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18 de junio 2019

¡Que alguien me explique!

La otra Edith

Existe un lado que no advertí en ninguna de las merecidas elegías a Edith González, el de la intelectual con un perfil social preocupado por el futuro de México

Por Ramón Alberto Garza

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No son pocas las elegías que se dieron sobre Edith González luego de que falleciera a los 54 años el pasado jueves, tras una larga afección de cáncer.

Quienes no la conocieron mas allá de sus magistrales interpretaciones como una de las grandes divas de las telenovelas en México, pensarán que los elogios son los que generosamente se abonan siempre sobre la memoria de quien se va.

Pero lo que se dijo sobre “La Güera” fue de sobra cierto. Era un ser luminoso, radiante, hermosa física y espiritualmente, con un singular don de la amistad.

Edith tenía ese destello que brillaba en sus ojos para reflejar lo que se llama “lust for life” –esa pasión por la vida- y se empeñaba en hacerlo sentir en toda aventura que emprendía.

Existe, sin embargo, un lado que no advertí en ninguna de las merecidas elegías a quien falleciera tan anticipadamente, después de telenovelas como Corazón Salvaje, aquella memorable actuación que le dio proyección mundial.

La conocí en el año 2000, a mi paso por la vicepresidencia editorial de Televisa. Y para mi sorpresa, detrás de aquella mujer histriónica se escondía otra mujer, la intelectual y socialmente preocupada por los grandes problemas de México.

No era una inteligencia de pose ni de fachada, como tampoco era una simple cuestionadora de lo que se repetía superficialmente en las mesas de los cafés políticos.

Mas allá de aquella Aventurera dueña de la escena, “La Güera” era una aventurera del pensamiento progresista, que tenía inoculado ese virus de la inquietud política.

Edith poseía la capacidad de asombro y la capacidad de indignación frente a la injusticia, dos virtudes poco identificables en alguien que se mueve y destaca en el mundo de la farándula.

Y no era para menos. Me asomé a su cepa social en una comida con su madre, doña Ofelia Fuentes, en donde conocí que Edith creció en el seno de una familia de luchadores sociales, de sindicalistas.

No era difícil pensar que abrevó el debate y su pasión política de aquellas tertulias en las que su padre, Don Efraín, o su hermano, Víctor Manuel, debatían sobre los desequilibrios sociales de nuestro país.

A contracorriente del cliché que su porte y su belleza proyectaban, Edith no era una diva superficial, sino un ser humano preocupado de verdad por el destino al que se iba condiciendo México.

Hablamos interminablemente en los días de aquel descalabro electoral del 2006, cuando a Andrés Manuel López Obrador se le escamoteó la elección presidencial. Su indignación y su coraje eran reales, nada actuados ni fingidos.

En no pocas ocasiones sus ideas se unieron a mis inquietudes periodísticas para producir alguna reflexión sobre algún tema del momento, en un escrito o en un video.

Decía que le habría gustado ser periodista para exponer lo que veía en su mundo y que tanto le marcaba el alma. Pero salvo por un paso efímero por las páginas de El Universal, su sueño quedó truncado. El tiempo de los reflectores y de la fama primero, y de su enfermedad después, la consumían.

Celebré la llegada de su hija Constanza para redondear su vida, al igual que su matrimonio con Lorenzo Lazo Margáin a quien siempre consideré un hombre a su altura, quien sin duda y a pesar el difícil trance de su enfermedad -que la enfrentaron juntos- le dio los mejores años de su vida.

Por eso quise hoy mostrar ese rostro social de la otra Edith. No el de Bianca Vidal ni el de Salomé, sino al corazón salvaje que se indignaba frente a la injusticia, a la aventurera que donde quiera que esté, estará poniendo en duda lo que suceda en aquel status quo.

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