¿Cuánto falta para la elección?

7 de mayo 2024

7 de enero 2021

¡Que alguien me explique!

Insurrección en Washington

El caos inducido ayer en el Capitolio fue un abierto acto de sedición. Y el sedicioso en jefe es no más ni menos que quien todavía detenta el mayor rango de autoridad en la Unión Americana: el presidente Trump

Por Ramón Alberto Garza

COMPARTE ESTA HISTORIA

Sedición.- Alzamiento colectivo y violento contra la autoridad, el orden público o disciplina militar, sin llegar a la gravedad de la rebelión. Sublevación de las pasiones.

El caos inducido ayer en el corazón de la democracia de los Estados Unidos -en el Capitolio, donde se refrendaría a Joe Biden como el nuevo presidente- fue un abierto acto de sedición.

Y el sedicioso en jefe es no más ni menos que quien todavía detenta el mayor rango de autoridad en la Unión Americana: el presidente Donald Trump.

Basta unir las piezas de este perverso rompecabezas para concluir que lo que busca el todavía inquilino de la Casa Blanca es crear un estado de excepción.

Su intención es que, en medio del caos, se prolongue su mandato, difiriendo o impidiendo el ascenso de Biden el 20 de enero.

O en el otro extremo, negociar la paz de sus extremistas a cambio de que se le otorgue perdón post presidencia a él y a su familia.

Las pruebas son contundentes e irrefutables.

El presidente Trump tiró su primera piedra insistiendo una y otra vez que le robaron la elección. Muy pocos lo avalaron, acaso incondicionales como el radical texano Ted Cruz. Pero la mayoría -incluyendo su fiscal general- desacreditó el supuesto fraude.

Durante las semanas posteriores a la elección, exhortó a los que votaron por él -a la mitad de los norteamericanos- a defenderse y a convocar a manifestaciones. Washington sería la sede natural para la rebelión.

Y cuando los sediciosos -sus sediciosos- aparecieron ayer por la mañana en las afueras de la Casa Blanca, el presidente Trump los invitó a marchar hacia el Capitolio, donde se protocolizaba la victoria del demócrata Biden.

El mandatario estaba fuera de sus camisolas. Los reportes electorales desde Georgia le confirmaban que los dos asientos senatoriales serían para los demócratas. Los republicanos perdían el control del Senado. Con todas las implicaciones para el juicio de la Era Trump y para su futuro personal.

Y para colmo, ya conocía el texto del mensaje de Mike Pence, quien por primera vez en cuatro años le daba la espalda al no avalar la petición presidencial de hacer lo necesario para modificar la calificación electoral. El vicepresidente se plantó y le dio la espalda a su capricho.

Cientos, acaso un par de miles de supremacistas blancos, se lanzaron entonces sobre la sede legislativa, que curiosamente no tenía el resguardo de seguridad suficiente.

Cuestión de comparar el cerco que se le impuso a la sede legislativa los días en que el movimiento Black Lives Matter lo acechó.

Por eso los sediciosos lograron con agilidad romper la línea de seguridad, destruir ventanas y puertas, penetrar hasta el recinto legislativo e incluso profanar la oficina de Nancy Pelosi, la líder del Senado. Una bala segó la vida de una mujer en el interior del Capitolio. En total, la policía reportó cuatro muertes.

Los legisladores fueron sacados de aquel estado de sitio por elementos de seguridad. Se suspendía el protocolo para entronizar a Biden.

El presidente electo Joe Biden no vaciló en calificar el hecho como un asalto a la democracia.

Durante horas, el presidente Trump guardó un silencio cómplice, el del sedicioso en jefe. Y solo después de comprobar los estropicios, salió a exhortar a sus sediciosos que se fueran a casa. Go home.

Pero la sedición reapareció en el mismo discurso, cuando reiteró la mentira de que la elección se la habían robado.

La maniobra fue tan burda, que las redes sociales reaccionaron de inmediato. Facebook bajó el video por la flagrante mentira del fraude sin sustento alguno. Y Twitter suspendió la cuenta presidencial por doce horas, con la amenaza de cancelarla en definitiva.

Los que algún día fueron sus incondicionales republicanos lo desenmascararon.

El senador Mitt Romney declaró que “eso es lo que el presidente causó hoy, una insurrección”. El legislador republicano Adam Kinzinger fue tajante: “Esto es un intento golpista”.

Ya entrada la tarde, las autoridades locales de Washington decretaron el estado de emergencia en la capital norteamericana. Nadie podría salir a las calles. El estado de sitio era un hecho en la que se presumía la cuna de la democracia moderna.

Y tal como aquí lo advertíamos ayer -aunque sobraron los que nos calificaron de alarmistas- el caos se apoderó de la nación baluarte de la democracia. Y los próximos trece días amenazan con ser de pesadilla.

La violación criminal, con cuatro vidas de por medio, al recinto legislativo -al Capitolio- la sede del “We the people”, exhibió una fragilidad nunca vista y decretó el luto nacional por la democracia.

Acaso en algún despacho en Moscú o Beijing se destapaban algunas botellas de vodka o de baijú acompañadas de blinis de caviar o de dumplings de pato para celebrar que el presidente Donald Trump hirió de muerte al mundo libre.

Lo que antes solían ser escenas de los países totalitarios o tercermundistas, de gobiernos golpistas, ya están en el inconsciente colectivo norteamericano.

Estados Unidos fue humillado ante el mundo y el sedicioso en jefe lo celebraba anoche, quizás cenando su acostumbrada hamburguesa de McDonald’s. Y le faltan trece más.

Publicidad
Publicidad
Publicidad