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23 de septiembre 2019

¡Que alguien me explique!

Guerrilleros ‘valientes’

Para entender la realidad del asesinato de don Eugenio Garza Sada en 1973 hay que analizar lo que se dijo en la versión extraoficial

Por Ramón Alberto Garza

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La renuncia de Pedro Salmerón a la dirección del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones Mexicanas era obligada. Era indefendible.

Calificar de “valientes” a los guerrilleros que asesinaron a don Eugenio Garza Sada en septiembre de 1973 fue estúpido y fuera de lugar. El empresario regiomontano era un ejemplo nacional de solidaridad social, no un delincuente que mereciera ese infausto destino. Y ni así.

¿Imaginan si en estos días se organizara un grupo de jóvenes para asesinar a un pro hombre político o empresario y tras consumar su indignante acto se les calificara de “valientes”?

La guerrilla es en sí misma una acción ilegal. Nada justifica que se violente el Estado de Derecho para tomar la ley por su propia mano. Y mucho menos a ese acto calificarlo de “valiente”.

Pero para entender la realidad del asesinato de don Eugenio Garza Sada hay que analizar no lo que se dijo en la versión oficial, sino el contexto del momento y las circunstancias políticas.

Yo fui testigo histórico de aquel asesinato en 1973, cuando tenía tres meses como reportero en El Norte. Cubrí no solo el asesinato y el sepelio de don Eugenio, hablé también con familiares cercanos al empresario, con algunos de quienes lo emboscaron y alguna vez cené a solas con Luis Echeverría en su residencia de San Jerónimo. Estas son mis conclusiones:

Lo primero que hay que entender es que el poder político –desde 1964 hasta 1976- fue operado por la dupla Luis Echeverría-Fernando Gutiérrez Barrios.

Desde que ambos estaban en Gobernación su consigna era impedir que la tecnocracia impulsada desde Estados Unidos, favoreciera las candidaturas presidenciales de Raúl Salinas Lozano, Antonio Ortiz Mena o Hugo B. Margáín. Ni en 1970 ni en 1976.

Para lograrlo desde Bucareli y más tarde desde Los Pinos, Echeverría y Gutiérrez Barrios se encargaron de enrarecer el ambiente político, con Tlatelolco primero y con el Jueves de Corpus después.

Buscaban decirle a Washington que México no estaba listo para ser gobernado por un tecnócrata educado en Estados Unidos. La mano dura era indispensable para alejar al comunismo de nuestro país.

Desde Gobernación, Gutiérrez Barrios infiltró algunos movimientos guerrilleros, incluyendo la Liga 23 de septiembre, para usar el idealismo de esos jóvenes como carne de cañón en favor de algunas causas oscuras de Díaz Ordaz primero y de Echeverría después.

Bajo ese contexto hay que recordar que en esos años don Eugenio Garza Sada y un puñado de empresarios apadrinaban un proyecto educativo-mediático para influir en el inconsciente colectivo de los mexicanos.

Entre las relaciones mediáticas clave que cultivó don Eugenio estaba la del general José García Valseca, el poderoso dueño de la Cadena García Valseca, una red de casi 60 diarios operado a lo largo y ancho del país.
En 1973 los adeudos de García Valseca a PIPSA, la productora e importadora de papel periódico, obligaron al secretario de Gobernación, Mario Moya Palencia, a decretar la intervención de los diarios.

Don Eugenio habló con el general García Valseca y prometió que pagaría el adeudo de 160 millones de pesos -de aquel entonces-, a cambio de que el llamado Grupo Monterrey asumiera el control del imperio editorial, no solo del diario Tribuna de Monterrey.

Echeverría se enteró de las llamadas de don Eugenio a empresarios, como el jalisciense Fernando Aranguren –quien un mes después correría la misma trágica suerte que el regiomontano- y sabía que era cuestión de días para que “la reacción” se adueñara de la Cadena García Valseca.

Pero Echeverría tenía otros planes para ese emporio periodístico. Ya se había apalabrado con su amigo Mario Vázquez Raña, para que asumiera su control y a cambio de ponerlo al servicio de la causa echeverrista.

Desde Bucareli se operó el secuestro de don Eugenio, quien en los planes originales solo recibiría “un susto” que lo alejara de su intención de quedarse con la Cadena García Valseca. Ese era el único propósito de del secuestro: intimidarlo.

Pero no contaban que don Eugenio siempre dijo que jamás se dejaría secuestrar e instruyó a la familia a que, si eso ocurría, no se dieran ni negociaciones, mucho menos pago de rescates.

Cuando los llamados “jóvenes valientes” intentaron el secuestro, encontraron resistencia en las armas de don Eugenio y sus acompañantes. El desenlace fue fatal y se dice que el empresario murió con el cheque del rescate de la Cadena García Valseca en la bolsa.

El quiebre del empresariado y Echeverría desencadenó el rompimiento histórico que culminó en 1976 con la crisis económica y política.

Las familias Garza Lagüera y Garza Sada entendieron la lección y abandonaron su estrategia de influir en medios. Se fueron con Emilio Azcárraga Milmo para consumar la alianza del Canal 8 con Telesistema Mexicano, de donde emergió Televisa.

Y sus participaciones en prensa y radio fueron colocadas estratégicamente con otros empresarios de medios. García Valseca terminó en manos de los Vázquez Raña. Esa es la historia.

Al margen de cualquier historia, el calificar a aquellos guerrilleros como “valientes” bien merecía la renuncia de quien lo dijo.

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