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¡Que alguien me explique!

¿Quién se comió al PAN?

Al PAN se lo comió la maldición que predijo Carlos Castillo Peraza, el último de sus ideólogos: por ganar el Gobierno, vamos a perder al Partido

Por Ramón Alberto Garza

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Pasada la masacre electoral del primero de julio en el que Morena aplastó con el 53 por cientode las preferencias electorales, los otros partidos destapan el reparto de culpas y anuncian -desde la desesperación- sus refundaciones.

El pasado fin de semana le tocó al PAN hacer el recuento de sus daños, en una catarsis de nueve horas en las que desfilaron decenas de oradores apuntando culpables y proponiendo mágicas fórmulas para el relanzamiento.

Pero mientras ninguno de los jerarcas panistas reconozca  que la gran derrota 2018 está mas allá del horizonte de una alianza, mal operada por su líder Ricardo Anaya, el debate será estéril.

Al PAN se lo comió aquel primer acuerdo de 1976 en el que sus patrocinadores empresariales pactaron con el PRI para retirar a su candidato Pablo Emilio Madero y dejar solo en la boleta a José López Portillo.

Al PAN se lo comieron las concertaciones en el sexenio de Carlos Salinas, cuando, tras los jaloneos de la elección de 1988, se gestaron muchos gobernadores panistas, incluido Vicente Fox.

Al PAN se lo comieron Vicente y Marta Fox, quienes traicionaron el Sexenio del Cambio al convertir la acogedora cabaña presidencial de Los Pinos en el epicentro de sus incestuosas relaciones con el nunca desmantelado PRI. Fueron comparsa y fachada.

AL PAN se lo comió el pactó fundacional del PRIAN que, de la mano de Elba Esther Gordillo y de Carlos Romero Deschamps, llevaron en el 2006 a Felipe Calderón a la presidencia. La prioridad era frenar al perredista Andrés Manuel López Obrador.

Al PAN se lo comió el pacto que los panistas Fox y Calderón hicieron con Joaquín “El Chapo” Guzmán para hacer de su cártel el monopolio de la droga, un acuerdo que bañó de violencia, corrupción y sangre –y no precisamente azul- a la nación entera.

Al PAN se lo comieron los evidentes negocios que se destaparon en los sexenios azules, desde el cierre del Fobaproa, las aduanas, la compra de gas natural y la tecnología de seguridad, entre muchos, fueron alimentados por los apellidos Sahagún, Bribiesca, Mouriño, Gil Díaz, Herrera y García Luna.

Al PAN se lo comió el cumplimiento del acuerdo del Pacto 2006 que devolvió Los Pinos al PRI, que instaló a Enrique Peña Nieto en la presidencia, con quien cogobernaron bajo los apellidos Cordero y Gil Zuarth.

Al PAN se lo comió su papel de comparsa principal en los acuerdos para las llamadas reformas estructurales, necesarias sin duda, pero que terminaron en destinos muy alejados de lo que se buscaban.

Al PAN se lo comió el pragmatismo de Ricardo Anaya, quien después de las victorias en las elecciones estatales del 2016, se lanzó en una cruzada solitaria para acabar en un matrimonio electoral con quienes históricamente eran sus adversarios ideológicos.

Al PAN se lo comió la maldición que predijo Carlos Castillo Peraza, el último de sus ideólogos: por ganar el Gobierno, vamos a perder al Partido.

Y ese color azul, que por décadas significó la esperanza de un equilibrio político, acabó sepultado por los colores rojo y verde, no precisamente del PRI.

El rojo, por el baño de sangre en el que hundieron a México; y el verde, por el color de los dólares que, al igual que al PRI, los convirtieron en cómplices de la más impune corrupción.

Culpar sumariamente a Anaya es lo sencillo. Pero si acaso el Joven Maravilla es solo la última mordida de un PAN hecho migajas.

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