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¡Que alguien me explique!

M8exicanas al grito de guerra

Solo en México, un presidente como Andrés Manuel López Obrador puede salir a su púlpito mañanero a defender la candidatura de su partido, arropando a un presunto violador de mujeres como Félix Salgado Macedonio

Por Ramón Alberto Garza

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“Que tiemble el Estado, los cielos, las calles, que tiemblen los jueces y los judiciales… hoy a las mujeres nos quitan la calma, nos sembraron miedo, nos crecieron alas….

“A cada minuto de cada semana nos roban amigas, nos matan hermanas, destrozan sus cuerpos, los desaparecen, no olvide sus nombres, por favor, señor Presidente…”.

Solo en México, un presidente como Andrés Manuel López Obrador puede salir a su púlpito mañanero a defender la candidatura de su partido, arropando a un presunto violador de mujeres como Félix Salgado Macedonio.

Ése es el retrato más crudo del feminicidio en nuestro país, que debemos recordar en nuestras mentes, cuando veamos que miles de mexicanas marchen hoy a lo largo y ancho del país exigiendo justicia en el #M8.

El que la máxima autoridad política, en su infinita testarudez y suprema incapacidad para aceptar sus errores, prefiera proteger a un amigo señalado como presunto violador, antes que defender a sus gobernadas, lo dice todo.

El inquilino de Palacio Nacional parece que reconoce que una de las pocas estadísticas de la seguridad nacional, que no bajan desde que se inauguró el gobierno de la Cuarta Transformación, es el de los feminicidios.

Un promedio de 10 mujeres son asesinadas todos los días en México. Son crímenes endosables a la violencia de género, al nulo respeto de los hombres sobre las mujeres, al desprecio por la igualdad y los derechos humanos.

Por desgracia, lejos de frenarse, el ya gravísimo problema está empeorando. En 2017, los asesinatos promediaban 7 al día. En 2020 ya alcanzaron los 10.5.

Es un alza superior al 40 por ciento en solo tres años, de acuerdo a la oficina de Nira Cárdenas, Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos.

“Por todas las compas, marchando en Reforma, por todas las morras peleando en Sonora, por las comandantas luchando por Chiapas, por todas las madres buscando en Tijuana.

“Cantamos sin miedo, pedimos justicia, gritamos por cada desaparecida. Que resuene fuerte, ¡Nos queremos vivas! Que caiga con fuerza el feminicida”.

El feminicidio en México es, por desgracia, un cáncer de profundas raíces culturales en una nación tan machista como México.

Desde los muy festejados chistes misóginos hasta los mensajes a través de los medios de comunicación, especialmente en cine y televisión. El hombre es fuerte, la mujer es débil. El hombre manda, la mujer obedece. El hombre grita, la mujer calla.

Todavía hoy, en pleno siglo XXI, continúan exhibiéndose en las televisoras nacionales aquellas películas en las que grandes ídolos -desde Pedro Infante y Jorge Negrete hasta Mauricio Garcés y Andrés García- ven en las mujeres solo el objeto de sus deseos, confirmándoles su papel decorativo, ninguneadas y menospreciadas.

Pero esa cultura machista se transpira igual en la barriada de baja condición económica, donde existe una pobre educación, que en las salas de consejo de las grandes corporaciones, donde escasea el talento femenino en las listas de los cuerpos directivos o de asesores.

¿Cuántas mujeres están incluidas en el Consejo de Negocios, que hasta hace poco se llamaba Consejo Mexicano de Hombres de Negocios? Pues de los casi 40 miembros, solo una, oficialmente: Blanca Treviño de Vega, de Softtek.

Por eso el tema de la paridad se volvió en México una exigencia, lo mismo en lo político que en lo laboral. Porque ese machismo difícil de desterrar menosprecia, desde el inconsciente colectivo, a las mujeres y les regatea sus méritos, les niega oportunidades.

Desde el drama del asesinato de la pequeña Fátima, de 11 años, secuestrada cuando iba al escuela y hallada cuatro días después envuelta en una bolsa de plástico…

Pasando por los asesinatos de Abril Pérez Sagaón, asesinada por sicarios presuntamente contratados por su esposo, un alto ejecutivo de empresas globales, o de Ingrid Escamilla, también mutilada por su esposo en su hogar en la alcaldía de Gustavo Madero… Los casos se apilan, hacen historia, sin que se escuche de la autoridad una solución de fondo.

Pero poco pasará en un México en el que, frente a las marchas feministas, su presidente está más preocupado no por el fondo, sino por la forma. Por exhortar a la protección de los monumentos históricos, más que en erradicar con acciones de gobierno, con mensajes, con el ejemplo, esa profunda herida social. El blindaje que le otorgó a Salgado Macedonio es el más claro ejemplo.

Desde La Mañanera dirá que tiene “otros datos”, que su gobierno tiene un amplio respeto del género femenino, que la mejor prueba es que su gabinete es el primero en el que predominan mujeres. Pero las estadísticas, el crecimiento de los feminicidios y sobre todo sus hechos, no sus palabras, apuntan en otra dirección.

No, señor Presidente, no son los conservadores los que financian esas marchas feministas como la del movimiento #M8… lo que alienta esos crueles feminicidios es la pasividad de una autoridad, que no distingue si es bueno o es malo aceptar que un presunto violador sea investido con el poder de un gobernador. Así de simple.

“Yo todo lo incendio, yo todo lo rompo, si un día algún fulano te apaga los ojos ya nada me calla, ya todo me sobra, si tocan a una, respondemos todas.

“Soy Claudia, soy Esther y soy Teresa, soy Ingrid, soy Fabiola, soy Valeria, soy la niña que subiste por la fuerza. Soy la madre que ahora llora por sus muertas.

“Y soy esta que te hará pagar las cuentas. ¡Justicia, justicia, justicia!”.

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