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¡Que alguien me explique!

Tentar a la suerte

Con ejercicios de consulta a mano alzada, como el que se utilizó para cancelar el proyecto del microbús de Torreón, Coahuila; el Presidente Andrés Manuel López Obrador está tentando a la suerte. Este mecanismo eleva aún más la incertidumbre de un sector empresarial que se ha mostrado reticente a invertir

Por Ramón Alberto Garza

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El presidente Andrés Manuel López Obrador no debe tentar a la suerte. Y las evidencias apuntan a que consciente o inconscientemente lo está haciendo.

Su última provocación sucedió el domingo en La Laguna, con la cancelación, en consulta a mano alzada, del proyecto de Metrobús para la metrópoli de Torreón, Gómez Palacio y Lerdo.

Sin que mediara evaluación o peritaje profesional alguno, el mandatario sorprendió a los laguneros preguntando en un mitin de plaza si los presentes querían que se continuara con esa obra de movilidad, en la que ya se invirtieron mil 500 millones de pesos.

Y al igual que sucedió con el nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, bastó que una ínfima muestra del pueblo bueno y sabio dijera que “no”, para que la mega obra fuera suspendida.

La sorpresa fue doble porque apenas unos días antes, el presidente López Obrador y el jefe de la Oficina de la Presidencia, Alfonso Romo, sostuvieron una muy exitosa reunión en Palacio Nacional con empresarios de La Laguna.

Y salieron con tan buenos ánimos, que prometieron volver en unas semanas con proyectos concretos de inversión no solo para su comarca lagunera, sino para otras regiones menos favorecidas de México.

Si días antes el mandatario les dedicó dos horas a escucharlos y a hacerse escuchar, ¿por qué no los cuestionó sobre la factibilidad del Metrobus lagunero? O si se enteró de algo después de la reunión, ¿por qué no les corrió la cortesía de una llamada cuando menos para cotejar la cancelación del proyecto que ya tenía en puerta?

Podemos aceptar que en el fondo, al igual que sucedió con el nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, pudiesen existir un sin fin de corruptelas y enjuagues para enriquecer a unos cuantos políticos y empresarios a costa de la inversión pública. Se entiende.

Pero para vender ese justificado argumento mas allá del pueblo bueno y sabio, se tiene que convencer a los inversionistas o a los usuarios del servicio público sobre lo que obliga a cancelar una obra multimillonaria y muy avanzada.

Porque como decía don Jesús Reyes Heroles, en política las formas se vuelven fondo y esa práctica lopezobradorista de consensuar a mano alzada, con encuestas de cinco minutos, son indefendibles.

Aplicó la misma receta también con el aeropuerto de Santa Lucía, con el Tren Maya y con la refinería de Dos Bocas. En ninguna de esas instancias, como tampoco en Texcoco o en el Metrobus de La Laguna, convocó a académicos, peritos o expertos que le apoyaran en sostener el fondo de su decisión.

Es entendible que conforme se asoma a las entrañas de lo que recibió, con toda justificación el presidente López Obrador se escandalice por el indescriptible nivel de corrupción heredado.

Pero el desmantelamiento del viejo y corrupto modelo pasa por la creación de un modelo nuevo, democrático e incluyente, que siente a todos en la mesa como lo hizo la semana pasada con los empresarios de La Laguna

Lo que no puede suceder es que se les venda a esos inversionistas comprometidos con un proyecto el ser escuchados, para días más tarde ser ignorados en una decisión que compete a su entorno.

El inquilino de Los Pinos debe cuidarse de no resbalar con el síndrome foxista de que sus decisiones son tomadas por el último consejero que lo habita. Su inteligencia y su honestidad le dan para mucho más que eso. No hay que tentar a la suerte.

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