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5 de agosto 2020

Opinión

Room Service para Lozoya

Es cierto, Emilio Lozoya sabe demasiado y debe ser protegido. Pero los mexicanos merecíamos al menos una fotografía que confirmara lo que hasta hoy continúa siendo un acto de fé.

Por Ramón Alberto Garza

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Solo faltó que al salir del hospital -sin pisar la prisión- se le entregara a Emilio Lozoya Austin un menú de room service del restaurante El Cardenal para que le lleven diariamente sus alimentos a la residencia donde esperará su juicio.

No conocemos en la historia de nuestro país -o en la de cualquier otro- un trato judicial tan privilegiado para alguien confeso de saquear la riqueza nacional.

Desde que llegó a México procedente de España nadie le hemos visto el rostro. Ni al momento de bajar de la aeronave que lo trasladó, ni en los 15 días en que se sometió a presuntos tratamientos médicos de reflujo y anemia en el Hospital Ángeles del Pedregal.

Siempre se invocó la seguridad del personaje, y con razón. Sabe demasiado y anuncia que revelará demasiado.

Pero los mexicanos merecíamos al menos una fotografía que confirmara lo que hasta hoy continúa siendo un acto de fe. “Créanlo, ahí está, y muy arrepentido”.

Vinieron luego las dos comparecencias, la de Agronitrogendos y la de Odebrecht. Y tampoco le vimos el polvo. Se estrenó la modalidad de Comparecencia por WhatsApp y -en otro acto mas de fe- debíamos creer que era el inculpado quien respondía lo que el juez preguntaba.

Con tanta tecnología disponible -y aun postrado en una cama de hospital- bien se pudieron celebrar esas comparecencias por Zoom, para dejar constancia en imágenes que el juicio en efecto se inició. Que no eran dos abogados solitarios los que estaban en una sala, juntos, tecleando el show digital.

¡Bueno!, hasta en la salida del hospital en la madrugada del sábado pasado, al inculpado se le otorgó el privilegio de firmar por vía electrónica la hoja de procesados ante la Unidad de Seguimiento y Medidas Cautelares de la Guardia Nacional. Y es fecha en que ni en una estampita lo vemos.

Nadie le regatea al presidente Andrés Manuel López Obrador los méritos de la cruzada nacional contra la corrupción. Es urgente, indispensable, para sanear el quehacer político y empresarial de nuestro país.

Pero nada justifica violentar de esa manera un proceso judicial, pasando por encima del llamado “debido proceso” que exige juicio público, presencial, del inculpado.

Los testigos protegidos, una figura aceptada en casi todo el planeta, llevan sus juicios desde la prisión o desde algún confinamiento especial, pero son exhibidos al menos en un sketch para que se vea que cumplieron con el proceso.

Se les somete a juicio público oral, frente a un juez y con audiencia que testifique que lo que se está diciendo, y se le comunica al inculpado los pasos del proceso y la sentencia.

Por supuesto que el presidente López Obrador dirá que eso no depende de él. Que son cuestiones que le competen a la Fiscalía General de la República que está en las independientes manos de un jurisconsulto de elevado prestigio, como lo es Alejandro Gertz Manero.

Pero por lo que se asoma hasta ahora, está claro que existe un guión bien aceitado entre la defensa, la fiscalía y hasta el juez, para cumplir con lo que se le prometió al privilegiado acusado antes de extraditarlo desde España: que nunca pisaría la cárcel.

¿Existe algún antecedente de mexicanos enjuiciados a los que haya sufrido infartos o derrames cerebrales, hayan gozado de los privilegios procesales que se le otorgaron a Lozoya Austin?

Estamos claros que las promesas para revelar los grandes nombres de la corrupción dan para justificarlo todo. Pero nada debe pasar por encima del debido proceso, que tanto se invoca.

Ya suficiente es creerle al ex director de Pemex la mentira de que actuó bajo presión y que fue instrumentalizado al recibir los sobornos, tanto de Agronitrogenados como de Odebrecht.

Eso sería hasta cierto punto creíble, si Lozoya Austin recibió esos sobornos y los hubiera trasladado directamente a cuentas bancarias de terceros, donde él carecía de cualquier decisión sobre el destino de los dineros.

Pero si en ambos casos el inculpado está confeso de recibir los sobornos en cuentas creadas por él, a nombre de su madre, de su esposa y de su hermana, aquí ya existe toda una maquinación.

Y el delito se cierra cuando esos dineros fueron a parar directamente a la compra de residencias a nombre de la familia Lozoya. No hay para donde hacerse. Nadie lo presionó, nadie lo instrumentalizó.

Por eso el reclamo al trato privilegiado, nunca antes visto, por encima de la ley, que se le viene dando al ex director de Pemex.

Solo imaginen que el trato a un inculpado así se hubiera dado en los días del PRIAN. ¿Qué habría dicho desde su trinchera opositora Andrés Manuel López Obrador?

Sin duda le habría destrozado la honra al sistema judicial del PRIAN que tantas veces pactó coreografías similares y aceptó la comparsa.

Y para cerrar, una pregunta curiosa: Si el lavado de dinero del caso Odebrecht se destapó en los Estados Unidos y allá todos los inculpados están librando su proceso, ¿se le dará al ex director de Pemex allá el mismo trato privilegiado que se le está dando en México?

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