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¡Que alguien me explique!

Suficiente es suficiente

“¡Enough is enough!”, sentenció Lindsey Graham, prominente senador republicano de Carolina del Norte, quien con su histórico “¡Suficiente es suficiente!” le puso un hasta aquí a quien fuera su líder y amigo: Donald Trump

Por Ramón Alberto Garza

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Por segunda vez en sus cuatro efímeros, pero muy convulsos años de gobierno, Donald Trump está sentado en el banquillo del impeachment, de la petición de su desafuero como presidente de los Estados Unidos de Norteamérica.

Es el primer mandatario en cruzar la frontera de semejante vergüenza, para quien se instala como le hombre más poderoso del planeta.

Pero el repudio político se lo ganó a pulso, a golpe de ‘tuitazos’ iracundos, de confrontarse con todos -incluso con sus más leales y cercanos- abrazado a su mantra de “el Estado soy yo y después de mí, el diluvio”.

Pero una acción política como la de frenar a un jefe de Estado solo puede darse en una sociedad que tiene un sistema de pesos y balanzas, que desprecia el absolutismo, el despotismo y el autoritarismo.

En su inmensa egolatría, Donald Trump imaginó que podría desafiarlo todo. A sus aliados globales, al cambio climático, a sus adversarios políticos, a sus detractores empresariales, a sus críticos medios de comunicación, a las redes sociales. Nadie por encima de su visión parcial, obtusa, primitiva y en muchos casos carente del más elemental sentido común.

Pero aún en el delirio de la defensa a ultranza de sus correligionarios del Partido Republicano, siempre existen límites. “¡Enough is enough!”, sentenció Lindsey Graham, prominente senador republicano de Carolina del Norte, quien con su histórico “¡Suficiente es suficiente!” le puso un hasta aquí a quien fuera su líder y amigo.

No podía ser de otra forma, cuando Trump jamás sopesó las consecuencias de su siembra de odios, de la polarización de una nación a la que acabó de confrontar, hasta el delirio de lograr que una facción supremacista colocara a la democracia norteamericana contra la pared, en el asalto al Capitolio.

Lo que se busca con la nueva solicitud de desafuero para  Trump no es inhabilitarlo en los pocos días que faltan para que abandone la Casa Blanca. Eso es fútil.

Lo que se intenta es impedir que un hombre, que ya demostró tener un muy escaso equilibrio emocional, que no da la cara ni a favor de sus incondicionales, vuelva a aspirar a un cargo público. Impedir que intente volver a buscar la presidencia en 2024.

Pero eso, en México es impensable. No bajo los mecanismos de incondicionalidad que le otorgan al presidente todas las facultades para hacer y deshacer, para ser el amo de vidas y haciendas.

Lo fue con los presidentes anteriores, los que se hicieron del poder, a fuerza de colocar a sus amigos e incondicionales en las posiciones legislativas clave, y compraron las voluntades para lograr sus caprichos políticos y personales.

Pero lo es también con el presidente Andrés Manuel López Obrador, afecto a imponer su visión muy personal, con “otros datos” que distorsionan la realidad, reacio a escuchar cualquier disidencia y presto a descalificar a quien no piensa como él.

Como Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, el inquilino de Palacio Nacional vivió en carne propia una campaña de desafuero, operada personalmente por el entonces presidente Vicente Fox. Lo cierto es que fue una injusta intentona de impeachment, buscando dejarlo fuera de la contienda presidencial del 2006. Pero hoy es diferente.

Hoy, manejando el presupuesto desde la opacidad de los contratos públicos, entregándole la nación al control del Ejército, tomando las decisiones en la soledad de su despacho y de sus ideas, cancelando el diálogo y atizando el fuego de la radicalización nacional, el presidente López Obrador no escucha razones.

Uno a uno, los que pudieron ser su legítimo fiel de la balanza van abandonando un gobierno que no crea ni transforma, sino que destruye y retrocede.

Dentro del gabinete va consolidándose una mediocracia que ocupa cada día más posiciones clave en donde deberían existir expertos y eruditos, no incondicionales que a todo le dan el sí al presidente.

¿Alguien imagina al diputado Mario Delgado o al senador Ricardo Monreal, los dos líderes camarales de Morena, diciéndole “Suficiente es suficiente” al presidente López Obrador?

Si el inquilino de Palacio Nacional insiste en su afán de mandar al diablo a las instituciones, despareciendo los organismos autónomos, buscando someter al Instituto Nacional Electoral a sus designios, no habrá mucho que hacer.

El empecinamiento en decir que su visión es la única que vale se acabará topando con la realidad de una economía más colapsada de lo que ya se espera, una pandemia más desaforada y prolongada, defender a ultranza a Hugo López-Gatell y una cruzada de vacunación lenta, tardía y fallida, porque no se gestionaron en tiempo las suficientes dosis.

No será necesario esperar al 2024, al final del sexenio, para entender si la llamada Cuarta Transformación fue viable.

Será este 2021 el que defina si en el convulso México en el que vivimos existen los suficientes hombres y mujeres que, desde sus liderazgos -públicos o privados-, tengan el valor civil de confrontar las decisiones más cuestionables que brotan desde Palacio Nacional.

En los Estados Unidos, en medio de la enorme radicalización, la cordura volvió a un puñado de legisladores republicanos que emularon al senador Graham y dijeron “Suficiente es suficiente”.

Sin duda fue una decisión tardía, sobre todo, después de ver las consecuencias del asalto al Capitolio. Pero siempre será mejor un más vale tarde que nunca, que un jamás. ¿Alguien dijo yo?

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