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¡Que alguien me explique!

Hipócritas sin memoria

Pobre y miserable ejemplo de mala memoria están dando el PAN y Marko Cortés al censurar el presunto pacto de impunidad de Andrés Manuel con la clase política y empresarial del pasado. Que alguien les recuerde los pactos de impunidad entre el PRI y el PAN. Esos que siempre fueron en lo oscurito, canjeando favores y contratos en todos los niveles; al menos el borrón y cuenta nueva de Morena se da por arriba de la mesa, sin esconderse y con una clara intención de Estado

Por Ramón Alberto Garza

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Pobre y miserable ejemplo de hipocresía y mala memoria están dando el Partido Acción Nacional y su nuevo líder Marko Cortés.

Su precipitada censura al presunto pacto de impunidad del presidente Andrés Manuel López Obrador con la clase política y empresarial del pasado, no podía estar más fuera de lugar que con los albiazules.

El líder panista salió a denunciar lo que consideró un burdo pacto entre López Obrador y el ex presidente Enrique Peña Nieto.

La primera falacia de Marko Cortés es que de hacerse efectivo el borrón y cuenta nueva no sería exclusivo ni para el mandatario anterior ni para los priistas. Va también para todo lo que viene atrás, incluyendo los presidentes panistas Vicente Fox y Felipe Calderón.

Y aquí tenemos que recordarle al joven dirigente que el primer pacto de impunidad en una transición corrió por  cuenta del primer mandatario panista, Vicente Fox, quien se comprometió a no perseguir ni al ex presidente Ernesto Zedillo ni a alguno de sus hombres.

Por eso en el sexenio foxista ningún funcionario priista, no digamos algún tiburón, ni siquiera un charalito, pisó la cárcel. Y Marta Fox fue la ambición tras el trono responsable de pactar en la acogedora Cabaña Presidencial el cogobierno cómplice con el PRI.

¿Alguien ya olvidó el pacto de impunidad entre los operadores del Pemexgate, ese que transfirió decenas de millones de pesos del Sindicato Petrolero a la campaña priista de Francisco Labastida a cambio del silencio de los priistas para ya no perseguir los dineros de la campaña panista que transitaron por Amigos de Fox? ¿Eso no es borrón y cuenta nueva?

Y ni qué decir del otro pacto de impunidad, el del 2006,  cuando los priistas fueron clave para que Felipe Calderón llegara a Los Pinos, a cambio también de no tocar los intereses de los tricolores y devolver en 2012 las llaves de la casa presidencial al PRI.

Ese pacto consolidó la creación oficial del llamado PRIAN, en donde nadie podía identificar qué intereses operaban a favor del PRI y cuáles del PAN. Eran los mismos.

¿Acaso Francisco Gil Díaz, Agustín Carstens o José Antonio Meade eran militantes panistas cuando ocuparon la secretaría de Hacienda en los sexenios de Fox y Calderón? ¿Algún día los dos mandatarios panistas tuvieron firma en la chequera de la nación?

Y el pacto de impunidad nacido en la transición Zedillo-Fox, refrendado en la de Fox-Calderón, se ratificó en el cambio de Calderón a Enrique Peña Nieto.

¿Alguien recuerda que el gobierno saliente investigara los negocios en Pemex de la familia Mouriño o de Jordi Herrera?

¿Podría pasar la prueba de ácido la venta de la empresa de Hildebrando Zavala a Carlos Slim, consumada después de que el cuñado Felipe Calderón le diera a empresario los multimillonarios contratos de Plataforma México?

Quizás los escasos 23 años que tenía Marko Cortés en el 2000 o los 29 que apenas alcanzaba en el 2006 no le dan para entender o recordar el amasiato entre su partido y los intereses tricolores.

Pero la ignorancia de los hechos no justifica que hoy se instale como la espada que censura la intención del gobierno de la Cuarta Transición para no agitar las aguas y entrar en una línea de confrontación de la que pocos salgan con vida y México sea el gran perdedor.

La diferencia entre los pactos de impunidad entre el PRI y el PAN es que siempre fueron en disimulo, en lo oscurito, por debajo de la mesa, canjeando favores y contratos en todos los niveles.

Mientras que el borrón y cuenta nueva de Morena se da por arriba de la mesa, sin esconderse y con una clara intención de Estado. En una confrontación descomunal solo se hipotecaría el futuro del cambio.

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