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Pleitos de Palacio

El hecho de que el WSJ escriba que el TLC no se termina de cocinar por las disputas palaciegas en México, no es sorpresa, ni es novedad

Por Ramón Alberto Garza

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Pena ajena es que el diario norteamericano The Wall Street Journal exhiba en sus páginas que una de las razones por las que no se acaba de cocinar el Tratado de Libre Comercio es por las disputas palaciegas en el gobierno mexicano.

En concreto, el influyente medio advierte que los desencuentros entre el canciller Luis Videgaray y el secretario de Economía Ildefonso Guajardo, entorpecen algunos acuerdos que, una vez alcanzados, se les da reversa.

“Es extremadamente difícil llegar a un acuerdo con México, porque parece haber una gran división en su delegación entre los funcionarios que quieren llegar a un acuerdo y los que no”, declaró uno de los negociadores cercanos al Wall Street Jornal.

La verdad es que el hecho ni causa sorpresa, ni es una novedad. Eso casi siempre sucede donde mete su chuchara Luis Videgaray, el virrey todopoderoso que mantuvo secuestrado y engañado al presidente Enrique Peña Nieto.

Cuando Videgaray era Secretario de Hacienda, se confrontó con el empresariado por una torpe reforma fiscal. Y desde la tesorería de la Nación le jugó al canciller fallido con la anticipada y muy criticada invitación al candidato Donald Trump. Hasta que lo renunciaron.

Pero con el sorpresivo triunfo de Trump, Videgaray volvió con renovados bríos y mayor soberbia para ser el Canciller al servicio del controvertido presidente norteamericano y de su yerno Jared Kushner. Su calidad de empleado del imperio fue disfrazada como amistad.

Y ahora confirmamos lo que ya era vox populi. Que insiste en ser el factotum en la renegociación del Tratado de Libre Comercio (TLC) que con tanto estilo, diplomacia y mano izquierda viene tejiendo Ildefonso Guajardo.

El cuestionamiento que lanzó ayer en sus páginas el más influyente diario financiero de los Estados Unidos no deja lugar a dudas sobre la intentona de Videgaray de desplazar desde la Cancillería al Secretario de Economía, quien da el rostro y pone el talento para conciliar.

Y los resultados de Guajardo no solo son reconocidos y admirados en México, sino en Estados Unidos y en Canadá, donde sus contrapartes valoran el conocimiento y la disponibilidad de un negociador sin protagonismos, que de verdad arrastra el lápiz.

Pero está claro que, como ya es usual, Videgaray busca ser el muñequito del pastel, el ajonjolí de todos los moles. Aquel quien desde la otra esquinza, la del protagonismo extremo, quiere ser el que imponga el punto final y al que su jefe, el presidente Enrique Peña Nieto, le ponga la estrellita en la frente.

Pero Videgaray está acorralado. Su amistad con el yerno Kushner se le acabó convirtiendo en un lastre, en un ancla difícil de levantar. Cualquier posición del Canciller en las negociaciones del TLC es interpretada como escrita desde alguna oficina, no de Los Pinos, sino de la Casa Blanca.

Y al que todavía dude del protagonismo de Videgaray, que explique cómo acabó adueñado del PRI y del candidato no-priista, para instalarse como el Gran Elector.

Desde las sombras, sin posición formal de responsabilidad, mudó el PRIAN por el PRITAM, adueñándose por la ruta del secuestro de la campaña de José Antonio Meade, aún por encima del coordinador de campaña Aurelio Nuño. Hasta que lo desconocieron.

Por supuesto que solo las diferencias Videgaray-Guajardo no son el epicentro que frustran el acuerdo comercial de América del Norte.

Pero exhibidas así, amenazan con ser la piedrita en el huarache mexicano para que los norteamericanos le den largas al asunto. Con toda la incertidumbre que ello implica. ¿Dará el presidente Peña Nieto golpe en la mesa?

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