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El atentado a Ciro

Al margen del desenlace de las investigaciones, el atentado perpetrado contra el periodista Ciro Gómez Leyva es deplorable y condenable

Por Ramón Alberto Garza

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Al margen del desenlace de las investigaciones, el atentado perpetrado contra el periodista Ciro Gómez Leyva es deplorable y condenable.

El ejercicio de la libertad de expresión es piedra angular de cualquier democracia y atentar contra esa norma con violencia es un intento por silenciar voces que tienen todo el derecho a expresarse, a ser escuchadas frente a los abusos del poder, sea político, económico o del crimen organizado.

En México, por desgracia, la violencia contra los hombres y las mujeres de la comunicación ya es el pan nuestro de cada día. Ya está convertido en la normalidad. No en balde por cuarto año consecutivo tenemos el deshonroso privilegio de ocupar el primer lugar en el planeta en el número de asesinatos a periodistas.

Tan solo en los primeros 10 meses de este 2022 se rompió el récord como el año más mortífero en México para ejercer ese oficio. Catorce asesinatos y contando. Más peligroso ejercer el periodismo en nuestro país que en Ucrania o en Yemen, naciones en guerra. Eso lo asienta en su informe de este año la organización mundial Reporteros Sin Fronteras.

Pero el caso de Ciro Gómez Leyva lo que viene a exaltar es la siembra de odios que desde el poder se ejerce en contra de comunicadores que le son incómodos al régimen en turno.

Desde Donald Trump, en Estados Unidos, pasando por Jair Bolsonaro en Brasil o Nayib Bukele en El Salvador, los mandatarios extremistas “villanizan” a la prensa, a la televisión y a las redes sociales que los cuestionan, despreciando la labor de difusión de las ideas y haciendo del insulto directo su arma de defensa contra todos aquellos que no opinan como ellos o que opinan en su contra.

Si eso fuera cierto, ni Trump ni Bolsonaro -por citar a dos verdugos compulsivos de los medios y los periodistas- habrían perdido sus respectivas reelecciones. La crítica en ambos casos tenía razón. Y el pueblo ya no los avaló en las urnas.

Pero, sin duda, el mandatario que mejor tipifica en el mundo al sembrador de odios contra los comunicadores es el presidente Andrés Manuel López Obrador.

Desde su diario púlpito, el inquilino de Palacio Nacional ha convertido su conferencia mañanera en un patíbulo para ejecutar a quienes lo cuestionan en los medios de comunicación.

Sin recato alguno, el presidente López Obrador deja caer la guillotina con juicios sumarios, la mayoría falsos, sobre la labor de determinados periodistas o de algunos medios de comunicación a los que demoniza a diario.

La aversión presidencial contra el Grupo Reforma, El Universal o El Financiero, así como contra los periodistas Carlos Loret, Raymundo Riva Palacio, Ciro Gómez Leyva, Sergio Sarmiento e incluso Carmen Aristegui y Denise Dresser, o Enrique Krauze y Héctor Aguilar Camín, es de antología.

Todo lo que ellos digan o publiquen, tengan o no razón, merece el desprecio presidencial y, por supuesto, del pueblo bueno y sabio. Aunque para justificarlo lo disfracen de derecho de réplica presidencial.

Por fortuna, Ciro Gómez Leyva no cayó en el juego fácil de fabricar presuntos culpables. Y con justa razón habrá que esperar a que se terminen las investigaciones para concluir si fue algo que publicó o difundió y que incomodó a alguien de poder -político, económico o del crimen organizado- o si el atentado es una provocación para agitar todavía más las turbias aguas de la política nacional.

Lo único cierto es que el gran sembrador de odios contra los periodistas, mora y pernocta en Palacio Nacional. Y si a esa siembra de odios se le suma el factor impunidad, al dejar sin solución las muertes de decenas de periodistas, la mezcla es letal. Odio más impunidad igual a invitación a hacerle el favor a alguien.

Bien haría el presidente López Obrador en revisar su estrategia de siembra de odios hacia los comunicadores, porque podría acabar convertida en un boomerang.

Por supuesto que el mandatario tiene todo el derecho de defenderse de acusaciones, con hechos, no con insultos o defenestraciones hacia medios y periodistas.

Le guste o no al inquilino de Palacio Nacional, aquellos que jalaron el gatillo en el atentado contra Ciro Gómez Leyva piensan, sin duda, que también le hicieron un favor al presidente. Y eso es muy peligroso.

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