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Pacto con el diablo

Los hechos hoy confirman que Carlos Urzúa acabó rentado como un Caballo de Troya por los que desprecian al presidente López Obrador. Como lo advertimos aquí al momento de su renuncia a la Secretaría de Hacienda, la amplia entrevista con la revista Proceso solo reafirma las ínfulas de quien sin duda pactó con el diablo para traicionar a quien le confió todo.

Por Ramón Alberto Garza

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Carlos Urzúa enseñó el barro del que está hecho. Lo mostró de cuerpo entero en la entrevista que ocupa la portada del semanario Proceso. 

Confirmó lo que aquí advertimos en el momento de su renuncia a la Secretaria de Hacienda. El fondo de sus motivos se le respeta, tiene todo el derecho; pero nunca las formas como lo hizo. Traicionó.

Atacó y mordió la mano de quien le dio la oportunidad de ser parte de la transformación de México, el presidente Andrés Manuel López Obrador.

Su infame carta de renuncia, lanzando la piedra y escondiendo la mano, difundida en principio por Twitter, dejó en claro que buscó salvar su cara, enlodando a quien le entregó su confianza, al gobierno de la Cuarta Transformación y en última instancia a los mexicanos.

Porque si Urzúa lo olvida, los 33 millones de votos que se emitieron en julio del 2018 fueron para López Obrador, no para él. El dueño del timón en la tormenta es el capitán,  y es él quien tiene la última palabra para decidir bajo su riesgo el destino de la embarcación, el de sus tripulantes y el de sus pasajeros. Después de todo, la salvación o el naufragio se le endosarán al presidente.

Quizá valdría la pena recordarle a Urzúa, ahora que se siente ombligo y epicentro de México bajo el padrinazgo de quienes quieren ver fracasar al actual gobierno, lo que sucedió en 1997, cuando un secretario de Gobernación llamado Esteban Moctezuma le renunció a su jefe, el presidente Ernesto Zedillo.

Moctezuma, hoy secretario de Educación, tenía sobrados motivos para aventar la toalla. Primero lo enviaron a negociar con el EZLN a Chiapas al mismo tiempo que se enviaba a otro alto funcionario a aprehender líderes zapatistas. 

Vino en la misma semana el desayuno con el expresidente Carlos Salinas, que se dio la misma mañana en que se detenía a su hermano Raúl. Nadie le avisó de que venía esa detención. Se sintió usado.

Frente a esas dos desconocidas, Moctezuma quedaba injugable como secretario de Gobernación. Y en congruencia acudió al presidente Zedillo para presentarle su renuncia bajo dos premisas: que el jefe de la Nación fijara los motivos y la fecha, para no lesionar ni el proyecto zedillista ni el interés de la Nación.

Moctezuma, a diferencia de Urzúa, no buscó salvar su pellejo. Fue institucional, reconociendo que el entonces inquilino de Los Pinos tenía el derecho a decidir el cómo y el cuándo.

Moctezuma sobrevivió con dignidad aquella renuncia. Y el respeto, que trascendió colores y partidos, se le demuestra con una posición clave en la Cuarta Transformación.

Pero Urzúa se comportó como un señoritingo  temperamental e histérico. Y en los motivos que expone en la entrevista de esta semana a Proceso, deja en claro que sus ideas se alejaron –si es que algún día estuvieron alineadas– del proyecto del presidente López Obrador. 

No sería de extrañarse que en no menos de una ocasión, en los siete meses que despachó como secretario de Hacienda, fue y le lloró a sus padrinos de carrera, aquellos que lo becaron para irse a Winsconsin, los que también lo becaron con un asiento en la academia.

Y sin duda sus protectores, enemigos declarados de la Cuarta Transformación, le dieron alas para volar y venderle  un pedestal desde donde enfrentara al amigo común, a Alfonso Romo. Pero el jefe de la oficina de la Presidencia no cayó en la trampa.

Los hechos hoy confirman que Urzúa acabó rentado como un Caballo de Troya por los que desprecian al presidente López Obrador, al grado de no acudir hasta la fecha a ninguna de la reuniones que han sido convocados.

Quizá por eso volvió a su posición dentro del Tecnológico de Monterrey y pronto reaparecerá en consejerías que se le abrirán en pago a la factura de sus servicios de lesa traición.

La amplia entrevista en Proceso solo confirma las ínfulas de quien sin duda pactó con el diablo para traicionar a quien le confió todo.

 

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