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21 de noviembre 2024

1 de mayo 2024

¡Que alguien me explique!

Santa Muerte, ¿para quién?

Cada día se ve más claro el por qué y para quién es la veneración de la Cuarta Transformación a la Santa Muerte

Por Ramón Alberto Garza

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Cada día se ve más claro el por qué y para quién es la veneración de la Cuarta Transformación a la Santa Muerte.

La “santidad” es para el crimen organizado, para los hijos, hermanos y familiares de los capos del narcotráfico, los que sólo pisan por días una prisión y sin más son liberados con el pretexto de que los expedientes están mal integrados. Para ellos, en Badiraguato o en Aguililla, altares, nichos e incienso desde La Mañanera.

Lo de la “muerte” es para los ciudadanos que caen en medio del fuego cruzado, a los que levantan y desaparecen, lo mismo en Chiapas y Guerrero que en Nuevo León y Jalisco. De esta “muerte” no se escapan ni los obispos de la Iglesia Católica. Para ellos, en el mejor de los casos, el silencio; en el peor, el descrédito y la condena desde el púlpito de Palacio Nacional.

El caso más patético -una vez más- es la liberación de Abraham Oseguera Cervantes, alias “Don Rodo”, hermano de Nemesio Oseguera Cervantes, alias “El Mencho”, el jefe supremo del Cártel Jalisco Nueva Generación.

Don Rodo fue capturado en Autlán Jalisco, en posesión de armas de uso exclusivo del Ejército y drogas. Se le trasladó al Penal del Altiplano, donde apenas pudo hospedarse por nueve días. Una disputa entre el Poder Ejecutivo y el Poder Judicial dejó sin efecto la captura, al acabar calificada como “montaje” con expedientes presuntamente mal integrados o incluso falseados.

La disputa se hizo evidente en La Mañanera de ayer martes, cuando Luis Rodríguez Bucio, subsecretario de Seguridad Pública, denunció seis argumentos contradictorios que le permitieron al juez, Rogelio León Díaz, liberar al hermano de “El Mencho”.

Y por ese mismo camino, de pronto concederle la libertad, va Rosalinda González Valencia, esposa del líder del Cártel Jalisco Nueva Generación y una de las integrantes de la familia de “Los Cuinis”, el bloque de hermanos que administra los activos de esa organización criminal.

Pero, mientras en el Ejército, la Guardia Nacional, los juzgados y La Mañanera se discutía la “santidad” que permitiera la libertad de Don Rodo, en Guerrero rondaba el olor a “muerte” con el secuestro de un alto prelado de la Iglesia Católica.

Desde el asesinato del Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo -en el tórrido final del sexenio de Carlos Salinas- el crimen organizado no atentaba contra un prelado de la Iglesia.

Ahora, en el sangriento final del gobierno de la Cuarta Transformación, le tocó el turno al Obispo Emérito de Chilpancingo, Salvador Rangel Mendoza, quien fue secuestrado cerca de su casa en Jiutepec, Morelos. Lo levantaron, lo drogaron y le vaciaron sus cuentas de débito durante un periodo de 48 horas. Reapareció en un hospital de Morelos.

Por fortuna, fue liberado con vida el Obispo que, frente a la parálisis oficial, tiene en su haber la singular iniciativa de haber orquestado un cónclave con distintos cárteles de Guerrero, principalmente con Los Ardillos y Los Tlacos, en un intento “civil” para pacificar la tierra caliente que ni el cártel de los Salgado, ni el gobierno de la Cuarta Transformación se deciden a someter. O no quieren.

Y todavía, el presidente López Obrador en su homiliario dice que todas esas informaciones son un ataque de los medios de comunicación para desprestigiar a su gobierno. Que en Mexico vivimos en Santa Paz. De la mano de la Santa Muerte, claro está.

La empatía presidencial es, pues, con quienes con sus actos criminales promueven la muerte. Y la apatía es para aquellos que les rezan a los santos. ¿Dónde quedó el “detente”?

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