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¡Que alguien me explique!

La leal ingratitud

El caso de Jaime Cárdenas y su renuncia al Instituto Para Devolver al Pueblo lo Robado es un claro ejemplo de que el presidente Andrés Manuel López Obrador es ingrato con quienes se la jugaron con él para alcanzar la Presidencia de México.

Por Ramón Alberto Garza

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Es ingrato el presidente Andrés Manuel López Obrador, como lo suele ser con algunos de quienes se la jugaron con él para alcanzar la Presidencia de México.

El caso de Jaime Cárdenas y su renuncia al Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado es ilustrativo de lo que decimos.

En su denuncia hecha pública a la par de su dimisión, reveló un caudal de corrupción en la institución que se creó al arrancar el gobierno de la Cuarta Transformación.

Del INDEP fueron saqueadas joyas y se manipularon subastas. Incluso se evidenció que los dos mil millones de pesos que el presidente dijo que la Fiscalía General de la República le entregó en una Mañanera, todavía no entran a la contabilidad.

Cien días le llevó a Jaime Cárdenas acabar de descubrir que los bienes incautados a los corruptos eran sustraídos por otros corruptos, desde dentro del gobierno.

Lo denunció en privado, pero no se dio la reacción. Por eso renunció. Pero sobre todo, porque le pedían solapar dos potenciales ilícitos.

Uno, que reclamara a la Fiscalía General de la República la entrada de los dos mil millones de pesos para cubrir los premios de la rifa-no rifa del avión presidencial. No lo hizo.

«Nada de que está muy difícil. No entregó la Fiscalía 2 mil millones, ¡pues ni modo que no nos los van a entregar!, pues nos lo tienen que entregar, es público», dijo el presidente durante su conferencia mañanera.

Pero a Cárdenas le asistía la razón. Olvidaba López Obrador que esos dos mil millones de pesos no le pertenecen a la Fiscalía, ni a Hacienda, sino al Infonavit. Y pasó de largo que el instituto es un organismo tripartita.

No bastaba que el gobierno quisiera darle un destino al dinero recuperado. Se tendría que llevar la decisión al Consejo, para que las otras dos partes -trabajadores y empresarios- aprobaran o rechazaran la propuesta.

Y el segundo diferendo fue en el que se le pedía a Cárdenas buscar la forma de aportar 500 millones de pesos del INDEP para cubrir el costo del millón de boletos que compraría el gobierno.

Pero él se negó, bajo el legítimo argumento de que la institución no tiene entre sus facultades pagar billetes de rifas y sorteos.

¿Y cuál fue la reacción del presidente López Obrador ante ambas negativas y la consecuente renuncia de su amigo y colaborador? Pues la de atacarlo y humillarlo.

El martes el mandatario dijo que “hay personas brillantes, con convicciones, pero que nomás no dan el ancho para la administración pública”. Ingrato.

Más ingrata aún fue la declaración presidencial en la Mañanera de ayer miércoles, en la que volvió a arremeter contra Jaime Cárdenas.

“No le entró para terminar con las irregularidades y limpiar el instituto”, dijo. «Ni modo que enfrentemos un problema y que nos dé depresión y nos inmovilicemos… con ese ánimo cómo podríamos estar enfrentando una doble crisis: la pandemia y la crisis económica. Siempre hay que echarse para adelante», añadió.

La respuesta a tanta descalificación no dejó más opción que se filtraran la carta y el detalle de los motivos de la renuncia. Corrupción y saqueo.

Y una declaración de Cárdenas lo dijo todo: “Mi lealtad con el presidente y el gobierno federal no era ciega, sino reflexiva. Y ahí fue donde comenzaron los problemas”. Traducido: no me dejé.

Pero en el colmo de endosarle a terceros los errores propios, el presidente López Obrador reclamó que le falten buenos cuadros, con ideales, principios y entusiasmo para participar en la transformación del país.

Perdón, pero, ¿qué acaso como presidente electo, no fue él mismo quien eligió a esos cuadros, y los presentó como lo mejor que tenía México para alcanzar la Cuarta Transformación?

Una de las frases favoritas del presidente cuando sus colaboradores se quejan de que lo que se planea no avanza, es responderles con un “ayúdame a empujar el elefante”.

Con todo respeto al mandatario, se le olvida que él es el líder, el domador de los elefantes, el que tiene el látigo y la silla, el dulce y la caricia.

Si Jaime Cárdenas renunció –siendo su amigo y compañero de lucha- fue porque está claro que no vio voluntad en el dueño del circo para someter al anquilosado paquidermo.

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