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¡Que alguien me explique!

El Presidente que no quiso serlo

Para ser Presidente, lo primero que tiene que asumirse son las responsabilidades que conlleva ser el Jefe de una Nación. Y su encargo primario es ser el garante del Estado de Derecho en la sociedad a la que gobierna

Por Ramón Alberto Garza

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Para ser Presidente, lo primero que tiene que asumirse son las responsabilidades que conlleva ser el Jefe de una Nación.

Y el encargo primario de un Presidente es ser el garante del Estado de Derecho en la sociedad a la que gobierna. Velar por el respeto a la vida, a las propiedades de los ciudadanos y a las leyes que rigen una relación digna y pacífica entre los ciudadanos.

A partir de ahí, el Presidente puede diseñar las estrategias políticas que considere, consensuar los cambios a las leyes que se le ocurran, definir el catálogo de obras públicas necesarias y establecer las prioridades presupuestales para reducir la brecha entre aquellos que más tienen y quienes menos tienen.

Por eso causó profunda sorpresa, el pronunciamiento del presidente Andrés Manuel López Obrador sobre la disputa abierta que ya libran tres de sus más cercanos colaboradores: Julio Scherer Ibarra, Alejandro Gertz Manero y Olga Sánchez Cordero.

No estamos hablando de cualquier miembro del Gabinete. Se trata nada menos de quien fuera el Consejero Jurídico de la Presidencia, del actual Fiscal General de la República y quien fuera también Secretaria de Gobernación y hoy presidenta del Senado. La plana mayor de la plana mayor.

Y en la inauguración del aeropuerto Felipe Ángeles, el inquilino de Palacio Nacional rehuyó abiertamente a entrar a mediar en esa confrontación, que ya dañó irremediablemente al gobierno de la Cuarta Transformación, y que si no tiene un justo arbitraje podría ser letal.

Como Poncio Pilatos, el presidente López Obrador “se lavó las manos” y dejó claro el mensaje de que no intervendrá en el diferendo, ya público y creciente, entre dos de quienes fueron sus personajes claves -Scherer y Sánchez Cordero- y uno más que todavía despacha, nada menos, que como Fiscal General de la República.

“Eso tiene que ver con tribunales, con ministerio público, con juzgados, y nosotros no vamos a meternos en esas diferencias, no queremos participar en eso. Nosotros estamos dedicados de tiempo y alma a la transformación de México…

“Tampoco podemos nosotros evitar que haya diferencias, que haya distintos puntos de vista, que haya confrontación política, y que además haya escándalos o sensacionalismo en los medios… Nada más que el presidente está ocupado en otros asuntos, y tengo yo que priorizar”.

Con todo el respeto que merece su investidura, el presidente López Obrador se equivoca al priorizar cualquier otro asunto por encima de la salvaguarda del Estado de Derecho.

Lo que revela la carta, que Julio Scherer Ibarra puso sobre la mesa, es la existencia de un Fiscal General de la República que amenaza a quien no le cumplió una ilegítima petición de impedir que se diera el Amparo a dos mujeres -sus familiares políticas- en un caso que le atañe a Alejandro Gertz Manero, en lo particular.

Y lo que es todavía peor, el de amenazar abiertamente al ex Consejero Jurídico, con un testigo presencial como lo es Jorge Carrasco, director del semanario Proceso, diciéndole que tenía la opción de elegir “entre un fiscal amigo o un fiscal enemigo”. Está claro que, por el hecho de que Scherer no le cumpliera al Fiscal su ilícito capricho, se le convirtió en el fiscal enemigo.

Y a partir de ese momento buscó perjudicar a quien lo apoyó para llegar a la Fiscalía, buscando que un incriminado en prisión como Juan Collado -urgido de recuperar su libertad-saliera a denunciar la presunta extorsión de un despacho de abogados -que el mismo inculpado contrató- buscando intentar endosarle el presunto chantaje a Scherer Ibarra.

No es cosa menor, señor Presidente. Si los tres personajes citados estuvieran todos ya fuera de sus cargos, sus declaraciones podrían ser aceptables. Que entre ellos se entiendan en los tribunales.

Pero resulta que uno de esos tres personajes -Alejandro Gertz Manero- todavía despacha como Fiscal General de la República, con carácter de independiente y con todo el poder.

Y a ese Fiscal -que fue propuesto por usted con el beneplácito del Senado- solo se le puede retirar de su poderoso cargo, si usted mismo -con causa justificada- presenta una moción ante el Senado para decidir si se dieron los ilícitos -que abundan- y en su caso proponer una nueva terna para suplir al fallido funcionario.

Gertz Manero peca de excesos en el abuso de autoridad, conflicto de interés y uso faccioso y personal de la Ley que el juró defender, para tergiversarla y operar en favor de sí mismo.

Lo hizo en el caso de la familia de su hermano Federico, en el caso de la Universidad de las Américas, en Puebla, o ahora en la persecución desatada contra el ex Consejero de la Presidencia, que tuvo el valor civil de hablar y denunciar.

Pretender que en la Fiscalía General de la República no pasa nada, que todos son chismes y jaloneos que deben resolverse por sí mismos, es renunciar a su calidad y a su juramento como Presidente de la República.

Ya lo hizo una vez, cuando escudado en su estrategia de “abrazos, no balazos”, renunció a su obligación como Jefe de la Nación de perseguir al crimen organizado y dejar que se muevan a sus anchas por todo el territorio nacional.

La violencia no cede y la cercanía al Estado Fallido o al Narco Estado es inminente. Los mexicanos todos -incluidos los pobres que tanto defiende- estamos inermes frente a los cárteles.

No repita la escapatoria que tiene por Ley, de salvaguardar el Estado de Derecho. Investigue lo que de verdad sucede en la Fiscalía General de la República con Alejandro Gertz Manero.

Si insiste en cerrar los ojos a esa perversa realidad, vamos aceptando que el Jefe del Estado Mexicano despacha ahora en Paseo de la Reforma, ya no en Palacio Nacional.

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