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El complot de los Litempos

Por más que se cuestione, siempre será sano para una sociedad no olvidar las heridas de su Historia.

Por Ramón Alberto Garza

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Por más que se cuestione, siempre será sano para una sociedad no olvidar las heridas de su Historia.

Y el 2 de Octubre de 1968, aquella tarde que culminó con la masacre estudiantil de Tlatelolco, es una de las infamias políticas más dolorosas de México.

Pasaron 50 años y la herida está abierta. No sana, ni sanará. Las marchas del pasado martes a lo largo y ancho del país reviven la barbarie, la represión y sobre todo la ausencia de una justicia que nunca llegó.

Pero más allá de las posiciones extremas entre la verdad oficial y la verdad de la calle, más allá de los hechos fríos, hay que saber leer lo que existió detrás de lo que en la “verdad oficial”  calificó como “un complot comunista contra México”.

Y a lo largo de cuatro décadas de analizar como periodista esos sucesos, de escudriñar las distintas “verdades”, la conclusión es que todo aquello fue una siniestra obra del teatro político mexicano que transcurrió en cinco actos.

Primer Acto: En 1968 el mundo vivía el síndrome del comunismo. Cualquier acto contra lo establecido era visto como una intentona roja por envenenar a la sociedad, a través de su manipulable juventud. Recuerden la Primavera de Praga y sus secuelas.

Segundo Acto: En ese contexto, México vivía un régimen presidencial absolutista, con un Gustavo Díaz Ordaz de carácter férreo, irreductible, pero sobre todo ligado a la CIA, la agencia norteamericana que se decía entonces guardián del mundo frente a las acechanzas del comunismo. El presidente mexicano era oficialmente su agente.

Bajo el código de Litempo-2, Díaz Ordaz veía el mundo bajo la misma óptica que vendían los norteamericanos: los rusos buscaban convertir a México en la nueva Cuba de América Latina.

Tercer Acto: Díaz Ordaz tenía como secretario de Gobernación a un ambicioso e intrigante político, Luis Echeverría Álvarez, quien también agente de la CIA bajo el código Litempo-8, buscaba desesperadamente ser su sucesor en la presidencia.

De la mano de Echeverría, otro agente de la CIA bajo el código Litempo-4 respondía al nombre de Fernando Gutiérrez Barrios.

Echeverría y si oscuro policía urdieron en el sexenio de Adolfo López Mateos un complot para crear las condiciones en las que Díaz Ordaz –y no el secretario de Industria y Comercio, Raúl Salinas Lozano- fuera el candidato presidencial del PRI.

Cuarto Acto: Echeverría y Gutiérrez Barrios entendieron  a mitad del sexenio diazordasista que el establishment norteamericano buscaría apoyar la candidatura presidencial del secretario de Hacienda, Antonio Ortiz Mena. Y se aprestaron a contrarrestar desde las sombras.

Litempo-8 (Echeverría) y Litempo-4 (Gutiérrez Barrios) convencieron a Litempo-2 (Díaz Ordaz) de que los ecos de la Primavera de Praga eran aprovechados por los soviéticos para penetrar a México. Y los tres le vendieron esa historia a sus jefes de la CIA.

La intención de Echeverría era convencer a los poderosos norteamericanos de que una candidatura tecnócrata como la de Ortiz Mena no tendría la mano dura para frenar la ola roja. Y si el comunismo se apoderaba de México, los Estados Unidos estarían en serio peligro de ser infiltrados.

Las protestas universitarias fueron el terreno fértil para probar la tesis de Echeverría. Y el complot floreció aquella negra tarde en la Plaza de las Tres Culturas, cuando el mundo tenía puestos los ojos en México por el arranque de los Juegos Olímpicos del 68.

Quinto Acto: La matanza de Tlatelolco y sus repercusiones en todo México obligaron a los norteamericanos a rectificar. La mano dura de Echeverría y de su policía Gutiérrez Barrios era lo que México necesitaba.

El primero de diciembre de 1970, Litempo-8 -aún con la sangre de aquella tarde de Tlatelolco escurriendo entre sus manos- heredaba de Litempo-2 la banda presidencial. Lo demás ya es historia.

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