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¡Que alguien me explique!

El muro del desdén

La conmemoración del #M8 para recordar en todo el mundo el Día Internacional de la Mujer y para protestar en México por los desbordados feminicidios, solo vino a confirmar que el presidente Andrés Manuel López Obrador está dedicado a levantar muros, pero no a construir puentes

Por Ramón Alberto Garza

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“Quien hizo los muros, y no construyó los puentes…
me sobran palabras que nadie comprende”
Felipe Gil / La Felicidad

¿En qué pensaba el presidente Andrés Manuel López Obrador cuando ordenó instalar un muro, con el pretexto de proteger el Palacio Nacional para contener las protestas de las mujeres del #M8…?

¿Quién dio la orden a la policía -tanto militar como a la de la Ciudad de México- para emplear gas pimienta e incluso golpes para someter a las mujeres que se manifestaban frente al recinto presidencial?

La conmemoración del #M8 para recordar en todo el mundo el Día Internacional de la Mujer y para protestar en México por los desbordados feminicidios, solo vino a confirmar que el presidente Andrés Manuel López Obrador está dedicado a levantar muros, pero no a construir puentes.

Los muros se alzan de palabra -y con el desconocimiento o el rechazo de acuerdos- lo mismo con opositores que con la clase empresarial, los medios de comunicación y las redes sociales, los laboratorios farmacéuticos, los fondos de inversión nacionales y extranjeros, las calificadoras y hasta con las Naciones Unidas.

Los puentes, en cambio, se tienden para ser empáticos con el hijo y la madre del capo, para gestionar una mesa de diálogo con los líderes de la mafia rumana o para darle salvoconducto de buena conducta al candidato amigo, acusado de múltiples violaciones.

Pero en el Día Internacional de la Mujer, en la conmemoración mundial para recordar los derechos y la igualdad de género, el gobierno de la Cuarta Transformación decidió levantar aquel muro para contener la furia de quienes protestaban por el alza creciente de los feminicidios.

En su mensaje del fin de semana, el inquilino de Palacio Nacional justificó el hecho bajo el argumento de que quería dejar en claro que nunca se va a reprimir al pueblo.

“Es mejor poner una valla que poner enfrente a las mujeres que van a protestar a los granaderos, como era antes. No los podemos enfrentar. Que no haya violencia. Que nadie salga dañado, herido”.

Y contra lo dicho por el presidente, la policía sí estuvo ahí para enfrentar, para contener, para lanzar gas pimienta sobre quienes buscaban esquivar el cerco de acero. Incluso, una reportera gráfica del periódico El Heraldo fue lesionada.

Pero lo que un día antes eran frías planchas de acero que dividían dos mundos -el de Palacio Nacional y el de la realidad “allá afuera”- acabaron transformadas en un conmovedor memorial para no olvidar.

Sobre ese hierro impenetrable se estamparon cientos de nombres de mujeres, víctimas de la violencia de género. Y entre las canaletas que unían los planchones fueron sembrados ramilletes de flores.

Eran el homenaje a los nombres y apellidos de niñas, jóvenes y mujeres adultas que fueron asesinadas o desaparecieron y por las que sus parejas, hijos, padres, madres, hermanos y amigos peregrinan en busca de justicia.

Sin duda, con ese muro, quizás se evitó vandalizar la fachada de Palacio Nacional. Pero los reclamos jamás fueron tan diáfanos como los de aquellas luminosas proyecciones que coreaban en un ruidoso haz de luz: “Ningún violador será gobernador”.

Y esas imágenes con cazadores de drones custodiando la azotea de la casa presidencial frente a la temida “embestida femenina”, circulan ya por todo el mundo.

Son el fiel testimonio a la ausencia de empatía de un gobernante más proclive a viajar hasta una lejana sierra en Sinaloa para extenderle la mano a la madre del capo, que a sentarse en un salón de Palacio Nacional para dialogar y buscar una solución al drama que más preocupa a las mujeres mexicanas. A la mitad de la población mexicana.

La viciada respuesta presidencial es la de endosar la intranquilidad de género al patrocinio de sus opositores conservadores, neoliberales y fifís. Y con esa etiqueta viene aparejado el desdén e incluso el desprecio por la causa. Son mujeres patrocinadas o ingenuas manipuladas.

“No es la mayoría del pueblo y desde luego no son las mujeres, no. Es el grupo minoritario, una minoría rapaz, que se sentían los dueños de México”.

¿De verdad cree el mandatario que mujeres como Sabina Berman, Consuelo Sáizar, Rossana Fuentes Berain, Patricia Reyes Spíndola, Azucena Uresti, Yuriria Sierra, Katia D’Artigues, Paola Rojas, Mónica Garza o Adela Navarro, tan disímbolas como independientes, son “patrocinables” o “engañables”?

Y mientras la miopía del presidente López Obrador crezca hasta cerrar los ojos a la realidad, la furia por la injusticia del feminicidio negado, y jamás penalizado, inundará de nuevo en lo que resta del sexenio las calles que se teñirán con el luto y la vergüenza nacional. El presidente está ‘de-morado’.

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