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¡Que alguien me explique!

La crisis sin Castro

Esta es la primera gran crisis en la que el apellido Castro no está al frente de la línea de batalla. Y las dudas sobre las capacidades del presidente Miguel Díaz-Canel para resolver la crisis se ponen en relieve

Por Ramón Alberto Garza

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En 1994, en la cúspide de la crisis soviética que obligó a dejar en el desamparo económico a la Cuba de Castro, decenas de miles de cubanos marcharon por el gran malecón de La Habana para exigir alimento y medicinas.

A ese episodio, que se le conoce como “El Maleconazo”, el entonces presidente Fidel Castro le dio una singular salida a la más grave crisis desde que asumió el poder en 1959.

Quien no esté contento con la revolución, que se vaya de la isla, decretó Fidel Castro. Y emergió así la llamada “Crisis de los Balseros”.

Decenas de miles de cubanos se lanzaron en frágiles balsas a la mar buscando asilo en los Estados Unidos. La política norteamericana de Pies secos/Pies mojados, deportaba a Cuba a quienes eran sorprendidos en altamar y les otorgaba asilo a quienes alcanzaban las playas de la Florida.

La historia vuelve a repetirse (sin Fidel Castro), solo que ahora tiene un mortal ingrediente: el COVID que azota la isla y que además de cobrar miles de vidas, colapsó ya el turismo, que es su principal ingreso de divisas después de las remesas. Hoy, los niveles de vida en Cuba están en mínimos que son intolerables.

Ya no se trata solo de saciar el hambre -que ya de sí es mucho decir y es suficiente para acabar con un gobierno- sino de ver con impotencia cómo la nación que exportaba médicos, que se preciaba de tener un sistema de salud universal ejemplar, se ve rebasada e impotente para contener la sombra de las miles de muertes por la pandemia.

Esta es la primera gran crisis en la que el apellido de Fidel Castro no está al frente de la línea de batalla. Y las dudas sobre las capacidades del presidente Miguel Díaz-Canel para resolver la crisis alimentaria, sanitaria, energética y monetaria, se ponen en relieve.

Pero además de la pandemia, un nuevo ingrediente que no existía en 1994 -el Internet y las redes sociales- eleva el descontento popular a niveles de una indignación nunca vista.

Ya no es suficiente el discurso anti-yanqui repudiando el embargo, o la demagogia de la defensa a ultranza de una ideología aplicada en un fallido gobierno de 62 años, incapaz de crear prosperidad, sino incluso de satisfacer el hambre de su pueblo.

Los cubanos de hoy pueden asomarse al mundo a través de sus dispositivos móviles y pueden comprobar que viven en la miseria más opresora, la que no tiene justificación desde cualquier trinchera ideológica, sea de izquierda o de derecha.

Por eso, una de las acciones inmediatas del gobierno de Díaz-Canel fue la de suspender los servicios de Internet. Para que los cubanos no pudieran compartirle al mundo su drama y su desesperación.

Para que los cubanos no pudieran asomarse a lo que el mundo habla sobre la crisis de una isla en la que se frustró la utopía castrista de una gran revolución de masas.

Y en medio del drama, el choque frontal de visiones hemisféricas. En una esquina, Joe Biden y en la otra, Andrés Manuel López Obrador.

Para el mandatario norteamericano, se trata de la lucha desesperada de un pueblo por sobrevivir y no morir aferrándose a aquella utopía. La salida solo tiene una palabra en su diccionario: Libertad.

Para el mandatario mexicano, se trata de otro complot intervencionista, de una manipulación mediática para debilitar al gobierno cubano dominado por una dictadura de seis décadas, sin elecciones libres.

En su postura, el presidente López Obrador traiciona sus propias tesis. ¿Acaso los cientos de miles de cubanos que marcharon para protestar no son “pueblo, bueno y sabio”?

¿Será que sus demandas para saciar el hambre, o para que les surtan las más elementales medicinas, o para escapar de la muerte de una pandemia mal atendida, son excesos de una masa manipulada con fines políticos?

Pero no es de extrañar cuando el inquilino de Palacio Nacional se ve en la antesala de un espejo al que nos acercamos y que podría, en cualquier momento, romper el frágil equilibrio social.

Hoy, las importaciones mexicanas de granos -base de la alimentación- alcanzan cifras récord.

Y por más que se presuma controlada la pandemia, México registra un pésimo manejo y un subregistro de casos y defunciones, que esconde cientos de miles de muertos más que los que oficialmente se reportan.

Pero, a diferencia de la isla caribeña, vivimos un gobierno impotente para frenar la heredada ola de violencia y, sobre todo, reacio a hacerle frente al crimen organizado que avanza en la instalación de un gobierno alternativo.

Es cierto que, hasta ahora, uno de los grandes logros del gobierno de la Cuarta Transformación es el de que, en medio de la suma de todas las crisis, los mexicanos no están protestando en las calles.

La pregunta es si el manejo de los escasos recursos públicos alcanzará para solventar los crecientes programas sociales por lo que resta del sexenio.

Porque, así como nadie anticipó en Cuba, la súbita revuelta callejera que devolvió el reloj al inestable 1994, en México habría que estar alertas para que el estallido -que ojalá se logre evitar- reinstale en las calles la inconformidad social.

Y si eso sucediera, ¿qué diría el presidente López Obrador de ese “pueblo, bueno y sabio”?

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