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2 de agosto 2021

¡Que alguien me explique!

La Consulta de Pilatos

Pero quien propuso esta consulta (AMLO), asumió la filosofía de Poncio Pilatos. Salió a lavarse las manos dejándole “al pueblo bueno y sabio” la responsabilidad de contestar una pregunta que él mismo debió no solo responder, sino ejercerla con la Constitución en la mano

Por Ramón Alberto Garza

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Es lamentable que el esperado debut de la figura de la Consulta Popular se haya dado con un galimatías que invitó apenas al siete por ciento de los mexicanos a salir para emitir su voto.

El experimento democrático fracasó, porque la pregunta que empieza en nada, transita en nada y menciona a nadie, envió al cesto de la basura los 528 millones de pesos que costó este ejercicio mal concebido, que quedó muy lejos del exigido 40 por ciento del padrón para ser vinculante.

Fue el equivalente a la rifa del avión presidencial sin rifa, al juicio por corrupción a Emilio Lozoya sin Emilio Lozoya o a la cancelación del Seguro Popular y la suspensión de la compra de medicamentos sin tener una opción a la mano.

Siempre fue absurdo salir a preguntarle a los mexicanos si estaban de acuerdo en que se enjuiciara a los políticos presumiblemente corruptos del pasado -¿y por qué no a los del presente?-  cuando la ley es muy clara. No hace falta una consulta popular para ejercer la justicia.

Pero quien propuso esta consulta, el presidente Andrés Manuel López Obrador, asumió la filosofía de Poncio Pilatos. Salió a lavarse las manos dejándole “al pueblo bueno y sabio” la responsabilidad de contestar una pregunta que él mismo debió no solo responder, sino ejercerla con la Constitución en la mano.

Así, de un cuestionamiento originalmente ideado para preguntar si se enjuiciaba a los ex presidentes Salinas, Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto, la Suprema Corte eliminó la dedicatoria personal y acabó redactando la cantinflesca pregunta que empieza en nada y termina en nada.

Por cierto, ¿por qué no se incluyó en la pregunta original planteada por el presidente el nombre de Luis Echeverría, quien todavía vive, como para rendir cuentas sobre el vendaval político y económico que generó su populista sexenio de la guayabera?

Lo curioso es que el mismo presidente López Obrador, el mismo proponente de esta Consulta Popular, haya dicho que el votaría por el “No” a la pregunta. O sea, que él no quiere que se enjuicie a nadie.

Volvemos al síndrome de Poncio Pilatos. Yo me lavo las manos, pero como “el pueblo bueno y sabio” me lo exige, yo solo obedezco. Su corazón no es vengativo, pero Morena y el pueblo sí lo son.

En el fondo, para lo único que servirá esta fallida consulta, será para medir cuál es el auténtico respaldo que conserva -a la mitad del camino- el mandatario y su gobierno de la Cuarta Transformación.

Y, sobre todo, si existen las bases para esperar que “el pueblo bueno y sabio” salga el próximo marzo a hacer un ejercicio democrático de consulta todavía más trascendental: el de la revocación de mandato. El de votar para decidir si el presidente López Obrador debe seguir o no en Palacio Nacional.

En 2018 su victoria se dio con una apabullante y esperanzadora votación de 33 millones de sufragios a favor de Morena y de su candidato.

Para junio del 2021, a la mitad del sexenio, fueron solo 16 millones de mexicanos los que apoyaron a los candidatos de Morena. Una caída en el respaldo al partido del 50 por ciento de los votos que lo instalaron en el poder.

¿Los 17 millones de votos que faltaron, se recuperarán cuando en la boleta de marzo reaparezca el nombre de López Obrador?

Ése será el único aparente beneficio de la consulta popular de ayer. El de conocer el nivel de aprobación, rechazo o cansancio del “pueblo bueno y sabio”, sobre todos los galimatías políticos y financieros que ya tiene contabilizados el gobierno de la Cuarta Transformación.

Pero al final del día, de poco o de nada sirve la consulta popular, cuando el juicio político a todo lo que huela a pasado se da sin consulta previa todos los días, en la conferencia mañanera de Palacio Nacional.

Sin exigencia que vaya más allá que la de su opinión, el presidente López Obrador crucifica a todo aquel que se atreve a disentir o a cuestionar sus políticas de la Cuarta Transformación.

Y lo hace sumariamente, con nombres y apellidos. Para eso no le pide el voto “al pueblo bueno y sabio”. No existen denuncias formales para buscar el debido juicio y la sentencia. Desde ex presidentes, pasando por empresarios, intelectuales o medios de comunicación.

Pero también, como moderno Poncio Pilatos, deja libres a los Barrabases, encarnados hoy en personajes como Manuel Bartlett, Ovidio Guzmán, sus hermanos Pío y Martín Jesús López Obrador o los esposos Nahle, por citar algunos.

Ninguna sorpresa se dio en la Consulta Popular. Fue un auténtico desaire a una mala idea, pésimamente ejecutada.

Pero por supuesto que, a la hora de hacer el balance en la Mañanera del lunes, la culpa presidencial recaerá en el Instituto Nacional Electoral, al que acusará de no promover el que los ciudadanos salieran a votar.

Otro motivo más para salir a proponer la reforma que le modifique las reglas del juego al árbitro electoral. La mira en el 2024.

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