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Biden, el peligro

Lo que hoy se espera pueda ser el fin de la peor pesadilla política para los Estados Unidos, también puede transformarse en una nueva pesadilla para una nación dividida, radicalizada, balcanizada, en pie de guerra

Por Ramón Alberto Garza

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Aquellos que piensen que con la salida de Donald Trump se acabó la pesadilla en la Casa Blanca, podrían estar muy equivocados.

Peor aún, quienes confían en que el nuevo gobierno de Joe Biden será una transición tersa, el trazo de una nueva ruta, podrían estar festejando muy anticipadamente.

Lo que hoy se espera pueda ser el fin de la peor pesadilla política para los Estados Unidos, también puede transformarse en una nueva pesadilla para una nación dividida, radicalizada, balcanizada, en pie de guerra.

Porque cuando Joe Biden y Kamala Harris presten hoy su juramento frente al mancillado Capitolio, sede del alma democrática norteamericana, el nuevo mandatario y su vicepresidenta tendrán como su desafío principal articular una profunda operación cicatriz.

Por donde se le vea, Trump le está heredando a Biden una nación colapsada en lo sanitario, en lo político y en lo económico. El tejido social de los Estados Unidos está desgarrado.

Ya no existe un solo sueño americano. Hoy sobreviven dos. Muy distantes, muy distintos, muy ajenos.

Uno es el de aquellos que ven en la llegada de Biden la recuperación de la gran nación como baluarte de la seguridad mundial, de las mejoras en el cambio climático, de los acuerdos con el mundo libre, y de los valores que alimentan la democracia y el libre mercado.

El otro es el de aquellos convencidos por su líder -Donald Trump- que los desalojaron de la Casa Blanca por la ruta del gran fraude electoral. Que el llamado Estado Profundo recuperó los controles del pantano. Y que habrá que luchar, incluso con las armas, para recuperar los territorios perdidos.

La peor herencia de Trump es que en su sinuoso camino de cuatro años como líder de la nación más poderosa del planeta, confrontó a los norteamericanos, que viven hoy tan divididos como no se veía desde la Guerra Civil.

Será una tarea titánica, desafiante y muy peligrosa, que el presidente Biden pueda tejer con sus políticas públicas un nuevo pacto de unidad, libre de los venenos de odio que dispersaba todos los días su antecesor Trump.

Lo primero que estará en peligro será la vida misma del nuevo presidente de los Estados Unidos, a quien la mitad de los conciudadanos envenenados por las redes sociales de Trump lo identifican como un impostor, que tomó por asalto el poder.

Con el agravante de que aquellos que así lo piensan, son blancos supremacistas, de condición social y educativa más bien baja, presos de las teorías conspirativas, convencidos de que el uso de la fuerza lo es todo, como lo demostraron en el asalto del 6 de enero al Capitolio.

Que nadie piense que, aunque no se presente a tomarle juramento a su sucesor, Trump se irá tranquilo a jugar golf a Mar-a-Lago.

La lucha de poderes no terminó ni con la ratificación del binomio Biden/Harris en el Congreso, ni con el juramento que tendrá lugar en una desierta explanada en el corazón de Washington.

La lucha de poderes se librará a partir de hoy, con la ofensiva que Trump desplegará para librarse del impeachment, que amenaza con confirmarlo como el sedicioso en jefe del asalto al Capitolio.

El líder de la mayoría republicana en el Senado, Mitch McConnell, ya apuntó directamente en esa dirección.

El que fuera uno de los aliados más incondicionales de Trump fue tajante cuando denunció ayer martes que “la turba fue alimentada por mentiras. Fueron provocados por el presidente y por otras personas más poderosas”. Gasolina para el impeachment.

Y si por extravío, Trump se libra del impeachment que lo dejaría injugable para el 2024, está una lápida de más de una docena de juicios personales, y de sus corporaciones, por adeudos y presuntos fraudes. El futuro no le pinta bien a quien hasta ayer se sintió el dueño del mundo.

Pero un ego de ese tamaño, cuando es pinchado por el alfiler de la verdad o desafiado por la amenaza de una cárcel, estalla en mil pedazos.

Y esa explosión vendrá en una acción sorpresiva, en un daño con el que el ofendido pretenderá reivindicar esa megalomanía maltrecha que le impide verse con orgullo frente al espejo. Y eso sí es peligroso.

Sin extensos análisis ni profundas reflexiones intelectuales, basta ver las escenas de esa capital apertrechada que es hoy Washington D.C.

El tamaño de los muros que aíslan el Capitolio y la Casa Banca son tan descomunales, como los temores que acechan a quienes saben la tarea titánica que significará devolver a los Estados Unidos del coma en que lo entrega Trump.

Ni la Era Trump termina hoy, ni la Era Biden arranca hoy.

El largo y sinuoso camino de la transición de una nación convulsa, a recuperar la palabra “unidos” en su nombre de “Estados Unidos de América”, enfrentará insospechados peligros.

Que no se confíen el presidente Biden y su vicepresidenta Kamala Harris. El peligro está a la vuelta de la Casa Blanca.

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