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19 de abril 2025

11 de marzo 2020

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Molotovs y lanzallamas

Si aceptamos la tesis del presidente López Obrador de que hay una mano negra que mece la cuna del movimiento feminista, las mujeres encapuchadas que utilizaron bombas molotov y lanzallamas debieron ser detenidas por hacer daños en propiedad ajena.

Por Ramón Alberto Garza

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Dicen que del dicho al hecho hay mucho trecho… y en el caso de las marchas feministas del domingo pasado en la Ciudad de México, el refrán se aplica al dedillo. Analicemos.

Vamos a aceptar, sin conceder, que son ciertas las denuncias del presidente Andrés Manuel López Obrador de que existe mano negra detrás de esas marchas contra los feminicidios.

Sean los conservadores, los fifís, George Soros, la CIA o cualquier amenaza al gobierno de la Cuarta Transformación, lo que se presume es que alguien está financiando a las ONGs femeninas para espantar el avispero y crear una sensación de caos.

Si eso es cierto, repetimos que sin conceder, ¿por qué entonces las autoridades no detienen a las mujeres encapuchadas que vandalizaron todo el recorrido de la marcha y acabaron incendiando los accesos al Palacio Nacional?

Desde rudimentarias bombas molotov hasta sofisticados equipos de lanzallamas. Esas mujeres con el rostro cubierto tenían una clara consigna: sumarle al graffiti el drama del fuego, para que las imágenes en los medios nacionales y extranjeros fueran dramáticas. Que exhibieran el caos.

Si aceptamos la tesis del presidente López Obrador, esas mujeres encapuchadas debieron ser detenidas por hacer daños en propiedad ajena. Un flagrante delito más que documentado por las abundantes imágenes.

Pero ninguna autoridad, local o federal, se atrevió a enfrentar a quienes desde el anonimato de un pasamontañas o un tapabocas, dañaban el patrimonio privado de tiendas y restaurantes, así como instalaciones históricas del patrimonio nacional.

Por el contrario, las imágenes dan cuenta de que al mismo tiempo en que ellas vandalizaban destruyendo cristales de ventanas y lanzando fuego contra las puertas de madera, policías del gobierno capitalino dembulaban en medio de ellas, a unos metros, sin asumir su responsabilidad.

Por más que se quieran justificar los abrazos, no se debe olvidar que el único monopolio autorizado para el Estado es el del uso de la fuerza cuando están en juego el daño a la integridad física de los ciudadanos o el daño o despojo a la propiedad pública o privada.
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Rehuir a hacer respetar el orden público, permitiendo que mujeres u hombres enmascarados dañen la propiedad privada, va mas allá de un acto de cobardía. Es una falta de responsabilidad que debe ser sancionada.

Pero el gobierno capitalino de Claudia Sheinbaum, morenista y muy cercana a los afectos presidenciales, prefirió que sus policías cerraran los ojos frente a esas agresiones que califican como flagrante delito.

Nadie se responsabilizó por las bombas molotov que acabaron por lesionar, entre otros, a una fotógrafa del diario El Universal.

Si de verdad, como dice el presidente López Obrador, existe una mano negra que instigó y patrocinó estas marchas, ¿no habría sido congruente detener a quienes vandalizaron para conocer de su propia voz o para investigar quién las patrocinaba?

Una cosa es admirar la valentía y la entereza de las mujeres que en paz, con pleno uso de su libertad de expresión y de indignación, portando sus carteles de protesta, se lanzaron a las calles en demanda de la justicia hasta hoy negada.

Y otra muy distinta es ignorar lo que es un flagrante delito tipificado en el vandalismo encapuchado que carece de justificación alguna para no ser penalizado.

Como mexicano preocupado por el Estado de Derecho, yo sí quisiera conocer los rostros y los móviles de quienes desde el anonimato detruyen impunemente el patrimonio púbico y el privado.

Desenmasacar esos rostros para saber si de verdad, como presume el presidente López Obrador, existen oscuras manos que mecen la cuna de la desestabilización hacia un régimen que, con enorme dificultad, está buscando modificar las reglas de un juego político y económico que durante décadas se gestó disparejo.

Eso sería lo congruente entre el dicho y el hecho. Pero el inquilino de Palacio Nacional denuncia un hecho y las acciones de la autoridad capitalina están en otro trecho.

Si el presidente López Obrador de verdad cree que hay una mano negra, ¿vamos a regalarle abrazos para que sigan lanzando molotovs o usando lanzallamas para dañar las vidas y propiedades que estén a su paso?

Hay que dar respuestas, porque de lo contrario nos tendremos que conformar con otros Halcones del 68.

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