¿Cuánto falta para la elección?

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¡Que alguien me explique!

De bodas y pobrezas

La renuncia de Santiago Nieto como titular de la Unidad de Inteligencia Financiera se explica en gran medida por la idea del presidente López Obrador de hacer de la pobreza una virtud.

Por Ramón Alberto Garza

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Siempre hemos estado de acuerdo con el diagnóstico que desde su candidatura planteó Andrés Manuel López Obrador sobre la prioridad que tenemos en México.

A nuestro país le urge cerrar la brecha de la desigualdad que se abrió en siete sexenios de políticas públicas encaminadas a favorecer al capital, limitando el apoyo real hacia lo social.

El resultado de esa distorsión es innegable. El poder adquisitivo del salario mínimo hoy es apenas la mitad de lo que podía comprar en los años 70.

Y en contraparte, la concentración del capital y la generación de multimillonarios, producto de las concesiones otorgadas por la gracia del gobierno en turno, es descomunal.

Pero una cosa es admitir la urgencia de corregir ese sesgo en las políticas públicas y otra la de instalar en lo privado a la pobreza como una virtud que todos estamos obligados a practicar.

Un ejemplo de lo que decimos viene con el debate sobre la boda de Santiago Nieto y Carla Humphrey que se celebró el pasado fin de semana y que tras jaloneos en medios y redes sociales culminó ayer por la noche con el relevo del novio como titular de la Unidad de Inteligencia Financiera.

El llamado fiscal anticorrupción y su esposa -consejera del INE- decidieron celebrar su matrimonio en la ciudad de Antigua, en Guatemala.

No se trataba de un exceso ni de un capricho, mucho menos de ocultar algo. En el fondo Nieto eligió Antigua en recuerdo de su madre, quien sufrió en esa ciudad un derrame que le costó la vida. Fue una elección de caracter sentimental.

De hecho la lista de asistentes se limitó a familiares de los novios y acaso unos 40 invitados personales. Y la reseña de quienes ahi convivieron es que la boda nada tuvo de “fastuosa”, como se le ha pretendido calificar. Fue una ceremonia con clase, sin excesos.

Y así habría pasado, a no ser por dos incidentes relacionados con invitados al evento y con los que alguien buscó instalar algo privado en la ruta del escándalo público.

El primero se propició cuando un empresario de la comunicación que viajaba en avión privado fue señalado por no presentar la declaración de los 35 mil dólares en efectivo que llevaba al momento de pasar migración en Guatemala.

Su versión es que sí los declaró ante las autoridades mexicanas, quienes debieron extender el parte a las autoridades guatemaltecas.    

Pero aún eso quedaría en la esfera de personal, a no ser porque otra de las pasajeras en el mismo avión privado era Paola Félix, la secretaria de Turismo de la Ciudad de México.

El pecado radicaba en que la funcionaria capitalina viajaba a Guatemala el día en que como funcionaria debía atender en la ciudad capital los pormenores del Campeonato Mundial de Fórmula Uno.

Otro pecado mayor era que siendo funcionaria de la Cuarta Transformación, se le tenía como impedida para viajar en vuelos privados, aunque fuera de “aventón”.

Por eso Claudia Sheinbaun no vaciló en pedirle la renuncia a Paola Félix, bajo el supuesto de que violentó los protocolos de su gobierno y además se ausentó de sus responsabilidades en el evento turístico mas importante del año.

El hecho es que los detalles de la detención temporal de los pasajeros y la no-declaración de los 35 mil dólares presumiblemente acabó por filtrarse desde las oficinas de la Fiscalía General de la República en Guatemala, buscando crear un impacto negativo en la boda Nieto-Humphrey.

Y es que para nadie es un secreto que el fiscal Alejandro Gertz Manero y el hasta ayer titular de la Unidad de Inteligencia Financiera tenían un largo expendiente de desencuentros sobre los múltiples casos judiciales que están en proceso.

Quizá por eso alguien no vaciló en compartir con algunos medios los detalles de esos dos asuntos, en un intento por lesionar el evento privado.

En su Mañanera de ayer lunes, el presidente López Obrador enfocó sus cuestionamienteos a la no declaración de los 35 mil dólares y al hecho de que una funcionaria ligada al gobierno de la Ciudad de México viajara “de aventón” en avión privado.

Pero rondó el fantasma de los cuestionamientos sobre la boda, sobre todo porque ya existía el antecedente de otra boda de uno de los hombres cercanos al presidente –César Yañez- que también fue cuestionada poco antes de inciarse el actual sexenio.

Y el final acabó siendo el mismo. Un escueto boletín desde la Secretaría de Gobernación anunciaba la designación de Pablo Gómez, militante insignia de la izquierda desde sus días como líder estudiantil en el Movimiento del 68.

Es triste que el presidente López Obrador vea como “fastuoso” o “escandaloso” cualquier evento -boda incluída- que no sean de tamalitos de chipilín y champurrado de chocolate en el patio de la casa.

Y que de los ataques iniciales contra las élites, el mandatario haya descendido incluso a cuestionar a una clase media que tiene entre sus innumerables aspiraciones celebrar sus fiestas, los quinceaños y las bodas de sus sueños.

Es absurdo pretender que los mexicanos –aun los funcionarios de cualquier nivel- se sientan mal porque en su legítimo derecho quieran tener una mejor casa, un auto a su gusto, unas vacaciones de ilusión o un fiesta como siempre la soñaron. Mientras sea con ingresos legítimos, ¿cuál es el problema?

Por eso el nivel del gabinete viene en decadencia. Porque en la selección se exige que además de la mas absoluta lealtad -que raya en sumisión- se garantice la renuncia a cualquier aspiración de tener una vida mejor. Y esa actitud solo genera conformismo y mediocridad.

Por supuesto que hay que luchar contra la corrupción y contra la ostentación. Pero no existe ningún derecho público para asesinar por contrato cualquier aspiración privada.

El cierre de la brecha de la desigualdad debe darse levantando el nivel de la pobreza a una vida digna, de clase media, no exigiendo a las clases con mejores condiciones que vivan como pobres, cuando por años lucharon por alcanzar sus sueños.

Hacer de la pobreza una virtud en el discurso presidencial es condenar a toda una nación a disfrutar de la posibilidad de progresar. Nada tiene eso de ilegítimo, aún cuando esos sueños se cumplan en una boda en Antigua.

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