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El Efecto Vodka

Si Vladimir Putin pierde esta guerra, no será con una gran derrota en Ucrania, sino con un inesperado enemigo que ya se instaló y se viraliza en Rusia

Por Ramón Alberto Garza

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Si Vladimir Putin pierde esta guerra, no será con una gran derrota en Ucrania, sino con un inesperado enemigo que ya se instaló y se viraliza en Rusia.

Esa derrota podría no forjarse con tropas y artillería, ni con tanquetas o misiles, sino con otras “armas no convencionales” que no figuraban en el mapa de las estrategias de las últimas grandes guerras mundiales.

Y es que los enemigos de Putin -Estados Unidos y el bloque de la OTAN- tienen la certeza de que a Rusia se le puede postrar, sin tener que derrotarla abiertamente en el campo de batalla.

Basta cerrarle los accesos financieros, colapsando a su moneda -el rublo-, encareciendo la vida, creando ejércitos de hackers, aislándolos de redes sociales y limitando sus interacciones comerciales, sacándolos de las cadenas globales de suministro. En pocas palabras, una estrategia integral de aislamiento financiero, comercial y digital.

Con la primera de esas estrategias, el cerrarle los accesos financieros mediante el rechazo de los bancos más importantes de Rusia en el SWIFT -que es el sistema mundial de compensaciones de pagos- el rublo se abarata, se devalúa.

Por eso vemos cómo el rublo perdió ya el 62 por ciento de su valor desde que comenzó el ataque a Ucrania. Para que se den una idea del impacto, eso es como lanzar un misil  nuclear que destruyera a menos de la mitad los salarios, en términos de dólares, de los 50 millones de rusos que trabajan.

Pero a esa crisis se suma el encarecimiento que se produce cuando al no poder comerciar con el rublo, se limitan las compras de bienes y servicios, los nacionales y los extranjeros.

Y al cerrarse las compras internas y las importaciones, sobreviene la carestía. Los precios suben y se produce la mortal y contagiosa espiral inflacionaria. Desde que empezó la guerra con Ucrania, la vida se ha encarecido por arriba del 20 por ciento.

Con los salarios en el suelo y los precios por las nubes, los rusos están obligados a apretarse el cinturón. A comer menos, a no tener acceso a productos que antes daban como seguros en los anaqueles de sus mercados, a destinar lo poco que tienen a lo indispensable y caro. Sobrevivir.

Para colmo, al cierre del sistema SWIFT de compensaciones de pagos, se sumó la cancelación en las operaciones de las tarjetas de crédito Visa, Mastercard y American Express. Los rusos no tienen crédito internacional para comprar lo muy poco caro que hay.

Y como existe escasa o nula comunicación interbancaria, y tampoco operan las tarjetas de crédito, los cajeros automáticos son insuficientes para desplegar todo el efectivo necesario para que todos puedan salir a comprar lo indispensable y sobrevivir.

La pregunta es si esas familias rusas modernas, que en solo tres décadas pasaron del comunismo al consumismo, ¿podrán resistir los embates de la carestía y la inflación apoyando al mismo tiempo las decisiones expansionistas de Putin? Para sus nuevas costumbres capitalistas, eso les significa la muerte.

Pero sin duda la pregunta financiera más significativa es si los países occidentales que imponen esas sanciones ¿podrán vivir con los efectos de no poder comerciar ni hacer operaciones con Rusia? Es decir, si el castigo a Rusia no podría generar un impacto global con un Efecto Vodka, similar al que propició México en los 90 con el llamado Efecto Tequila.

Para dimensionar ese impacto, baste decir que el comercio de energéticos de Rusia con Occidente alcanza los 700 millones de dólares diarios. Así, el bloqueo decretado por el presidente Joe Biden de no comprar ni gas ni petróleo ruso, trastoca de facto el sistema global energético.

Pero al aislamiento del sistema financiero y de pagos internacionales tendría que sumarse otro ataque, quizás igual de letal: el de los ataques cibernéticos y el del cierre a los rusos del acceso a las redes sociales.

Miles de ucranianos recibieron el pasado sábado 5 de marzo un singular tuit, nada menos que de su Ministro de Transformación Digital de su país.

En ese mensaje, Mykhailo Fedorov hacía un llamado a los expertos tecnológicos a integrarse a un ejército de hackers buscando apostarle a una guerra cibernética a Rusia.

Dos días después, el funcionario abrió en Telegram un canal con un instructivo de 14 páginas, detallando cómo inhabilitar sitios web rusos. Ya para entonces, el número de voluntarios que se unían al convocado ejército digital sobrepasaban los 285 mil.

Su meta es hackear miles de objetivos rusos, incluidos bancos, empresas de telecomunicaciones, de electricidad, así como desarticular desde un ciberataque la red nacional de cajeros automáticos. Destruir la red de redes en la que opera el mundo digital ruso.

A esos ejércitos de hackers se suman las apuestas desde Occidente al suspender los servicios de Facebook, Instagram, WhatsApp e incluso Tik Tok, en la otrora fortificada Cortina de Hierro.

Y mientras Putin no entre en razón y no detenga la invasión ucraniana, los rusos tendrán que conformarse con entretenerse con sus videojuegos caseros o con la televisión tradicional.

Adiós a comunicarse, instantáneamente, con los amigos; adiós a la música en línea como Spotify; adiós a los sitios de citas; adiós al entretenimiento de grabar videos para subirlos en las redes y adiós a crear comunidades virtuales.

Por eso decimos que detrás de la invasión a Ucrania se está jugando en suelo ruso otra guerra silenciosa, nunca antes experimentada.

Es un combate que puede convertir al pueblo ruso en un gran misil de descontento, que le ajuste cuentas a un Putin que acabará perdiendo por la retaguardia, la financiera y la digital. ¿Sobreviviremos todos, no solo Rusia, al Efecto Vodka?

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