Mi amigo, Javier Livas | Por Porfirio Muñoz Ledo

“Javier Livas fue un demócrata mexicano, un personaje imprescindible de la historia contemporánea de Nuevo León, pero sobre todo un amigo mío. Tuvimos, además de una relación política permanente durante más de treinta años, una gran amistad personal. Me ha dolido realmente su partida.

Definiría a Javier como un libertario, expresión que ahora se usa poco, pero que describe, en el fondo, a los amantes verdaderos de la libertad, más allá de códigos e ideologías.

Javier también fue un iconoclasta, una palabra que etimológicamente significa un destructor de ídolos (íconos), alguien cuya pasión fue demostrar prejuicios, ideas arcaicas y mitos que no se sostienen.

En primer término, Javier, originalmente, era un abogado litigante. Se ponía los guantes judiciales igual que se ponía los guantes políticos. En suma, era un peleador, o si se quiere, un fajador. Pero un fajador fino, no caverna, un técnico con elegancia y con paciencia.

Aún en aquello en lo que Javier estaba apasionado y en lo que podría levantar la voz, siempre fue elegante y contundente. Aunque alzara la voz, no ofendía a nadie.  Recuerdo los temas que más le enojaban: el servilismo, el seguidismo y la inconsciencia política.

Si se me pregunta cuál es el origen de las posiciones que adoptó Javier, yo diría que tiene que ver, no sólo con una pasión con la libertad, sino con la historia contemporánea de Nuevo León. Su padre fue gobernador por el PRI, lo que no lo desdoraba.

Varias veces, Javier y yo, hablamos del Monterrey de fuera y del Monterrey de dentro, así como de los regiomontanos que han tenido influencia nacional, pero que no han abandonado su identidad: Alfonso Martínez Domínguez, Eugenio Garza Sada, Alfonso Reyes, Arturo de la Garza, Ignacio Morones Prieto.

El regiomontano tiene un ideal de lo universal. También comentamos que, si Los Ángeles se considera una serie de barrios en busca de una ciudad y de una integración, Monterrey es una capital compartimentada que contiene varios pueblos adentro. Por lo tanto, tiene una vida municipal y hasta parroquial muy importante. Hay muchos “Monterreyes” dentro de Monterrey.

Conocí a Javier en épocas de luz, cuando se formaba la disidencia de este país, el inicio de la Corriente Democrática. Siempre mantuvo una opinión firme, clara e implacablemente independiente. Hablamos con precisión y con pasión, rodeados de gente que, desde distintas dimensiones políticas, se han considerado de índole libertario, como los hermanos Clouthier.

De Javier, recibí siempre un trato muy generoso. Lamento que su partida haya sido tan bruja, tan fulminante, porque Javier nos debía alguna memoria que no sé si dejó en apuntes o reflexiones. Pienso que debería haber pronto un coloquio sobre Javier. Creo que Monterrey debe honrarlo; lo digo desde fuera y con respeto. Su personalidad debe ser entendida desde los más distintos ángulos.

Me permito proponer un coloquio sobre Javier. Desde luego, fundamentalmente de parte de los neoleoneses, aunque en otras partes de la República también lo quisimos y lo estimamos. Este homenaje debe ser auténticamente plural. Javier no estuvo a favor de las geometrías de los partidos, sino al contrario, estuvo a favor de una comunión demócrata por encima del partidarismo.

Me preguntan por qué era amigo de Javier, a quien se le podrá ver como un hombre del centro político, o hasta centro derecha. Pero desde mi punto de vista, la izquierda es una posición en contra de lo heredado, una posición crítica, renovadora, moderna y universal. Javier era todo eso. Le tuvimos que dar penosamente un adiós, pero queremos convocarlo de nuevo.

No me imagino llegar a Monterrey sin ver a Javier. Es como si volaran con dinamita el Cerro de la Silla”.