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El Nuevo Modelo de País

El diagnóstico del presidente en su planteamiento más reciente es acertado. Pero muchas de las recetas que prescribe son incorrectas o incongruentes.

Por Ramón Alberto Garza

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No podemos estar más de acuerdo con el presidente Andrés Manuel López Obrador en el diagnóstico que exhibe en su documento “La Nueva Política Económica en los Tiempos del Coronavirus”.

La pandemia vino a colapsar el ya maltrecho orden económico mundial y sus consecuencias obligarán a la emergencia de un nuevo modelo. Y el mandatario mexicano lanza la primera propuesta.

El diagnóstico indica que el actual modelo económico –el llamado “neoliberal”- benefició a los pocos y engendró miseria y violencia en los muchos.

Como lo aporta el inquilino de Palacio Nacional, el concepto de Desarrollo fue reemplazado hace 40 años por un modelo fincado en el Crecimiento. Y eso generó distorsiones.

Y como dice el documento, se instaló el engrandecimiento de pocos a costa del sufrimiento de muchos. Ni México ni el mundo serán viables mientras persistan la pobreza y la desigualdad y no se busque el bienestar.

El diagnóstico puede ser acertado, impecable. Pero muchas de las recetas que prescribe son las incorrectas. O incluso cotejadas contra la realidad, no tienen la congruencia que la ética pública exige. Veamos.

Presume el presidente que “la separación entre el poder económico y el poder político se está convirtiendo en una realidad”.

Sin embargo esa tesis colapsa cuando conocemos que los constructores de las primeras etapas del Tren Maya –Carlos Slim o José Miguel- son personajes calificados por el presidente mismo como integrantes de La Mafia del Poder a la que juraba iba a desterrar. Eso, es más de lo viejo.

El presidente dice que en su documento que “se pueden hacer negocios, pero sin influyentismo, corrupción e impunidad”. Excelente.

Preguntemos entonces cómo es que en medio de la pandemia abundan los casos de quienes se le asignaron compras de ventiladores a sobreprecio, como el hijo de Manuel Bartlett o a quien fuera director del Fonden en los días de Peña Nieto. Eso es más de lo viejo.

El inquilino de Los Pinos dice que “el sector empresarial de México nos solicitó una tregua en el pago de impuestos”.

Con todo respeto, la petición empresarial fue por un diferimiento, que es muy distinto a la tregua. Nadie busca dejar de pagar, solo dar facilidades de pago para encarar la crisis y salvar millones de empleos.

El inquilino de Palacio Nacional dice que “hemos procurado construir con los gobernadores de los estados relaciones de colaboración y diálogo”.

Si eso es cierto, ¿por qué desde hace tres meses en que se inició la crisis no ha sostenido una sola reunión –cara a cara- con esos gobernadores? ¿Por qué ya casi una veintena de ellos exigen revisar el Pacto Fiscal e incluso amenazan con separatismos?

El presidente dice en su documento que “el principal beneficio que le estamos dando al otro 30 por ciento –los que no son pobres ni miserables- es el construir la paz y la tranquilidad en México”.

No dudamos de la intención, pero las estadísticas hablan de 46 mil homicidios récord en el último año. Y qué decir de la liberación de Ovidio Guzmán o del saludo a la madre de El Chapo –abuela de Ovidio- en la sierra de Badiraguato. ¿Construir la paz extendiéndole la mano a los narcos y retirándole el saludo a los empresarios? Eso sí es nuevo.

El mandatario invoca que “no hemos aumentado el precio de las gasolinas, el diesel, el gas y la electricidad”.

Perdón, pero ese no es un acto de voluntad política, sino una consecuencia del desplome de los precios del petróleo en todo el planeta.

El inquilino de Palacio Nacional habla de “el enorme campo de negocios que se abre con el T-MEC”, advirtiendo que “una vez iniciado el primero de julio, se crearán más oportunidades de negocios para empresarios y comerciantes”.

La entrada del T-MEC nada cambia lo que ya se hace. Lo que sí cambiará es que decenas de inversionistas la pensarán dos veces antes de invertir en México. Los ahuyentará la cancelación por consulta popular de una cervecería o el albazo de la dupla Nahle-Bartlett, que borró los compromisos de inversión por las energías limpias.

El presidente López Obrador habla de “la distribución equitativa del ingreso y la riqueza”. Mejor sería que habláramos de la generación equitativa, porque para repartir lo primero que se tiene que hacer es generar.

Pero lo más inquietante del documento es cuando advierte que bajo el nuevo modelo, la economía tendrá que ceñirse a la democracia.

¿Podríamos entonces hacer una consulta popular democrática, para preguntarle a los mexicanos si quieren pagar impuestos? ¿Acataremos la voz del pueblo bueno y sabio cuando aplastantemente digan que no?

El buen espíritu del documento presidencial sobre “El Nuevo Modelo Económico en los Tiempos del Coronavirus” se topa con un conflicto de origen cuando se invoca tanto a la democracia.

Si de verdad así es, sería bueno conocer con quiénes consensó el presidente López Obrador el modelo que presentó como un hecho y que ya plantea la propuesta de esa nueva realidad para México y para el mundo.

Descubriremos que el diagnóstico impecable se estrella contra esa receta que fue concebida desde la visión de un solo hombre, sin consensos, sin apego a la democracia a la que tanto se invoca como la columna vertebral de su visión futurista.

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