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Agro-petrolizados

Pero la maldita realidad se encarga de arruinarnos la fiesta, cuando se le pone la lupa a esta compra que podría acabar como el Agronitrogenados petrolero para el sexenio de la Cuarta Transformación. Veamos por qué

Por Ramón Alberto Garza

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Cómo desearíamos contagiarnos con el optimismo del presidente Andrés Manuel López Obrador, cuando anunció la compra del otro 50 por ciento de la refinería texana de Deer Park, de la que Pemex ya era el dueño de la mitad.

Sin duda, al mandatario lo convencieron de que hizo la compra del Siglo. Después de todo, con menos del 10 por ciento del costo de Dos Bocas, se tendrá a disposición una planta que refinará los mismos 340 mil barriles de crudo diarios que el nuevo complejo tabasqueño.

Pero la maldita realidad se encarga de arruinarnos la fiesta, cuando se le pone la lupa a esta compra que podría acabar como el Agronitrogenados petrolero para el sexenio de la Cuarta Transformación. Veamos por qué.

Deer Park es una refinería de la corporación holandesa Shell, cuyo 50 por ciento de la propiedad fue adquirida por Pemex en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari.

El entonces presidente era un convencido de que se tenía que diversificar la refinación, manejada en aquel entonces en su totalidad bajo la tutela de un poderoso, peligroso y chantajista sindicato petrolero.

Para Shell, la sociedad con Pemex fue un gran negocio. México le garantizaba el suministro del crudo y al mismo tiempo sería su principal cliente en la compra de gasolinas y diésel refinados. Mejor, imposible. Proveedor y cliente cautivo.

Pero como el crudo mexicano es de los llamados pesados, es decir, contiene elevadas cantidades de azufre, Shell debió reconfigurar su producción para procesar el petróleo azteca.

Esa fue, sin duda, una de las razones por las cuales desde febrero de este año la corporación holandesa venía anunciando oficialmente que cerraría Deer Park.

Porque sus emisiones de azufre ya no son compatibles con las nuevas normas para limpiar el medio ambiente, la ola verde que viene impregnada de refinaciones bajas en contaminantes y energías limpias.

A su condición de refinería contaminante, en suelo texano, Shell enfrenta al momento de su venta total a Pemex serias fallas en sus líneas de producción, que obligarían a erogar fuertes inversiones para reconfigurarla.

Y aquí es donde emerge la primera pregunta a la que no le encontramos respuesta.

Si para los holandeses, bajo las normas norteamericanas del suelo donde opera esa refinería, Deer Park ya no sería un negocio, ¿por qué para su nuevo y único dueño, Pemex, sí lo será?

¿Acaso el gobierno mexicano firmó antes de la compra algún acuerdo secreto con el gobierno norteamericano para que no se apliquen las severas normas anti-contaminantes que hicieron disfuncional a la refinería que opera en Houston?

¿Cuánto tiempo creen que la Environmental Protection Agency, responsable de vigilar los niveles de contaminación, tardará en levantarle la tarjeta roja a una refinería, que al menos en el papel, ya se daba como desaparecida y desmantelada?

Otro cuestionamiento tiene que ver con los estados financieros de Deer Park. En el último año -el de la pandemia- perdió cuatro mil 56 millones de dólares. Se entiende el drama por el desplome en el consumo de los combustibles.

Pero un año antes, en condiciones normales, reportó pérdidas por mil 436 millones de dólares, que aunados a la deuda que tiene de mil millones de dólares, implicamos que esas pérdidas y adeudos superan el valor de mil 200 millones de dólares que se le asigna tras la compra de Pemex.

De esas pérdidas, hasta antes de la compra de Pemex, los mexicanos pagábamos la mitad. Ahora las cubriremos todas.

Conclusión. Si Deer Park ya no es funcional bajo las nuevas regulaciones del medio ambientalismo norteamericano, si sus estados de resultados reflejan severas pérdidas y si sus instalaciones exigen una elevada inversión para recuperar su funcionalidad, ¿en dónde está la fiesta “Feliz, Feliz” por su compra?

Es entendible que, en el corto plazo, Pemex necesitará garantizar la refinación de esos 340 mil barriles de crudo pesado para impedir un desabasto, sobre todo, cuando las refinerías existentes en territorio mexicano están bajo reconfiguraciones para volverlas operativas.

Compramos, pues, chatarra, que muy pronto será completamente disfuncional, que demanda miles de millones de dólares para compensar sus pérdidas y en las condiciones actuales su utilidad se verá muy comprometida.

Y no olvidemos que en territorio norteamericano para nada se puede invocar la soberanía mexicana de la que tanto habla el presidente en sus mañaneras.

Quizás en el corto, muy corto plazo, se pueda justificar una compra así. Pero más temprano que tarde, acabaremos viendo que Pemex le vino a Shell como anillo al dedo. Para venderle una chatarra que estaba a punto de ser colocada en los deshuesaderos de Texas.

Daban la refinería de Deer Park como pérdida y acabaron recibiendo 600 millones de dólares por una refinería que acabará dando más pérdidas y dolores de cabeza que satisfacciones.

Si al presidente López Obrador, que tanto le gusta voltear a recordar la historia, que pregunte por ahí en qué terminó el experimento de Hugo Chávez y de Venezuela, cuando instalaron algunas refinerías y lanzaron la marca Citgo en territorio norteamericano.

Quizás, en ese espejo, el inquilino de Palacio Nacional podría ver lo refinado de la operación que feliz, feliz, celebró.

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