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30 de diciembre 2018

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Roma. La película que grita en silencio

El logro de Alfonso Cuarón con Roma es meramente cinematográfico o el director mexicano tocó fibras sensibles del México que nos duele reconocer

Por Magenta Staff

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Roma es el tipo de película que grita en silencio. Esa en la que, lo que realmente está sucediendo, no está en las acciones que vemos en primer plano, sino las que permanecen al fondo del escenario, ese que solemos ignorar, justo como a Cleo, la protagonista de la obra de Cuarón, quien vive al fondo de la casa, en un cuartito con más vida que la misma casona a la que mantiene en pie.

Son en estos susurros visuales que suceden al fondo del escenario en donde realmente está sucediendo la película; el compadre ebrio que acosa a la comadre y al ser rechazado la acusa de “ni estar tan buena”, el del hombre que abandona a la mujer tras enterarse de que está embarazada, el de la familia que tras ser salvada de ahogarse en el mar, manda a su salvadora por los gansitos. O el PRI, quien está presente mediante posters en las calles, discursos en megáfonos, expropiando tierras a indígenas y matando estudiantes. O el Cruz Azul

Invisibilizar es una constante que plantea la película. La escena de Cleo viendo la tele con la familia, ella está ahí, pero NO ESTÁ; se sienta en el suelo, no en los sillones, es enviada a la cocina a preparar un té sin importar que también esté disfrutando el programa. Su existencia es ignorada una y otra vez, y también humillada.

Pero en Roma hay cosas también muy evidentes. Como el machismo al que se enfrentan dos mujeres de distintas clases sociales, de distintos temples y fortalezas.

Por un lado, la señora enfrenta el abandono de su esposo solamente mediante chismorreos por teléfono con la comadre y conocidos, por otro, la empleada doméstica que viaja hasta el pueblo del padre de su hijo para enfrentarlo cara a cara, porque es ella la que realmente tiene la fortaleza de mente y espíritu.

Roma evidencia al hombre huyendo a su responsabilidad paterna, ya sea antes o durante, del padre que abandona, el que desaparece el apoyo económico, el que amenaza de muerte si se le es confrontado por la madre.

Evidencia al México del abuso, el de la casa enorme que tiene todas las luces encendidas, pero no deja que Cleo tenga un foco en su habitación, porque se gasta la luz.

Pero hay otras cosas que permanecen invisibles para muchos, como el esfuerzo técnico y el grado de perfeccionamiento que ha alcanzado Cuarón.

Y es que Roma invisibiliza la monstruosa maquinaria técnica que hay detrás de la producción y hace que escenas extremadamente complejas parezcan simples para el espectador común.

Y Roma está muy lejos de ser simple, ya sea con el juego de luces y sombras, el uso de dollys y horas mágicas, las largas tomas fijas en las que sucede todo o las silenciosas, en donde se habla sin palabras, el espectacular diseño sonoro que logra capturar cada elemento a cuadro, o el reto y el deleite de no trabajar con actores experimentados; Cuarón ha logrado lo que para cualquier artista es un reto mayúsculo, ha logrado ser concreto, no simple

Al final, el logro de Roma es que es real. Lo que se ve y lo que no. La destreza técnica de Cuarón es real. Cleo es real. ESE México sigue siendo real.

La estética del Blanco y Negro refuerza esta idea, la hace sentir antigua, pero ubicada en una realidad moderna; no es un blanco y negro desgastado, como tampoco lo es su temática.

Y lo más real, es ese cuestionamiento que nos deja sobre si a esas mujeres que han estado en nuestras vidas hemos sabido retribuirles o al final del día las mandamos por los gansitos.

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