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¡Que alguien me explique!

¿Dónde está don Eugenio?

Bajo el cliché lopezobradorista, don Eugenio sería clasificado hoy por el dueño de las mañaneras como un conservador, fifí, que solo buscaba el lucro en sus negocios. Quizás, incluso, lo ubicaría como integrante de la Mafia del Poder

Por Ramón Alberto Garza

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Cincuenta años se cumplieron ayer domingo 17 de septiembre, de que don Eugenio Garza Sada fue asesinado por la Liga Comunista 23 de Septiembre.

No leí, ni escuché ningún pronunciamiento del presidente Andrés Manuel López Obrador lamentando aquel trágico deceso, ocurrido en 1973 en las calles de Monterrey.

Quizás si don Eugenio hubiese llevado los apellidos Allende, Castro, Chávez, Ortega, Maduro o Morales el mandatario habría tomado incluso un avión para trasladarse a la metrópoli regiomontana para rendirle justo tributo al prócer empresarial, como lo hizo la semana pasada cuando viajó seis horas en avión hasta Chile para hacer lo propio con el 50 aniversario luctuoso del presidente comunista Salvador Allende, quien perdiera la vida en el golpe de Estado asestado por el general Augusto Pinochet.

Pero el inquilino de Palacio Nacional no trata de hacer un acto de justicia, sino de rendir culto ideológico a sus afines, sin importar los méritos que forjaron otros prohombres como don Eugenio para hacer de México un mejor país.

Bajo el cliché lopezobradorista, don Eugenio sería clasificado hoy por el dueño de las mañaneras como un conservador, fifí, que solo buscaba el lucro en sus negocios. Quizás, incluso, lo ubicaría como integrante de la Mafia del Poder.

De poco serviría al presidente López Obrador saber que el empresario asesinado en 1973 fue, junto con su familia, el vanguardista creador de prestaciones a sus empleados que en aquellos lejanos años no eran obligatorias por Ley. Más aún, no existían, ni político alguno las había imaginado aún.

Bajo la batuta de su padre, don Isaac Garza, se crea en las empresas de Cervecería Cuauhtémoc y de Fábricas Monterrey, la Clínica Cuauhtémoc y Famosa, con la que se inauguró el primer servicio médico gratuito a las familias de los trabajadores. Eso sucedió 25 años antes de que en México se creara el Instituto Mexicano del Seguro Social y la prestación médica se hiciera obligatoria en todas las empresas.

Y para 1957, el conglomerado de don Eugenio ya les otorgaba la prestación de vivienda a sus trabajadores, 15 años antes de que esta fuera una prestación obligatoria con la creación en 1972 del Infonavit. Quince años adelantado a su tiempo.

Ni que decir de la creación de otra de las obras insignia de don Eugenio, el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, que constituido en 1943 es hoy la institución de educación superior más importante de México.

Sobrarán los intelectuales de izquierda que digan que esa es una universidad fifí. Yo puedo dar testimonio de lo contrario, porque fui un becario de esa Casa de Estudios, gracias a la generosidad de don Eugenio, quien desde la fundación de esa institución, hasta estos días, continúa otorgando becas a miles de mexicanos que sin tener los recursos suficientes, pero exhibiendo buenas calificaciones, son admitidos a estudiar en los 25 campus desplazados por el Tecnológico de Monterrey en el territorio nacional.

Pero el presidente López Obrador carece de la humildad y la sensatez para reconocer lo que un hombre como don Eugenio Garza Sada hizo por México. Dos botones de muestra para confirmarlo.

En la Comisión de Derechos Humanos se instaló como su titular a Rosario Piedra Ibarra, la hermana de Jesús Piedra Ibarra, uno de los presuntos integrantes del comando de la Liga Comunista 23 de Septiembre, que asesinó a don Eugenio Garza Sada.

Y dos, en los nuevos y controvertidos libros de texto gratuitos, redactados y distribuidos por el gobierno de la Cuarta Transformación, a los que empuñaron las armas en aquel grupo terrorista que ultimó, hace 50 años, al empresario regiomontano se les releva de su responsabilidad en el intento de secuestro y asesinato. Se venera el operar fuera de la Ley, mientras que a las víctimas como don Eugenio se les condena al silencio y al olvido oficial.

Cuando don Eugenio fue asesinado, las calles de Monterrey se inundaron de cientos de miles de regiomontanos dolientes que le acompañaron espontáneamente hasta su última morada.

¿Alguien podría citar hoy el nombre de algún político o empresario que pudiese llevar un contingente similar a llorar su muerte en un funeral público?

Pésele a quien le pese, comenzando por el inquilino de Palacio Nacional, la memoria de don Eugenio Garza Sada continúa vigente 50 años después de que le arrebataran la vida, delincuentes que hoy su gobierno ensalza y vanagloria.

¿Dónde están los “Don Eugenios Garza Sada” de nuestros días?

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