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La herencia 20 a 1 de don Eugenio

A 50 años de distancia, el valor del mercado de las corporaciones Visa y Alfa habla por sí solo. El legado de don Eugenio Garza Sada trascendió a las generaciones

Por Ramón Alberto Garza

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En los días en que se recuerdan los 50 años del asesinato de don Eugenio Garza Sada, abundaron las alegorías, los escritos y los discursos que evocaron la figura empresarial y humanista del patriarca del Monterrey industrial.

Pocos, sin embargo, evocaron uno de sus legados más significativos y de mayor impacto: su estilo personal de administrar.

A nadie escapa que, en medio de la grandiosidad de las empresas que creó -de la mano de sus padres y sus hermanos-, destacó la austeridad con la que siempre se buscó que los beneficios fueran para sus accionistas, claro está, pero también para sus trabajadores.

Y para entender ese fenómeno tendríamos que remontarnos a los días en que se dio el atentado que le quitó la vida al prócer industrial de Nuevo León.

Cuando faltó don Eugenio, el llamado Grupo Monterrey fue entregado para su operación en manos de dos primos: Eugenio Garza Lagüera y Bernardo Garza Sada.

Con estilos diferentes de gestoría, la solución para evitar desencuentros fue la de escindir el gran conglomerado en dos corporaciones: Alfa y Visa.

La primera sería entregada a los Garza Sada, con Bernardo al frente. Y la segunda a los Garza Lagüera, con Eugenio como su líder. Ambos conglomerados completamente independientes y ambas corporaciones de un tamaño similar la una de la otra.

El estilo de Bernardo Garza Sada era expansivo y para algunos, incluso, dispendioso y excéntrico. El de Eugenio Garza Lagüera, en contraparte, era frugal, menos presuntuoso, como era el de su padre.

El primero edificó un mega corporativo  en el corazón de San Pedro, junto al Club Campestre; el segundo se mantuvo en sus instalaciones de siempre, adecuándolas al crecimiento progresivo.

Por supuesto que, en ambas corporaciones, Alfa y Visa, se dieron altibajos propios de las crisis económicas que sacudieron a México en 1976, 1982, 1987 y 1994. Pero el estilo que más resintió fue el de Alfa, que debió recurrir a un cuestionado empréstito del gobierno de José López Portillo, que a través de Banobras impidió la quiebra del consorcio que manejaba Bernardo Garza Sada. Visa, con menos drama pudo enfrentar por sí misma los distintos temporales.

Al final de estos casi 50 años de escisión, de una silenciosa competencia de estilos, está claro cuál fue el que otorgó mejores dividendos a sus accionistas y por supuesto a sus empleados.

El valor de mercado de las acciones de Alfa a esta semana es de dos mil 673 millones de dólares, mientras que las acciones de Femsa alcanzan los 39 mil 307 millones de dólares, además de que hay que sumarle los 16 mil 740 millones de dólares de KOF, Coca-Cola Femsa.

Asumiendo que en el split de 1974 le dieran un Peso a cada corporativo, por ese Peso hoy el valor de Alfa es de menos de tres mil pesos, mientras que el peso de Visa se revaluó hasta 56 mil. Si lo convertimos en marcador de futbol, Femsa 20, Alfa 1.

Todo indica que el gran desplome de Alfa se da a partir de 2013, en los últimos 10 años, con una serie de inversiones que se fueron a fondo perdido y que superaron los dos mil millones de dólares.

Para tener una idea, en el 2014, el valor de mercado de Visa era de 39 mil millones de dólares y el de Alfa de casi 15 mil millones. Un radio de 2 a 1 en favor de Visa.

Está claro que el espíritu austero, cauto, frugal y sobre todo de evaluación detenida de las estrategias continuadas por don Eugenio Garza Lagüera en Visa acabaron por rendir mayores frutos que lo que Bernardo Garza Sada dejó en Alfa.

A 50 años de distancia, el valor del mercado de cada corporación habla por sí solo. El legado de don Eugenio trascendió a las generaciones.

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