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¡Que alguien me explique!

Las lecciones de Boric

En diciembre de 2021, Gabriel Boric sacudió las estructuras políticas de Chile al convertirse en el primer presidente de izquierda abierta en una de las naciones más derechizadas de América Latina

Por Ramón Alberto Garza

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En diciembre de 2021, Gabriel Boric sacudió las estructuras políticas de Chile al convertirse en el primer presidente de izquierda abierta en una de las naciones más derechizadas de América Latina.

Con apenas 35 años al momento de ser electo, Boric tuvo la virtud de desafiar a los herederos de Augusto Pinochet y de Sebastián Piñera, para superar a su adversario derechista José Antonio Kast.

De hecho, Kast aventajó a Boric en la primera vuelta electoral, pero el líder de la izquierda chilena demostró mayor capacidad para convocar a todos los derrotados -sobre todo a las clases medias- para sumarse en un frente amplio. Se alzaron con la victoria.

De inmediato, integró un gabinete de jóvenes que no le tenían el menor respeto a la herencia de la dictadura militar -ellos tendrían apenas cinco años de edad cuando se dio el derrocamiento de Salvador Allende y se asestó el golpe de Augusto Pinochet- y entendieron bien el mensaje de aquellos chilenos que, en 2019 y 2020, sacudieron el establishment con violentos disturbios para reclamar que el crecimiento y la riqueza de las últimas tres décadas no fue ni justo ni equitativo.

Por eso, una de las primeras promesas del joven presidente Boric fue la de redactar una Constitución consensuada en un referéndum que buscaba, por mandato de las mayorías, sepultar la Carta Magna heredada en el gobierno de Pinochet.

Pero alguien no tomó con la seriedad debida la redacción de esa nueva Constitución, y al momento de ser sometida a referéndum, el 62 por ciento de los chilenos la rechazaron, exigiendo la redacción de un nuevo texto.

¿Qué hizo el presidente Boric frente a tan descomunal primera derrota política en apenas seis meses de gobierno?

Pues no endosó la desgracia al pasado. Tampoco echó culpas a los conservadores o a sus adversarios políticos. Nada de defender a ultranza sus ideas y a los hombres y mujeres de su gobierno para colocarlos en el altar de infalibles.

Por el contrario, el presidente Boric aceptó con dignidad su derrota y les prometió a los chilenos rectificar. “Recojo este mensaje y lo hago propio, hay que escuchar la voz del pueblo”, dijo el sensato mandatario de izquierda.

Más aún, media docena de ministros de su novel gabinete -incluyendo algunos de toda su confianza porque crecieron juntos en la lucha por sus ideales- fueron despedidos ante su incapacidad de gestar una nueva Constitución que fuera apoyada por las mayorías.

Y, en su lugar, colocó a personajes de distintas corrientes ideológicas, aún ligados con anteriores gobiernos, en ministerios estratégicos como los del Interior y Seguridad Pública, Secretaría de la Presidencia, Desarrollo Social y Familia, Salud, Energía, y Ciencia y Tecnología.

Actitudes diametralmente opuestas a las que muestra el también mandatario mexicano de izquierda, Andrés Manuel López Obrador, quien frente a la crítica o los cuestionamientos de quienes no opinan como él, se encierra en su ideología, hace oídos sordos a la crítica y protege a ultranza sus decisiones irrebatibles.

¿Se imaginan algún día al presidente, en una Mañanera, anunciar la salida simultánea de Adán Augusto López, Rocío Nahle o Manuel Barttlet, Hugo López-Gatell, Rosa Icela Rodríguez o a María Elena Álvarez-Buylla? Imposible. Ni en sueños.

La política dictada desde la Cuarta Transformación es la de la persecución, la intolerancia, la descalificación, el odio, la lucha de clases, la de ‘yo estoy bien y todos están mal’.

Esa es la diferencia entre los dos líderes de la izquierda latinoamericana, López Obrador y Boric.

El primero no puede esconder sus resabios, sus frustraciones o sus complejos sociales. Los años de lucha frustrada le pesan para ejercer un poder conciliatorio, de amplia convocatoria. Que edifique, no que destruya.

El segundo, el joven Boric, tiene la juventud suficiente para saber y entender que un gobierno que viene a contracorriente, desde la izquierda, debe buscar ser incluyente, que el rechazo social debe ser enfrentado y rectificado. Que el equipo que no funcione debe ser relevado.

Que aquellos que buscan un rol crucial en el 2024 tomen esta psicología del poder en cuenta. El auténtico pueblo bueno y sabio se los agradecerá.

No busquemos a un candidato, de cualquier filiación, que pretenda ser además de director de la orquesta, el primer violín, el solo de piano, la tuba, el violín y el clarinete, además del único que escribe las partituras.

Y lo que es peor, que crea que está interpretando una hermosa sinfonía, cuando aquella melodía es un desastre. De eso ya tenemos bastante.

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