decirle a sus votantes, a los que lo mantienen arriba del 65 por ciento de aprobación, que no se equivoquen, que la jefa de Gobierno de la Ciudad de México es “la heredera”, quien debe continuar con su legado. Sea como interina o en la próxima elección presidencial.

Por supuesto que el anuncio de un “testamento político”, que solo se menciona de nombre, pero del cual no se dan detalles, solo abre las puertas a la especulación y al conspiracionismo.

Eso debe calcularlo el presidente López Obrador porque está abriendo una nueva Caja de Pandora muy anticipada a la del 2024, porque como ya sucedió en 1994, se le pueden soltar los demonios.

Lo único que está claro tras el episodio del cateterismo es que el presidente siente que, en cualquier momento, podría dejar el cargo y no quiere dejar hilos sueltos. Comenzó ya a tejer el suéter a la medida de su sucesor… o sucesora.

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