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Los más violentos de todo el mundo

Lo que acabamos de conocer sobre el Ranking de las 50 Ciudades Más Violentas del Mundo es para alarmarnos: 18 de esas ciudades son mexicanas. Eso coloca a nuestro país como el epicentro mundial de la violencia por homicidios dolosos

Por Ramón Alberto Garza

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Ningún discurso dialéctico o ideológico en la mañanera presidencial puede contra la evidencia de los datos duros, las estadísticas y las tablas de posiciones globales. Y lo que acabamos de conocer sobre el Ranking de las 50 Ciudades Más Violentas del Mundo es para alarmarnos a todos los mexicanos. No existe argumento o defensa que valga.

De esas 50 ciudades más violentas, 18 son mexicanas. Eso coloca a nuestro país como el epicentro mundial de la violencia por homicidios dolosos.

Es un reporte elaborado por el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal, en el que cuatro de cada 10 ciudades violentas enlistadas son mexicanas. Todo un drama.

De hecho, para inquietarse todavía más, siete de las 10 ciudades más violentas del planeta son nuestras. Más grave aún, las primeras seis ciudades con mayores homicidios per cápita son mexicanas. Apúntele.

El primer lugar mundial de violencia lo tiene Celaya. El segundo Tijuana, seguida por Ciudad Juárez en tercero, Ciudad Obregón en cuarto, Irapuato en quinto y Ensenada en sexto.

El séptimo lugar es para St. Louis Missouri, el octavo para Uruapan, el noveno para Feira de Santana en Brasil y la décima es Ciudad del Cabo, en Sudáfrica.

Las otras once ciudades mexicanas en el ranking de las metrópolis más violentas, con más de 300 mil habitantes y cifras de homicidios dolosos documentados con datos oficiales, las completan Zacatecas, en el 15, Acapulco en el 18 y Culiacán en el 25.

Cuernavaca es la 26, Morelia la 27, Chihuahua la 32, Colima la 35, Benito Juárez, Quintana Roo en 44, Ciudad Victoria en 45, León en el sitio 47 y Minatitlán en el lugar 49.

Y no es difícil encontrar el origen de tanta violencia.

Por supuesto está por delante la fallida estrategia de “Abrazos, no balazos”, desplegada por el presidente Andrés Manuel López Obrador desde diciembre del 2018.

Es cierto que la violencia extrema es una herencia de los regímenes pasados, concretamente los del PRIAN. Y más puntualmente de los sexenios del panista Felipe Calderón y del priista Enrique Peña Nieto.

Pero el presidente López Obrador prometió, desde su campaña y al tomar posesión, que los índices delictivos los reduciría sensiblemente.

Todo lo contrario, se elevaron hasta alcanzar 93 mil homicidios dolosos en la antesala de la mitad del sexenio. Ya no se puede culpar al pasado.

Ello, a pesar de la creación de la llamada Guardia Nacional y de la innegable capitulación al Ejército y a la Marina de toda la estrategia del combate al crimen organizado.

Desde la campaña se prometió que los de uniforme verde olivo volverían a los cuarteles. Mentira. No solo no los regresaron, sacaron más a las calles para hacerse cargo de tareas civiles, en la que nunca antes fueron requeridos.

Pero, sin duda, uno de los motivos que nos ubican como la nación más violenta del planeta es el régimen de impunidad que se respira y que se refleja en el reporte global.

Solo siete de cada 100 crímenes cometidos son de verdad perseguidos y procesados. Dicho de otra forma, 93 de cada 100 homicidas dolosos viven en la más completa impunidad.

Si la posibilidad de que te procesen por un homicidio es menor al 10 por ciento y todavía si te llegan a detener puedas arreglar con prebendas corruptas a policías, jueces y magistrados, ahí tienen la respuesta al por qué estamos como estamos.

Ya no hay pretexto para culpar de ese drama de sangre al pasado. Estamos por cumplir la mitad del sexenio y los resultados deberían estar ahí.

Guanajuato -con Celaya, Irapuato y León en el ranking- es el estado más violento del mundo. Ninguna otra entidad del planeta puede avergonzarse de una realidad así.

Ni que decir de Chihuahua -con Ciudad Juárez y Chihuahua-en la lista o Baja California -con Tijuana y Ensenada- que complementan la tercia de estados con dos o más ciudades violentas.

Está claro que ninguna estrategia para reducir la violencia pasa por dejar hacer y dejar pasar a los grupos criminales a sus anchas, por liberar cuando se les captura a los grandes capos como sucedió con Ovidio Guzmán, el hijo de Joaquín “El Chapo” Guzmán o convirtiéndose en viajero frecuente a Badiraguato, la cuna de los grandes capos mexicanos.

Ni la mejor voluntad de Alfonso Durazo, quien renunció a la Secretaría de Seguridad Nacional para irse a gobernar el estado que tiene en su haber la cuarta ciudad más violenta del planeta -Ciudad Obregón-, ni la buena fe de un excelente ser humano como la actual secretaria Rosa Icela Rodríguez, podrán reparar cifra alguna, si la estrategia impuesta desde Palacio Nacional solo alimenta la impunidad.

¿Por qué estas cifras récord, que nos colocan como la nación más violenta del planeta, no se presumieron en el último informe presidencial? Sin duda, por ahí tendrán otros datos.

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