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¡Que alguien me explique!

Nuevo Orden

El conflicto de fondo radica en que, en la visión del presidente López Obrador, el ceder obras civiles a los militares aleja como por arte de magia la corrupción de esa obra pública. Nada más falso

Por Ramón Alberto Garza

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Antes de continuar el reparto de franquicias civiles a las Fuerzas Armadas, el presidente Andrés Manuel López Obrador estaría obligado a ver y volver a ver la película Nuevo Orden.

El controvertido, pero desgarrador filme, escrito y dirigido por Michel Franco y que ganó el Gran Premio del Jurado en el Festival Internacional de Cine de Venecia, es una ventana por la que se asoma una de las preocupantes posibilidades que nos depara el futuro en México, si no se detiene a tiempo la acelerada radicalización.

La trama muestra con suprema crudeza el abismo entre las clases sociales en nuestro país, lo que lleva al levantamiento de los menos favorecidos y que en medio de la anarquía, culmina con una confrontación que instala el nuevo orden: una dictadura militar.

El tema se vuelve vigente por el creciente rol otorgado formalmente por el presidente López Obrador al Ejército y a la Marina, a las que en distintos discursos en su campaña prometió regresar a los cuarteles.

“No se resuelve nada con el uso del Ejército, de la Marina… no necesitamos el Ejército para la defensa… no es para eso, el Ejército, vamos a enfrentar el problema de la inseguridad y la violencia, atendiendo las causas, esa es la forma más humana, más eficaz, no como lo han venido haciendo, que además, no ha dado resultado. Nosotros no vamos a apagar el fuego con el fuego”.

Pero los hechos inocultables desmienten hoy aquellas promesas. Y en la última prebenda a los militares, el inquilino de Palacio Nacional les entregó el proyecto del Tren Interoceánico en el Istmo de Tehuantepec a la Marina, y la construcción, administración y custodia del Tren Maya al Ejército.

En el caso del Tren Maya es un caso digno de estudio global y debería estar sujeto a debate público, al menos en el Congreso, sobre todo, cuando el mandatario anunció que además de la construcción de algunos importantes tramos, el Ejército también operará y administrará los ingresos.

Para ello se creará una empresa militar que dispondrá incluso de las utilidades generadas, lo que coloca al Ejército en la tesitura de una Sociedad Anónima. ¿A dónde irían esas ganancias de una obra generada con dineros públicos?

Pero la pregunta de fondo es si el papel de las Fuerzas Armadas es constituir empresas, con ganancias administradas por los hombres de verde olivo, sin que se dé la exigencia de rendir cuentas de esos dineros públicos.

Ya en la construcción del aeropuerto de Santa Lucía se vienen dando fuertes discrepancias presupuestales con los militares, al exhibirse en la última revisión de la Auditoría Superior de la Federación una alerta de 16 mil 700 millones de pesos aplicados a esa obra pública.

Eran dineros que procedían de un fideicomiso dedicado a la compra exclusiva de equipo militar. Se desviaron.

El conflicto de fondo radica en que, en la visión del presidente López Obrador, el ceder obras civiles a los militares aleja como por arte de magia la corrupción de esa obra pública. Nada más falso.

Cuando los uniformes, las barras y las estrellas, entran en negocios, no son diferentes al resto de los mortales. Las tentaciones se hacen presentes y los juegos de poder también. En México y cualquier nación del planeta.

Y al que lo dude, que se asome a las decenas de fortunas creadas durante los sexenios priistas y panistas al amparo de negocios pactados a la sombra del verde olivo.

Dentro de las Fuerzas Armadas no existen ni las constructoras, ni los proveedores, ni quienes puedan surtir todo lo que se requiera para edificar el aeropuerto de Santa Lucía, o las sucursales del Banco del Bienestar, o el Tren Interoceánico o el Tren Maya.

¿Quiénes entonces lo van a construir, operar o administrar? Pues las constructoras civiles, los despachos financieros civiles, los proveedores civiles en asignaciones directas que esconden su corrupción tras la mal llamada “seguridad nacional”.

Y mientras las Fuerzas Armadas andan mezclando cemento y grava, ocupando sus manos en las calculadoras que reporten utilidades o sentados en despachos cerrando los contratos, en ciudades, poblados, carreteras o calles de todo el país el crimen organizado continúa operando a sus anchas.

Tómense el tiempo de asomarse a las escenas de Nuevo Orden, para que puedan ver -con toda su cruda realidad- en dónde podemos desembocar si la sensatez no vuelve al gobierno y las tentaciones se le siguen regalando a los militares a manos llenas.

¿Dónde quedó aquel candidato presidencial de Morena que tenía claro que era urgente regresar a los militares a los cuarteles?

Y después de tantas concesiones y complicidades, ¿podría el presidente López Obrador rectificar, sin que aquellos que ya se sienten más poderosos que hace dos años le impongan un nuevo orden? El juego presidencial es peligroso.

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