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¡Que alguien me explique!

¿Con quién juega AMLO?

Coincidencia o no, el que México no apareciera con su líder (AMLO) en la Cumbre del G20 en Italia, junto a los otros grandes ausentes como China y Rusia, volvió a encender las luces amarillas con nuestro vecino del norte

Por Ramón Alberto Garza

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Un jefe de Estado (como AMLO) que se precie de serlo tiene entre sus responsabilidades el dialogar con sus pares para buscar soluciones a los graves problemas internacionales.

Mas aún, si ese mandatario pertenece a la élite del G20, el bloque donde están inscritas las 20 economías más sólidas del planeta y si ese cónclave es el primero en los 19 meses de encierro de la pandemia.

Por eso, llama la atención que el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) le haya rehuido a asistir esta semana a la cumbre mundial de los poderosos, entre los que se incluye a México.

Ahí estaban el anfitrión Mario Draghi; el norteamericano Joe Biden; la alemana Angela Merkel; el inglés Boris Johnson; el francés Emmanuel Macron; el canadiense Justin Trudeau; el español Pedro Sánchez; el brasileño Jair Bolsonaro y el argentino Alberto Fernández, entre otros.

La ausencia justificada fue la del premier japonés, Fumio Kishida, quien se excusó por tener que supervisar las elecciones en su país.

Y los grandes ausentes -sin justificación clara- fueron el presidente ruso Vladimir Putin, el chino Xi Jinping y el mexicano López Obrador.

Curioso que la triada de los ausentes fueran China, Rusia y México. La animadversión de China y Rusia hacia Estados Unidos, al gobierno de Biden y sus aliados, es entendible. Pero ¿y México?

La pregunta no es menor si se recuerda que hace apenas unas semanas, a mediados de septiembre, se celebró en México la reunión de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños.

Y que en esa misma cumbre regional provocó urticaria diplomática el hecho de que México le cediera el honor del video-discurso inaugural al premier chino Xi Jinping, un líder que no está insertado en el Continente Americano.

El gesto de México hacia China, en una cumbre latinoamericana, levantó más de una ceja en la comunidad internacional, sobre todo con los Estados Unidos, que libra una guerra tecnológica y financiera que viene elevando las tensiones entre los dos gigantes económicos del planeta.

Por ello, coincidencia o no, el que México no apareciera con su líder en la Cumbre del G20 en Italia, junto a los otros grandes ausentes como China y Rusia, volvió a encender las luces amarillas con nuestro vecino del norte.

Sobre todo, porque hasta ahora, el único viaje internacional hecho en los primeros tres años de gobierno del presidente López Obrador (AMLO) se dio el 7 de julio del año pasado.

La visita fue a la Casa Blanca, en plena campaña presidencial de los Estados Unidos, en un acto que fue abiertamente interpretado como un espaldarazo del gobierno mexicano al entonces presidente Donald Trump, quien buscaba afanosamente la reelección. El apoyo fue en vano.

Desde entonces, por más que la cancillería de Marcelo Ebrard insista que las relaciones con el nuevo gobierno de los Estados Unidos atraviesan “por su mejor momento”, lo cierto es que son tibias, con tendencia a enfriarse todavía más.

Solo la debilidad mostrada en el primer año del gobierno de Joe Biden, combinada con la urgencia norteamericana de que México le ayude a frenar la ola migratoria de Centroamérica y de Haití, abren el espacio de la tolerancia que impide a los norteamericanos un reclamo más frontal y directo.

Sobre todo, cuando están sobre la mesa asuntos bilaterales  tan delicados como la ausencia en México al combate del crimen organizado, la corrupción en puertos y aduanas que permite el ingreso indiscriminado de los precursores chinos para fabricar el Fentanilo, que mata a decenas de miles en los Estados Unidos.

También cuando se debaten los alcances de la captura de Alex Saab, el prestanombres del venezolano Nicolás Maduro, quien lavó cientos de millones de dólares del erario venezolano con la complicidad de funcionarios y empresarios mexicanos.

El presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) irá el próximo 9 de noviembre a Nueva York. Va obligado porque México presidirá el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, una posición que estará bajo la batuta del embajador Juan Ramón de la Fuente.

La expectativa de lo que haga o vaya a decir el mandatario mexicano, en el máximo escenario de la diplomacia mundial, es muy alta. Sus pronunciamientos serán analizados con lupa, a la luz del aparente acercamiento de México a los intereses de China y de Rusia.

La promesa del inquilino de Palacio Nacional es la de que hablará sobre lo que él considera que es el principal problema del mundo: la corrupción que produce desigualdad.

¿Se atreverá el presidente López Obrador a cuestionar a las plutocracias políticas de China y de Rusia, que desde sus gobiernos autócratas y una amplia red de corrupción, crearon en las últimas décadas todo un linaje de multimillonarios favorecidos por los intereses de sus gobiernos dictatoriales?

Será interesante analizar el contenido y la intención del discurso del mandatario mexicano al instalarse el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Si esto fuera un partido de beisbol, como los que tanto le gustan al inquilino de Palacio Nacional, quizás entonces podremos descifrar con qué equipo está alineado el presidente López Obrador (AMLO).

¿Vestirá a México con el uniforme azul o acabará por definirse por el rojo con el que tanto se viene coqueteando?

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