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18 de octubre 2024

2 de octubre 2024

¡Que alguien me explique!

90 días

Más allá del anecdotario y las consabidas promesas, de la repetición de los lugares comunes de hace seis años, hay que concederle a la presidenta, Claudia Sheinbaum, el beneficio de la duda. Al menos, por los próximos 90 días. De hoy a que termine el año

Por Ramón Alberto Garza

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Salvo por la revelación del presidente colombiano, Gustavo Petro, de que nuestra primera presidenta militó como guerrillera en el M-19, la toma de posesión de Claudia Sheinbaum Pardo se convirtió en una celebración con dedicatoria especial para tres festejados: Andrés Manuel López Obrador, las mujeres de México y Morena, el partido amo y señor de la Mayoría Calificada.

Curioso que, en el currículum que conocíamos hasta ahora de la sucesora de López Obrador, jamás se asomara su estafeta militante de una guerrilla. La sabíamos activista, sí, pero no luchadora de movimientos armados buscando derrocar gobiernos. Y fue el presidente colombiano -quien también fue militante del M19-  el que vino a revelar ese pasado, jamás conocido en México, sobre la ahora inquilina de Palacio Nacional. “Ya somos dos”, dijo.

Pero nada de qué alarmarse. Claudia Sheinbaum no sería la primera mujer que haya militado en una causa guerrillera antes de asumir los destinos de una nación. Ya lo hizo hace años la brasileña Dilma Rousseff, quien militó en la Organización Revolucionaria Marxista – Político Obrera (Polop) y que acabó sumándose a la organización guerrillera Colina, que buscaba derrocar al régimen militar en Brasil. Fue detenida en 1970 y purgó una sentencia de tres años en prisión.

Pero aquella Dilma guerrillera se cruzó en la vida con Luiz Inácio Lula da Silva -su Andrés Manuel López Obrador brasileño- el líder del Partido del Trabajo -el Morena carioca- y acabó por ser su promovida como su sucesora. Lamentablemente, Dilma Rousseff no pudo concluir su mandato. Fue destituida por el Congreso en medio de escándalos de corrupción. La primera presidenta mexicana debe asomarse en ese espejo, para no repetir aquella historia.

Por lo demás, el protocolo de toma de posesión fue un día lleno de lugares comunes. El incienso y los juramentos de lealtad a Andrés Manuel López Obrador, insistiendo en seguir llamándolo “presidente” cuando ya no lo es. El reiterado discurso del empoderamiento de las mujeres. Y las celebraciones de las reformas constitucionales, sobre todo, la Judicial.

Por la tarde, en el discurso del Zócalo, un copy-paste del que pronunciara López Obrador hace seis años en ese mismo lugar, también con 100 promesas. La entrega del bastón de mando de los pueblos indígenas, los chamanes y el incienso, igual que hace seis años. Cien promesas, cien enunciados, cien ideas para reconstruir a México. El prometer jamás empobrece.

Pero la pregunta es más que obligada. ¿De dónde van a salir los miles y miles de millones para hacer la nueva red nacional de trenes de pasajeros a Hidalgo, Querétaro, San Luis Potosí, Saltillo, Monterrey, Guadalajara y Ciudad Obregón? ¿Cómo se va a costear la apertura de miles de kilómetros de las decenas de nuevas carreteras anunciadas ayer y la reparación acelerada de otras tantas de las ya existentes?

Eso sin contar con el anuncio de la creación las Farmacias del Bienestar, junto a las inútiles sucursales del Banco del Bienestar. ¿Para qué insistir en gastar más presupuesto en una línea aérea estatal como Mexicana de Aviación que no despega?

¿Acaso no le ha dicho su secretario de Hacienda, Rogelio Ramírez de la O, que el apretón del cinturón en 2025 va a obligar a una extrema austeridad? ¿O ya se renunció, desde ahora, a bajar el déficit fiscal del 6 al 3 por ciento, con todas sus consecuencias en el enorme incremento de la deuda pública?

La seguridad sólo se abordó de manera superficial. Censurando el baño de sangre del sexenio de Felipe Calderón, pero olvidando el tsunami de homicidios récord en el sexenio de López Obrador. La defensa de los militares y la Guardia Nacional, inalterable.

Las imágenes del día se plasmaron en dos besos: el que la Jefa de Estado le dio a Norma Piña, la presidenta de la Corte con quien se vive un diferendo por la Reforma Judicial. Y el otro, el beso que la presidenta le dio en la mano al dirigente del Partido Verde, Manuel Velasco. Nada que esconder. Amor con amor se paga.

Más allá del anecdotario y las consabidas promesas, de la repetición de los lugares comunes de hace seis años, hay que concederle a la presidenta, Claudia Sheinbaum, el beneficio de la duda. Al menos, por los próximos 90 días. De hoy a que termine el año.

Entonces, y sólo entonces, veremos si el segundo piso de la Cuarta Transformación tiene vida y luz propia o si no va más allá de un recarpeteo de lo que padecimos en últimos seis años.

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