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La Twittocracia

Justa o injustamente -abunda el debate- la decisión de Mark Zuckerberg -el CEO de Facebook- y de Jack Dorsey -CEO de Twitter- dejó fuera de las poderosas redes de comunicación virtual al hombre más poderoso del planeta

Por Ramón Alberto Garza

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Y de pronto, desde el despacho en Silicon Valley, se silenció al presidente Donald Trump.

Lo que en años no lograron ni congresistas, ni presidentes de grandes corporaciones, ni líderes sociales con sus críticas, se hizo posible desde una corporación privada, por la decisión solitaria de un hombre.

Justa o injustamente -abunda el debate- la decisión de Mark Zuckerberg -el CEO de Facebook- y de Jack Dorsey -CEO de Twitter- dejó fuera de las poderosas redes de comunicación virtual al hombre más poderoso del planeta.

Y cuando el enfurecido mandatario norteamericano buscó en el sitio Parler su alternativa, Amazon bajó el sitio de su nube y Apple retiró la aplicación de su tienda de apps.

Uno de los mayores y más profundos debates sobre la libertad de expresión se encendió, colocando en el epicentro de la discusión la amenazante aparición de un nuevo orden informativo, la emergencia de una “Twittocracia”.

De las “benditas redes sociales” pasamos sin parpadear a las “malditas redes sociales”. Sin pausas, sin intermedios.

Lo que sucedió el miércoles 6 de enero pasado, con el asalto al Capitolio de los Estados Unidos, colocó sobre la mesa el rol estratégico que juegan en el mundo de la información las ya dominantes redes sociales como Facebook, Twitter e Instagram, por citar algunas.

Las turbas enardecidas de supremacistas blancos que colocaron contra la pared la emblemática sede de la democracia norteamericana fueron exacerbadas, convocadas y adoctrinadas desde las redes sociales convertidas en armas, desde donde se disparaban por segundos, millones de palabras de odio.

Y el instigador en jefe era nada menos que el presidente Donald Trump, cuyos mensajes plagados de mentiras sobre un fraude electoral, indujeron a quienes protestaban frente a la Casa Blanca a marchar sobre el Capitolio y provocar la peor crisis política de la era moderna en los Estados Unidos.

Por sus mensajes sediciosos, exaltando la violencia, invitándolos a frenar a cualquier precio la legitimación de Joe Biden, las cuentas del mandatario en Facebook y en Twitter le fueron canceladas. Primero temporalmente, y después, en definitiva.

La decisión de Mark Zuckerberg y Jack Dorsey fue aplaudida en corto, porque fue crucial para enfriar el encendido discurso presidencial. Pero, al final del día, acabó por despertar una polarización de opiniones y un gran debate global.

Para algunos se trató de una medida justa, una decisión que impedirá que facciosos y radicales -como el presidente Trump- utilicen las poderosas redes como instrumento de instigación a la violencia. Armas que disparan palabras, palabras que instigan a la protesta, protestas que generan ilegalidad, caos y muerte.

Para otros, sin embargo, el debate creció para cuestionar si estamos frente a un “quinto poder”. Un nuevo orden mundial que podría tener el poder de controlar -desde un puñado de redes sociales- lo que debe o no conocerse, o publicarse. Lo que es bueno y lo que es malo para los miles de millones de cibernautas. ¿Por decisión de quién?

Uno de los más severos críticos de la decisión de suspender las cuentas en redes sociales del presidente Trump fue su homólogo mexicano, Andrés Manuel López Obrador, quien en su conferencia mañanera censuró lo que consideró, la decisión de Zuckerberg, un acto de prepotencia y arrogancia.

“Leí la carta del dueño de Facebook y lo sentí con mucha prepotencia, con mucha arrogancia… eso que hicieron en Estados Unidos es una mala señal, es un mal presagio de que deciden empresas particulares silenciar, censurar, eso va contra la libertad”.

Y aunque las evidencias dejan en claro que el presidente Trump instigó desde su discurso -y desde sus tweets- a la turba enardecida, la reflexión del presidente López Obrador no deja de poner un dedo en la llaga.

Tanto, que ayer mismo fue secundado por la canciller alemana Angela Merkel, quien consideró “problemático” el cierre de las redes sociales a las cuentas del presidente Trump.

Desde la vocería de la canciller se dijo que “la libre opinión es un derecho fundamental de importancia esencial en el que se puede intervenir, pero solo dentro del marco definido por los órganos legisladores, no por decisión de la dirección corporativa de plataformas en las redes sociales”.

De ahí, las preguntas obligadas. ¿A juicio de quién o de quiénes se va a permitir que algo circule o no en las redes sociales? ¿Cuáles son las fronteras de lo permitido y de lo no permitido? ¿Se generarán listas negras que los oligopolios de las redes sociales desacrediten y les cierren las puertas para su libre difusión?

Por supuesto que preocupa lo sucedido con el asalto al Capitolio, con el rol que jugó en presidente Trump y con el papel central que en la violenta movilización jugaron las redes sociales, difundiendo mensajes falsos del sedicioso en jefe.

Pero el hecho tiene que llevar a una profunda reflexión global sobre las nuevas reglas en un mundo en que el acceso de todos a difundir de todo, crea una sociedad plagada de informaciones torcidas, medias verdades, abiertas mentiras y fake news.

Ni Trumps que manipulen las redes sociales y las empleen como trampolín para sus inconfesables ambiciones, ni Zuckerbergs que unilateralmente aprovechen su posición monopólica para imponer censuras que se aplican desde despachos privados, sin reglas claras.

Quién garantiza que la decisión que hoy se aplicó con un criterio justo no vaya a ser convertida mañana -por los dueños de las redes sociales- en una poderosa herramienta de censura.

Lo último que necesitamos, en este mundo convulsionado, es una sociedad Orwelliana, en la que el Big Brother, además de observarte, te imponga la mordaza de una Twittocracia que domine todas las voces del planeta.

Por lo pronto, una respuesta fría del mercado: las acciones de Twitter cayeron ayer 6.4 por ciento y las de Facebook un 4 por ciento. Que analicen eso en Silicon Valley.

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