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5 de agosto 2025

30 de octubre 2023

¡Que alguien me explique!

Presidentes sin empatía

¿De verdad cree el presidente López Obrador que él va a saber más de lo que pasó en Guerrero, sentado en la Silla del Águila desde Palacio Nacional, que vivirlo en carne propia, perdiéndolo todo, casa y empleo?

Por Ramón Alberto Garza

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Pocos líderes aprenden en cabeza ajena. Cada uno se siente superdotado, elegido, infalible para hacer y deshacer. Pero una mala decisión puede arrastrarlos a un repudio generalizado, de insospechadas consecuencias.

Lo vivimos el 30 de agosto de 2005, cuando el poderoso huracán Katrina azotó a Nueva Orleans y la pobrísima respuesta del entonces también poderoso presidente George W. Bush se concretó a sobrevolar la zona del desastre y ver desde el aire el drama. No se enlodó sus zapatos. Ningún contacto con los damnificados.

Eso le valió a Bush hijo, el repudio generalizado de los norteamericanos que en protesta le desplomaron sus índices de popularidad. Fue el peor momento de su gobierno después del drama del 9/11.

Viene aquella memoria, de la cual el mismo Bush hijo confesó años después que fue su gran error, para traerla al desastre que dejó el huracán Otis -tan devastador como Katrina- y que hizo de Acapulco un desastre comparable al de Nueva Orleans.

Y fue inevitable traer al presente el ejemplo de Bush hijo para compararlo con Andrés Manuel López Obrador, quien también se dedicó a ver el drama desde lejos. Sus zapatos se enlodaron por el atascamiento del auto que lo transportaba, no por recorrer las colonias del puerto con decenas de miles de damnificados.

La crítica por esa insensibilidad no se hizo esperar en medios y en redes sociales y al inquilino de Palacio Nacional solo se le ocurrió grabar el sábado pasado un video-mensaje de casi 25 minutos.

Y ese mensaje arrancó con el pie izquierdo cuando el presidente López Obrador dijo que “es importante que ustedes -los guerrerenses- conozcan lo que sucedió y lo que estamos haciendo”. 

¿De verdad cree el mandatario que él va a saber más de lo que pasó en Guerrero, sentado en la Silla del Águila desde Palacio Nacional, que vivirlo en carne propia, perdiéndolo todo, casa y empleo?

 ¿Quién sabrá más del drama de Otis, el presidente o los miles y miles que hoy duermen a la intemperie?

Vienen, luego, largos cuatro minutos de perorata presidencial de nuevo contra los conservadores, contra Fox, Calderón, los dueños de los medios de comunicación. Que son zopilotes, que están manipulando la información, que son conservadores sacando raja política del drama.

El mayor drama en la post tragedia es la tiranía que se estableció en la distribución de víveres y apoyos a los damnificados. Nadie fuera del gobierno de la Cuarta Transformación puede repartir despensa o entregar la ayuda que se hizo en centros de acopio civiles. Los dramáticos testimonios abundan en redes sociales.

El inquilino de Palacio Nacional debe tener pánico de que se le repita el desbordamiento social que sobrevino al terremoto de 1985 en la Ciudad de México. Su antecesor, Miguel de la Madrid, se fue con esa enorme sombra a cuestas, rebasado por una sociedad civil que fue más organizada que el gobierno federal para superar la crisis. Y eso terminará sucediendo en Acapulco, en año electoral, y la impotencia de los ciudadanos acabará por reflejarse en las urnas.

¿Por qué no quieren que los civiles entren libremente por Acapulco a ayudar? ¿Para que no tomen videos del drama de la población abandonada? ¿Para que no se exhiban los escasos elementos de la Guardia Nacional que están impotentes frente al saqueo de lo que ya estaba en las súper tiendas y también de lo que está llegando y que no lo acaban de bajar del tráiler que lo transporta y ya lo están robando?

Se tiene que reconocer que, al igual que en la nula alerta del meteoro -que habría salvado vidas y propiciado una evacuación masiva de la población-, el gobierno de la Cuarta Transformación se ve lento y muy desorganizado, al menos en estos primeros días de rescate. Ya no hablemos de la reconstrucción, que no la verá el presidente López Obrador antes de que deje Palacio Nacional en octubre de 2024.

Y una acotación difícil de esquivar: el inquilino de Palacio Nacional tiene que tener el corazón muy frío, y duro a la vez, para elegir ir a un jolgorio inaugural en Nuevo León, en lugar de estar brindando con su presencia, apoyo moral y ayuda material a los hermanos mexicanos de Acapulco, que viven temerosos su indescriptible infierno sin luz, sin agua, sin combustibles, sin sus hogares.

Al menos en 2005 y después del alud de críticas sobre su indiferencia frente al Katrina y Nueva Orleans, el presidente norteamericano George W. Bush salió a pedir una disculpa pública. Y a reconocer que su gobierno había tenido una respuesta inaceptable frente a la crisis y aún a destiempo trató de enmendar la plana.

Eso no sucederá en México. No con el infalible presidente Andrés Manuel López Obrador que jamás se equivoca, que siempre tiene listo a un culpable sobre el cual endosar la falla y para descargar sobre él, o ellos, el odio que viene destilando desde hace cinco años y que como un huracán categoría 5 ya le destruyó el alma. Más empatía, Señor Presidente.

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